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EPISODIO 30: el beso antes de la tormenta

—Te voy a besar, Hera.

Sus bocas se encuentran, y aunque todo lo demás sigue existiendo, no como hacen creer los libros o películas, lo que les rodea parece no importar en esos momentos. Nada es más importante que sus lengua entrelazadas protagonizando la que es su tercera batalla en esta guerra por saber quien destruye a quien.

Alexander ahueca la mejilla de ella en la palma de su mano, mientras lucha con los impulsos que no incitan a ir más allá de un peso caliente y necesitado. Y así como nota la forma en que Hera se aferra a su camiseta, con la clara intención de retenerlo pegado a ella todo el tiempo que le sea posible, la inquietud que percibe a través del vínculo lo abruma a él también. Una inquietud provocada por la incertidumbre de no saber si huira una vez más, espantado por el fantasma del brujo.

Las manos de ella sueltan la tela arrugada, y se deslizan por todo su pecho hasta los hombres, y siguen subiendo hasta la nuca. Allí se asientan por pocos segundos, antes de perder sus dedos entre las hebras negras, y tirar de ellas. Aquel gesto tira de la cabeza del mayor hacia atrás, separando sus bocas lo suficiente para que suelte un gruñido animal, que hace a la castaña temblar entre sus brazos, y que es el detonante que necesitaba para alzarla en brazos. Sus muslos trabajados y fibrosos descansando en las manos de su esposo que la sujetan con firmeza y la levantan lo suficiente para que quede sentada en el escritorio.

¿Están rozando el infierno o el cielo?

O quizás están pecando en el Edén.

La lengua del hombre se desliza por el labio inchado y enrojezido de ella, más queda sólo en eso, puesto que antes de que ella pueda atraerlo a su boca, el rostro del director se desvía hacia su cuello libre y tentador.

—Alexander —su boca suspira su nombre, a la vez que se aferra con sus piernas a la cintura de él.

Alec absorbe su piel, en aquel punto sensible sobre su yugular que la hace temblar una vez más. Pasa la lengua por la zona enrojecida, aliviando el ardor solo para después morderle. Sus manos se deslizan por su espalda hasta su culo, el cuál agarra y cubre con sus grandes manos, y ejerce fuerza hacia él pegándola más al borde, y a su vez más cerca de él.

Las sensaciones se arremolinan en su pecho, sintiendo como su esposo hace uso de sus conocimientos sobre aquellos puntos sensibles, y cuando su lengua juguetea con el lóbulo de su oreja tras hacer su pelo hacia atrás, siente como el calor se concentra en ese punto entre sus piernas. Ese calor sofocante se fusiona con la sensación de estar derritiendose, más sabe que eso último no es productor del calor abrasador si no por él. Por Alexander. Con su lengua húmeda y caliente, sus dientes tirando de su lóbulo sólo para chuparlo después.

Es entonces cuando no le importa que no tenga experiencias con las mujeres, y que lo más probable es que nunca antes allá visto un coño en vivo y en directo. Sólo quiere esa lengua y boca en cada parte de su cuerpo, chupando y mordisqueando sus endurecidos y necesitados peones. La urgencia de sentir sus largos dedos algo ásperos enterrados en lo más profundo de su ser, jugando con ella hasta hacerla suplicar por más, por algo más grande que la llene.

Claro que, Hera no es la única que tiene esos pensamientos pecaminosos. Su esposo, que ahora se aventura hacia su pecho izquierdo sin liberar todavía su cuello, está igual o peor que ella. Sintiendo una gran molestia en sus pantalones, que suplica ser liberada y consentida. Por qué tanto deseo sexual, tantas ganas acomuladas no puede ser bueno, pero es lo máximo que pueden dar y ofrecer al otro.

AlecWhere stories live. Discover now