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EPISODIO 25: ¿Has visto a Alec?

HERA

Perdida. Jamás pensé que podrías perder por segunda vez una persona, en especial si está ya había muerto.

Descubrir la trampa, el truco de magia, la farsa que se ocultaba tras el hombre hechizado que se veía como mi hermano mayor antes de morir, había sido no sólo doloroso, si no también decepcionante en muchos sentidos.

Ni si quiera me había dado tiempo a procesar la noticia, a pensar en todas las cosas que siempre quisa hacer con él y por evidentes motivos no pude. Había rozado con la punta de mis dedos la felicidad, y esta había explotado cuál pomba de jabón en un pestañeo.

—¿Hera?

Permanecí en mi posición, sentada en ese espacio junto a la ventana de mi habitación. Mi cabeza apoyada contra el frío cristal, por el cuál podía ver las calles concurridas. Sin moverme, le di el permiso a Alexander para entrar.

—He pensado que sería conveniente invitar a tus padres al instituto —cerró la puerta detrás de sí—. Quizás así puedan ellos darte una explicación.

Sentía su mirada pesada, que hacía arder cada centímetro de mi piel. Su fragancia masculina, poco a poco se iba apoderando de la estancia, inundandola. Me permití inspirar profundamente, con mis ojos cerrados.

—Como prefieras —me limité a responder, mirándolo por el rabillo del ojo.

Quizás no éramos los mejores amigos, ni si quiera éramos allegados. Sí, sabíamos cosas el uno del otro, más no aquellas cosas básicas que todo uno sabe sobre sus allegados, sobre gente que es importante para ti. Aquel lazo, está conexión, producto de una profecía, o una maldición desde mi punto de vista, me hacia sentirme unida a él de formas que nunca imaginé. ¿Cómo es posible esta conexión siendo ambos unos desconocidos para el otro? No había odio, eso había quedado atrás. Tampoco había lo contrario. Amor, no era precisamente lo que había entre nosotros, y sin embargo está esta cosa, este vínculo. Este vínculo que me permite conocer y saber cómo se siente. Desde su inquietud, mucha antes de que llamase a mi puerta, hasta esa curiosidad que percibo desde el inicio. Desde nuestra boda.

—¿He oído bien? —da dos pasos hacia delante, con sus manos en su espalda y su postura recta, imponente. Tan propia de un director, que parecía que el papel, su lugar como director estaba hecho para él, y no al revés.

—No estoy de humor, Alexander —pegué mis piernas a mi pecho, y las rodee con mis brazos.

Escuche su suspiro, y luego sentí sus nervios incrementandose a medida que se acercaba a mí, hasta que tomó asiento en el espacio junto a mí en la ventana. Su fragancia masculina se hizo más fuerte, emborrachandome hasta aturdirme. Mis manos, podía notar el calor que su cuerpo irradiaba, mientras mi piel ardía allí donde su mirada se posaba. Mis ojos, mis manos, las piernas que ahora estaban pegadas a mi, luego de vuelta a mis ojos, pasando por lo poco que se alcanzaba a ver desde su posición de mi pecho, cuello, mandíbula. Dio un salto, de mi mentón a mi nariz, en la cuál a penas se detuvo.

—Jace me contó lo de tus...habilidades —soltó con suavidad, parecía saber que mi humor no era el mejor, que en un descuido le saltaría al cuello, aún así prosiguió. Metió más el dedo en la llaga que ni si quiera sabía que tenía, y que sin embargo había estado doliendo hasta ese momento en el que Alexander supo de su existencia. Supo de la presencia de mis capacidades no comunes ni propias, y entonces, cuál bálsamo, el dolor y ardor se esfumó.

AlecOù les histoires vivent. Découvrez maintenant