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EPISODIO 32: héroes y villanos

HERA

Primero está la boca seca, con la sensación de que tu lengua es como una lija contra su paladar. Le sigue el dolor de cabeza el cuál solo aumenta cuando haces el intento de abrir los ojos. Esa misma acción, desencadena el gruñido/quejido de molestia/dolor, por lo que con el rostro enterrado en la almohada que huele a tu falso marido buscas a tientas con tu mano el móvil que por algún lado debería estar.

Espera... ¿Olor a mi falso marido?

Su olor impregnado en el lado derecho de mi cama es suficiente incentivo como para hacerme abrir los ojos de golpe. Porque incluso mirando a mi alrededor, y viendo que estoy en mi habitación y todo está en su lugar y yo soy la única persona allí presente, ese lado de la cama huele a Alexander. Y eso no es lo peor.

Lo peor es que ni si quiera recuerdo como llegué aquí, puesto que a partir de la cuarta o quinta ronda de chupitos con los dos vampiros y la chica Lightwood, todo es un borrón difuso y abstracto libre de interpretación.

-¿Ya estás despierta? -la cabeza de Isabelle se asoma por la puerta, y estoy segura de que bajo ese maquillaje hay unas bonitas ojeras-. Maravilloso porque tene...-la frase muere en el aire a medio camino-. ¿Esa no es una camiseta de mi hermano?

Agacho mi cabeza y veo la camiseta de algodón negra cuyo olor masculino que ahora conozco a la perfección, es mucho más intenso. Podría jurar que es la misma que llevó a la fiesta, y si bien noto los aros del sujetador y el tanga metido más de lo que debería, una cosa no quita la otra.

Alexander me cambió de ropa.

El frívolo director me vio en ropa interior.

Y lo peor de todo es que tan si quiera lo recuerdo.

No sé cuál fue su reacción ante ver mi cuerpo más ligero de ropa. Porque no voy a pretender que no me da curiosidad saber si fue o no de su agrado, porque me estaría mintiendo a mi misma si digo que no me importa, que si mi cuerpo le resulta atractivo o no es entre poco y nada relevante para mí. Pero por muy falso que sea nuestro matrimonio, las ganas de tener sexo son tan reales como el palpitar de mis sienes en este preciso momento.

-¿Habéis...? -atraviesa con su dedo índice el círculo que formó con el índice y pulgar de su otra mano.

Me frostro el rostro con ambas manos y suelto un gruñido. Me palpitan las sienes y mi garganta está más seca que el desierto del Sáhara. La posibilidad de que haya tenido sexo con Alexander serían altas de no ser por la ropa interior que todavía llevo puesta bajo su camiseta. Pero incluso cuando nada haya pasado entre nosotros, no recordarlo me frustra en muchos sentidos. En especial el no saber qué cosas le podría haber confesado estando ebria.

Putos chupitos.

-No lo sé, Isabelle.

-Ya veo que estás de mal humor tú también -hace una mueca con sus labios pintados de un rojo sangre.

-¿Yo también? -me encamino hacia mi armario a medida que me voy librado de la ropa.

-Mi hermano esta de un humor de perros.

-Como siempre -me encojo de hombros y resoplo viendo mi ropa.

Mi mirada se posa sobre una chaqueta de chándal varias tallas más grande que lleva una buena temporada colgando entre mis prendas. Mi mano agarra la manga y tira de ella sacándola de la percha en un movimiento brusco, y sin pensarlo caso también unos pantalones de chándal, una camiseta por encima del ombligo blanca pegada al cuerpo, unos calcetines cualquiera junto unos tenis blancos.

AlecWhere stories live. Discover now