Capítulo 34.

487 49 9
                                    

Capítulo 34.

Marzo, 2028.

-Última guardia juntos...

Hoy es mi último día como profesor suplente de educación física.
No puedo negar que me lo he pasado muy bien aprobando a todos los alumnos que ni siquiera llegaban antes al tres.
Pero me parecía demasiado cruel que fuese alguien que no es profesor quien les suspendiera.
Así que, sobresaliente para toda la clase.
Para todas las clases mejor dicho.

Me acerco a Eva, rodeo su cuerpo con mis brazos cuando nos quedamos solos.
Ella permanece sentada, con cientos de hojas encima de la mesa, con un bolígrafo rojo entre sus dedos.
Pobre alumno al que en esa hoja hay más tinta de ese bolígrafo rojo que del suyo con el que hizo el examen.

Entierro la cabeza en su cuello por detrás. Aspiro su olor y trato de guardarlo para siempre en mi memoria.

-Tengo que corregir demasiado.
-Puedes hacer eso luego.

Separo la silla hacia atrás, Eva suelta una carcajada pero no se queja ni se niega a que mis manos tiren de ella para ponerla en pie, estrecharla contra mi cuerpo y besarla hasta que la falta de aire nos obliga a separarnos.
La empujo con cuidado y la alzo hasta que queda sentada en la mesa que antes he despejado con mi brazo, lanzando esos exámenes a algún lugar en el suelo en el que ahora no importan.

Me coloco entre sus piernas y busco su boca con insistencia, como si fuese el agua que me da la vida en mitad de un desierto.
Y es que en gran medida ella ha sido el oasis en el que me he empeñado en vivir.
Desde que mis padres murieron un vacío se instaló a vivir en mi, me obligué a dejar de sentir para que dejase de doler.
Me puse a caminar por un desierto donde nunca pasaba nada, donde no veía nada a mi alrededor, donde me moría poco a poco.
Y Eva apareció, con sus ojos azules, con su sonrisa tímida, con paz...
Lo vi, vi ese lago en mitad de la nada, donde antes solo había arena ahora había ese agua que tanto necesitaba y me estaba negando.
Cuando más muerto me creía, llegué hasta ella, y ahí quise quedarme a vivir, primero como un mero espectador que la mirada de lejos, que solo se asomaba para ruborizarse y salir corriendo.
Y cuando entré, supe que no podía salir.
Aunque ahora tengo que hacerlo, y solo doy pasos hacia de nuevo las dunas de arena que me esperan para quedarse con mi energía, mi alegría, y mis ganas de vivir.

-Hugo... -Mis dedos acarician sus piernas bajo esa falda que me provoca desde que se la ha puesto esta mañana en casa.-
-Es mi último día, vamos a hacer algo con lo que te acuerdes siempre de mí aquí. -Me separo de ella para comprobar que la puerta de la sala de profesores está bien cerrada.-
-Como nos descubran me van a echar a mí también.

Yo solo le sonrío, pidiéndole perdón con la sonrisa.
Perdón porque esto puede que acabe con nuestra relación.
Y quizá sea lo busco, no porque quiera separarme de ella, sino porque tengo que hacerlo, porque no veo otra opción para protegerla.
Lo he intentado de mil formas, no me he separado de ella en las veinticuatro horas que dura un día, la he llevado a la casa de mis padres donde nadie debía saber que estábamos.
Nos hemos escondido, y no ha funcionado.

"Mi teléfono suena en el bolsillo de mi pantalón, hace días que los mensajes con amenazas han remitido bastante, que suenan desesperados porque no son capaces de encontrarnos, de controlarnos.

Suspiro al ver que es de ese número desconocido.

"-¿Te crees más listo que yo? Nunca lo fuiste."

Al mensaje le sigue un archivo de video.
Aparece Eva, a unos diez metros de distancia, andando despreocupada, entrando a la parada de metro, bajándose lejos de la que le dejaría en mi casa.

Frenesí Where stories live. Discover now