El primer recuerdo.

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Si hacen cinco años me llegan a decir que años más tarde, esa chica de pelo castaño y ojos azules que llamó mi atención a través del cristal de la cafetería donde había quedado con mi amigo, iba a ser la mayor perdición de mi vida, habría jurado que estaban locos.

Ella estaba ahí, tranquila, con su cara de ser la niña buena de papá y mamá. Me pareció todo luz, cuando era todo oscuridad.

"-Hugo, perdón, me he entretenido con unos papeles, entra tú y pide algo.
-Siempre me haces lo mismo Gabriel. Esta es una cafetería de pijos, ni siquiera sé pronunciar bien el nombre de los cafés. ¿Tan complicado es decir un cortado o café con leche?

La risa de mi amigo resonó por todo el altavoz, llegó a mi oído y me hizo sonreír, porque lo imaginé con el teléfono pegado a la oreja y la mano agarrando su cara a la vez que niega por lo bruto que podía ser yo a veces.

Colgamos la llamada y me giré para mirar más detenidamente el interior del local por el amplio cristal que cubría casi toda la pared.
Camareros con camisas blancas abrochadas y corbata, con la espalda recta y sonrisa de anuncio siempre en su cara.
Ni una arruga en la ropa, ni una mancha en el mantel, ni siquiera un pelo fuera de lugar.

Aquel lugar me causaba rechazo por todos lados.
Yo no pegaba allí.
Con mi cazadora de cuero desgastada, mi camiseta morada de mangas cortas con tiburones y miles de dibujos más estampados, los vaqueros negros más nuevos que tenía y los zapatos blancos que nunca más volvieron  a ser tan blancos como el día que los compré.

Me miré y volví a mirar hacia el interior mientras le daba una calada al cigarro que sostenía entre los dedos.
¿Dónde te has metido, Hugo?

Y es que desde que Gabriel empezó a ganar mucho dinero, estos eran los locales que frecuentaba. Atrás había quedado lo de ir al bar que estaba al lado del apartamento, incluso había tenido intención de dejar atrás ese piso que compartíamos los dos desde hace bastante tiempo.

Yo quería recordarle que solo teníamos veintitrés años, que no se precipitase en todo, pero hizo como si escuchase llover. Cada vez salíamos menos juntos, sus discotecas eran las que te cobraban por entrar y respirar, las que tenían un reservado al que iba famosos y las copas costaban más que un riñón.
Yo, sin embargo, seguía yendo a las mismas discotecas de siempre donde los porteros me dejaban pasar sin cobrarme nada, donde las copas eran malas pero baratas, donde la pista repleta de personas era lo que había, eso y unos cuartos de baño minúsculos en los que costaba follar cuando se daba la ocasión.

Tiro el cigarro al suelo y levanto la mirada, una última vez a través del cristal y me quedo paralizado.
Mis ojos verdes se encuentran con una chica distraída mirando su teléfono móvil, sola en una mesa, quizá esperando a alguien.
Parece ajena a que mi mirada no puede apartarse de ella.
Siento como la garganta me pide que trate saliva y lo hago con dificultad porque no puedo apartar la atención de ella.

Yo que creía que no habría nada que me invitase a entrar en esta cafetería antes de que Gabriel llegase y me presentase a su novia misteriosa, ahora parece que una fuerza invisible me está empujando por la espalda para que entre.
Para que me pare frente a ella, para que me mire y comprobar si puedo ver a través de sus ojos todo lo que su actitud distraída quiere esconder.

Miro el reloj que llevo en mi muñeca izquierda, aun tengo tiempo, sé que Gabriel se retrasará al menos quince minutos.
No tengo tiempo que perder, porque después tendré que ir con él y su novia.
No ha querido decir como es, solo que es la chica más guapa y maravillosa del mundo.
Tampoco su nombre.
Pero debe serlo si está dispuesta a aguantar a mi amigo, más ahora con los aires de hombre con dinero que parece estar tomando.

Frenesí Where stories live. Discover now