Capítulo 43 y epílogo.

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43. Demonio.

La adrenalina no es necesaria para conservación de la vida, y en condiciones normales, su presencia en la sangre es insignificante, no obstante, en momentos de gran excitación, las glándulas suprarrenales secretan grandes cantidades, que actúan sobre el cuerpo estimulando el corazón, estrechando los vasos sanguíneos, elevando la presión arterial al tiempo que libera el azúcar almacenado en el hígado y relaja ciertos músculos involuntarios mientras contrae otros, preparando el cuerpo para grandes esfuerzos físicos, para emociones fuertes.

En la vida junto a un demonio y como demonio, la adrenalina parece estar presente a cada segundo, sin falta, y sin duda llega a hacerse tan común su presencia en la sangre, que la vida sin ésta parece imposible de concebir, igual que la vida sin ese demonio.

Nuestra fiesta de casamiento no fue la tortura que creí que sería, tampoco así todo lo previo, admito que verme a mi misma en un vestido de novia fue de lo más bizarro, sobre todo porque Susana insistió en que debía mandar a hacer mi vestido en la misma casa en la que ella se lo había hecho (lo cual me trajo muchos y abrumadores recuerdos). De ser por mí, me hubiese llevado el más sencillo y simple de todos, pero mi madre también estaba allí. Terminé con algo que me hacía parecer una torta, pero en fin, al menos ahora tenía la fuerza para acarrear con todos estos metros de tela de aquí para allá, durante toda una noche, sin que fuese a inmutarme por el esfuerzo (lo que más me preocupaba del vestido era su largo, y la torpeza que en mí crecía día a día, gracias a que cada vez estaba más fuerte, cualidad a la que mi cerebro todavía no se acostumbraba).

Otras muchas cosas cambiaron en mí y en mi vida desde la mañana que dejamos la casa de Gaspar hasta el día de mi boda. Mis padres regresaron juntos, dejé mi departamento y me mudé con Vicente. Aprendí a andar en moto y a controlar mis poderes. Dejé de tener pesadillas (bien, ya no necesita dormir, pero cuando me dejaba ir para descansar, tal cual lo hacía Vicente, solamente tenía visiones bonitas y agradables); nunca más volví a sentirme acechada y las noches en vez de convertirse en un suplicio se volvieron la parte más gloriosa del día.

Poco a poco, Lucas y Vicente fueron recomponiendo su amistad, primero que nada llegó la confesión de Lucas, eso de una semana más tarde de la noche de mi cambio, Lucía y él se aparecieron en casa para hablar con Vicente y le contaron la verdad, Vicente no lo tomó muy bien al principio, creo que lo que más lo descolocó fue experimentar lo que puede pasar un padre cuando un hombre va a pedirle la mano de su hija, y no porque fuese precisamente Lucas quién se había enamorado de su sobrina. Sin terminar de entender lo que hacía, les dio su bendición. En los días que siguieron, masticó la idea y terminó de asimilar que su sobrina, estaba enamorada de su aprendiz…y por lo visto, las cosas quedaban siempre en familia. Y hablando de familias, a mí me adoptó una fiel y amorosa a la que no tuve problemas en presentar ante mi familia sanguínea.

Las fiestas de fin de año, de ese año fueron hermosas, Vicente puso nuestra casa a disposición y allí se reunieron todos, los Salleses, los Pérsico, nuestros amigos, fue un descontrol de gente y demonios, pero así como mi boda, fue uno de los momentos más felices, porque Vicente y yo, terminamos de entender que esa unión era realmente posible, y para bien.

El primero de enero, junto con un nuevo año, empezamos una nueva vida, una que no tenía fecha de caducidad, una que me hizo, me hace y me haría, cada vez más feliz.

Epilogo.

Diría que la mayoría de las veces es casi imposible hacer que una persona no lleve la decisión que ya ha tomado, adelante. Pero nunca es tarde, nosotros podemos hacer que esa decisión, la cual podía ser la peor de toda su existencia vea algo de luz de esperanza, nosotros somos capaces de mostrarle que incluso, habiendo llegado tan lejos existe un modo de no perderlo y arruinarlo todo. Incluso, siendo lo que somos, podemos demostrarle a la gente que siempre hay tiempo para recomponer lo que está mal, o al menos, para intentarlo y sobre todo, para no empeorarlo aún más.

Somos parte del enemigo y en cierto modo, luchamos para que los del otro bando ganen. No estoy segura de qué será de nuestras almas el día que dejemos de existir, pero algo me dice que no existe nada peor que la tierra; Vicente tenía razón en eso, aquí puedes presenciar todo tipo de atrocidades, el infierno puede estar a la vuelta de la esquina. Por lo que respecta a mí, yo vivo con el paraíso a mi lado, él me dice que me ama, me acompaña, me cuida y aunque no confíe mucho en lo que le digo, sé que si algún día esto se termina, tendremos al chance de conocer algo que serán igual de intenso y maravilloso que nuestro amor. El paraíso espera por nosotros, a cada segundo, a cada minuto, a cada hora, pero mientras tanto, nosotros le damos vueltas y vueltas a la tierra, ayudando a Gaspar a encontrar a esos demonios que si caen en manos de mi padre, podrían convertirse en una amenaza para la humanidad, o incluso para el universo mismo. No es una tarea fácil, ni agradable, pero cuando volvemos a casa y nos quedamos solos con Vicente, abrazados…eso hace que todo valga la pena.

Yo soy la viña verdadera,

y mi Padre es el viñador.

Todo sarmiento que en mí no de fruto, lo corta,

y todo el fruto que dé, lo limpia,

para que dé más fruto…

Si alguno no permanece en mí,

es arrojado fuera, como el sarmiento,

y se seca:

Luego los recogen, los echan al fuego, y arden.

Juan, 15, 1-6

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