Capítulo 40.

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40. El principio sin fin.

- Basta de juegos, basta de engaños, ha llegado la hora de la verdad. Ahora solamente estamos tú y yo, como siempre debió ser-. Se paró delante de mí todavía con la daga en alto, su mano derecha rodeaba la empuñadura y con la yema del dedo anular izquierdo sostenía la hoja paralela al piso. Se inclinó sobre mí por lo que entré en la atmósfera de olor que de él emanaba: una mezcla de podredumbre y tabaco-. Mírame bien- entonó desafiante-, mira mis ojos- se me acercó todavía un poco más, su nariz y la mía casi se tocaron-. Esto será lo último que verás-. Colocó su mano izquierda sobre mi pecho, los latidos de mi corazón rebotaron contra su palma, mi corazón latía a cien kilómetros por hora-. Dile adiós al mundo- entonó alejándose lentamente-, no pienso permitir que vivas eternamente. Adiós Eliza, dale mis recuerdos a mi padre.

Salvador tomó impulso y se abalanzó sobre mí. Con una pasmosa claridad percibí la daga adentrarse en mi cuerpo capa a capa, rasgando primero piel, la carne, empujando huesos, lacerando venas, lastimando órganos vitales. Dolió, dolió mucho, pero al instante el dolor se confundió con una sensación cálida que me mojó el abdomen y las piernas. Sentí como si estuviesen arropándome con una manta tibia y húmeda. Bajé la vista y vi la sangre, mi sangre.

Mi ritmo cardíaco empezó a mermar, dando golpes desacompasados cada vez más lentos y trabajosos. Los pulmones se me pusieron pesados, con cada fracción de segundo que pasaba, me costaba más respirar. Mi cuerpo se fue durmiendo de apoco hasta que ya no sentí más el dolor de la mano rota, ni el ardor de la quemadura, pero mí conciencia seguía allí, inalterable. Me estaba separando de mí misma, de mi parte física.

Primero se fue la luz, luego desaparecieron los sonidos y por último las sensaciones. El dolor se esfumó por completo, así también el miedo, las dudas, los rencores, quedó solamente el amor, el amor y una sensación cálida. A pesar de que ya no sentía mi cuerpo, experimenté como si flotase en una burbuja negra pero al mismo tiempo llena de luz, en la que no existía arriba ni abajo, no me dio vértigo, esto era pura placidez y calma, así debía sentirse estar dentro del útero materno.

Buscar la libertad transformándome en un demonio parecía ridículo ahora, esta era una libertad más allá de lo imaginable. Felicidad suprema.

Energía pura, así soy- me dije expandiéndome al espacio.

Este es solo el principio, el principio sin fin.

Deseaba dejarme llevar, vivir por siempre en la calma y la alegría de éste lugar al que no sé cómo, vine a parar, pero algo me frenaba impidiéndome ir más allá…Vicente…no quiero separarme de Vicente; su sonrisa y sus ojos se aparecieron ante mí, recordé los mejores momentos a su lado, esas situaciones iban tan bien ahora, parecían hechas de lo mismo, pero él no se encontraba aquí, no sé ha dónde se lo llevaron, no sé si está bien, ¿y si Salvador no cumple con su promesa, y si lo lastima o lo hacer sufrir?

- No puedo quedarme aquí- dije. Me llené de angustia.

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".Where stories live. Discover now