Capítulo 12

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Decepción.

-  Ya sé que sabes de Eva, pero cuánto más te ha contado Vicente sobre su cambio.

- Casi nada, lo poco que sé es porque lo he deducido o adivinado de casualidad; él siempre procuró mantener su pasado y su historia detrás de un velo de secretismo y lo que me contó lo hizo a cuenta gotas. Siempre creí que no me contaba nada por vergüenza, sentía que él tenía miedo de defraudarme o algo así- inspiré hondo y solté el aire en una mezcla de suspiro y jadeo de dolor-, ahora comienzo a creer que simplemente no le importaba en lo más mínimo compartir nada conmigo-. Me tomé unos segundos para recomponerme, segundos que Gaspar respetó sin siquiera amagar interrumpir. Durante esos largos segundos recordé aquella mañana en la cocina de su casa de campo, yo tenía una resaca terrible, comandada por nauseas insoportables, y él muchas ganas hacer que yo me apartase de su lado, o incluso de asustarme, me dijo que se había entregado buscando volver a sentir y qué lo había llevado hasta ese punto de insensibilidad (al menos a grandes rasgos)-. Sé que entregó su alma voluntariamente pero sin saber que se convertiría en un demonio- rememoré en voz alta-, sé que tu hija Eva fue la receptora de un alma hace ciento veinticinco años. Vicente me explicó que por aquel entonces ya no se sentía conectado con nada de este mundo, sé que para ese entonces llevaba mucho tiempo alejado de la que fue su familia y que prácticamente se había abandonado a sí mismo…

- Una vez me negué a contarte la historia pero ahora comprendo que hice mal, de nada sirve ocultar la verdad por más desagradable que ésta pueda resultar, sobre todo cuando su conocimiento puede ayudar a evitar mucho dolor y sufrimiento. Siento tu dolor, soy conciente de cuanto lo amas aún hoy, con todas las dudas y los temores que te embargan y también sé que un día Vicente se sintió igual que tú, amó a un extremo incomprensible cuando creyó que ya no era capaz de sentir absolutamente nada. Él se entregó por completo a un sentimiento que creyó lo salvaría de todo mal y por eso se ofrendó a si mismo al infierno, sin que le importase si se convertía en un demonio o si ardía eternamente al abrazo de las llamas del diablo.

- ¿Cómo?- balbuceé casi sin aliento, sentía como si tuviese la pata de un elefante sobre mi pecho. Esto sin duda iba a ser mucho más de lo que Vicente me hubiese contado antes sobre su vida.

- Permíteme que empiece por el principio…

Gaspar me arrastró con sus palabras al año mil ochocientos veinticuatro, en lo que hoy es Alemania tal como la conocemos como país, mucho antes de que se instaurara el Imperio alemán, cuando la Confederación Germánica llevaba nueve años establecida, más precisamente a la nórdica ciudad de Hamburgo.

- Por aquella época Hamburgo ya era una gran ciudad gracias a su puerto.

Llegué allí por negocios…negocios del tipo humano- aclaró-, Leandro me acompañaba. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Eva, mi mirada se topó con la suya una fría y húmeda noche de otoño, en que luego de subir y bajar muchos puentes, llegué a la Deichstrasse, que es la calle del casco histórico que concentra aquellas tan típicas viviendas que también servían de almacén para los comercios de la época. Yo estaba solo, recuerdo que aquella noche salí en busca de un poco de paz y tranquilidad, pero no la encontré, llevaba menos de quince minutos andando cuando sentí algo en el aire. Había llovido todo el día, las calles todavía estaban húmedas y el cielo cubierto y amenazante, de modo que no eran demasiadas las personas que se habían animado a salir. Lo que sentí no tenía nada que ver con la carga eléctrica que dejara la tormenta luego de su paso. En un primer momento no asocié lo que percibía con aquello que ya había notado muchas veces y que lograba identificar con mucha claridad; mi familia ya casi estaba conformada en su totalidad tal como la conoces tú hoy en día. Noté que en esa joven mujer de largos cabellos negros y profundos ojos azules había mucho más que resentimiento hacía su situación fuera cual fuese ésta, ella estaba llena de energía, de un poder deslumbrante, hipnótico y atemorizante. Descubrir a aquella mujer me inquietó, conocerla fue como descubrir que la tierra está bajo amenaza de una imparable catástrofe. Luego de verla alejarse en el sentido contrario al que yo llevaba, sin poder moverme, sin ser capaz de reaccionar de modo alguno, regresé a la posada en la que me hospedada, todavía más desmoralizado que cuando había salido. Pese a mi mal presentimiento, no conté nada a Leandro, me guardé para mí, en el más estricto secretismo, la turbación que esa mujer había causado en mí. Intenté convencerme de que solamente era una simple humana, de que lo que yo había percibido sobre mi piel y dentro de mí, no era más que una exageración del mal humor o de la angustia que esa mujer pudiese haber estado sintiendo en aquel momento-. Gaspar se pasó una mano por la boca y el mentón con un gesto de abatimiento, al hacerlo apartó su mirada de mí y la desvió en dirección al poco tránsito que circulaba por la calle-. Perder la capacidad de dormir, de desconectarte del mundo, por momentos, puede transformarse en una tortura, más que en un don. Esa noche la falta de sueño fue una tortura. Pasé diez horas sentado en un sillón, en una sala fría y húmeda pensando en esa mujer, intentando comprender porqué todavía tenía ese mal sabor en la boca. Cómo no fui capaz de hallar una respuesta, en cuanto despuntó el sol salí del hotel con la firme intención de borrarla de mis pensamientos. Todavía era tan temprano que el mercado de la ciudad aún no habría, es más, casi toda la ciudad aún continuaba dormida. Vagueé por horas hasta que conseguí que mi mente regresara a su sitio, o más o menos. Esa tarde Leandro y yo teníamos compromisos de negocios y en la noche teníamos una cena en casa de un importante hombre de la ciudad. El ajetreo del trabajo me ayudó a terminar de apartarla de mis pensamientos. Tres días más tarde ya me había convencido de que lo sucedido no había sido más que una exageración de mi parte, que en la ciudad no había ninguna persona que se ajustara al perfil del tipo que sería candidata a ser visitada por mí o por otro demonio de mí tipo, pero me equivocaba de cabo a rabo. Esa buena noche- dijo en tono sarcástico y melancólico-, fuimos invitados a cenar a casa de otro importante comerciante de la zona, de hecho era un hombre que manejaba lo que hoy podríamos llamar un monopolio, en barcos de transporte de mercaderías. Leandro lo había conocido durante el almuerzo, habían sido presentados por uno de nuestros socios en la ciudad. Ambos congeniaron desde el primer instante y no tardaron en comenzar a hacer planes para trabajar en conjunto, antes de que el almuerzo terminara este hombre lo convidó a él y a mí, su socio, a unirnos con un selecto grupo de comerciantes y personalidades del momento, a participar en una intima reunión familiar que ser relazaría en su casa-. Dejó traslucir en sus labios una sonrisa amarga-. Cuando Leandro me extendió la invitación del hombre, accedí de inmediato, no tenía porque desconfiar y saber que pasaría la mayor parte de la noche entre un grupo de personas, comiendo y bebiendo, planteaba un panorama más sencillo y relajado que esperar tener que pasar toda la noche en vela luchando por intentar concentrarme en un libro, o por no empezar a ver en la oscuridad el reflejo de mis peores temores- Inspiró hondo-. Me engalané para la ocasión- dijo soltando el aire-. No tenía de qué sospechar- añadió y luego guardó silencio por un momento-. Salimos del hotel y nos montamos en un coche de alquiler tirado por dos magnificas bestias, la noche era muy fría, las nubes se habían alejado y el aire olía a fresco; todo daba la impresión de ir de maravillas. Pero el sueño se cerró de mí de un portazo en cuanto se cerró la puerta del coche a mis espaldas y se abrió la de la mansión Loffler. Fue como si el edificio de tres pisos que tenía delante de mí, se me derrumbara encima. Recuerdo que me quedé paralizado ante las escalinatas de la puerta de entrada. Una oleada de agonía y crueldad me llegó directo al corazón, recuerdo que le dije a Leandro que teníamos que dar media vuelta y regresar al hotel, por supuesto él no comprendió de qué hablaba, no entendía nada y tampoco sentía lo que yo. Me sugirió, que si realmente estaba percibiendo algo tan potente, lo mejor sería que entrásemos a verificar la situación por nosotros mismos, que si realmente se estaba cocinando algo dentro de la casa, debíamos entrar y averiguar qué era. Y estaba en lo cierto- suspiró-, no podíamos ni debíamos huir, fuese lo que fuese que aquello debíamos hacernos cargo. No es conveniente librar al azar una sospecha de este tipo, por el bien de todos, al menos yo lo considero así, y le he enseñado también a mis hijos a pensar de ese modo, que cualquier atisbo de don debe ser verificado y de ser posible orientado, antes de que caiga en manos equivocadas; eso ha pasado demasiadas veces…- añadió y creí notar cierto agotamiento en su voz.

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora