Capítulo 24.

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Las doce sillas.

Lo primero que sentí fue el húmedo frío que me transmitía aquello sobre lo que me encontraba recostada y que traspasaba mi campera de cuero y mis pantalones de jean. Era una superficie dura, áspera, parecía hielo. Me costó mover los dedos de las manos, los tenía entumecidos y helados, al igual que el resto del cuerpo. Mi cuello y hombros estaban tensos y en cuanto intenté mover la espalda para incorporarme, se me escaparon las fuerzas; creí que iba a desmayarme otra vez. Así, con los ojos cerrados, me tomó cinco largas y profundas respiraciones, recomponerme. Estiré los dedos de las manos y palpé el suelo con las yemas; era roca, fría y extremadamente húmeda.

Abrí los ojos, pero no conseguí ver nada, la oscuridad era absoluta. Nunca antes en mi vida había experimentado la completa ausencia de luz, fue peor que continuar con los ojos cerrados; tener los ojos abiertos, intentar enfocar y no lograr ver nada resultó un tanto desesperante, además, claro está, esto no era una buena señal. ¿Dónde me hallaba, qué había sucedido? ¿Dónde estaba Vicente?

Ayudándome con una mano, tanteando con la otra para no golpear mi cabeza contra nada, me incorporé. La cabeza volvió a darme vueltas, pero esta vez el malestar se disipó de forma rápida.

- ¿Vicente?- entoné luego de despegar la lengua del paladar; había vomitado y mi boca tenía un sabor horrible, además de estar reseca y áspera.

No me contestó más que mi propio eco, por lo que adiviné que debía encontrarme en un lugar muy amplio, o con un techo muy alto, y seguramente, también vacío.

El dolor de cabeza dio comienzo luego de que una sensación similar a que me atravesasen el cráneo con un hierro caliente, desde la nuca hasta la frente, me atacase así de la nada. Me llevé ambas manos a la frente, allí se concentraba el dolor ahora, y solté una maldición. Las nauseas volvieron.

La cabeza me dolía tanto que tardé en reconocer el fortísimo vaho que me llegaba a la nariz por medio de una corriente fría, desde el lado derecho de mi cuerpo. Abrazándome a mí misma, giré sobre el piso encogiendo las piernas, tenía miedo y sabía que esa era la reacción más saludable con la que mi ser podía responder.

Algo muy malo sucedió- me dije a mí misma, lo sentía en mi corazón, y la oscuridad que me rodeaba era prueba de ello, la muerte de Bruno era solo el principio de algo mucho peor. Me dio un escalofrío que me hizo estremecerme de pies a cabeza; me eché a temblar.

El mal olor se intensificó todavía más, era horrible y no me dejaba pensar.

Cuando sentí que se me aflojaba la espalda, intenté apuntalar el peso de mi torso y cabeza sobre los brazos, pero mis hombros no tardaron nada en fallar, me estaba desvaneciendo otra vez y el vaho a putrefacción mezclado con carne quemada y solamente sabe Dios qué más, era el responsable de ello.

Al no poder ver, todos mis otros sentidos se pusieron en alerta y de ellos dependía para no quedar indefensa; hubiese deseado haber perdido el olfato, ya que mi cerebro terminó siendo copado por el desagradable hedor; por suerte, algunas neuronas pudieron encargarse de reconocer lo que mis oídos captaban. Un movimiento lejano de arrastre o quizá fuese un suave rose sobre el piso de piedra; el sonido venía en mi dirección, de eso, no me quedaba la menor duda.

Retrocedí deslizándome por el suelo en un burdo intento por procurar escaparme.

El sonido se detuvo. Yo también.

Lo que sucedió a continuación, llegó sin advertencia previa. Una luz intensa y azulina estalló delante de mí, a un par de metros de distancia, encegueciéndome. La luz se dibujó en forma de rectángulo, pero no comprendí eso hasta que cerré los ojos y volví a verlo reflejado sobre mis párpados, la imagen había quedado grabada en mis retinas.

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".Where stories live. Discover now