Capítulo 35.

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35. La bestia.

El ventanal del lado izquierdo de la amplia cocina estalló por los aires con un estruendo que dejó mis oídos zumbando. Cuatro pesadas manos me obligaron a tirarme al piso, los dos cuerpos formaron una concha protectora por encima de mi espalda.

En cuanto el estallido terminó de hacer eco en mis oídos, me llegó el desgarrador tono de un aullido capaz de quebrantar la valía del ser humano más corajoso.

- Llévensela- gritó Diogo poniéndose de pie.

Por detrás de sus hombros apareció una figura enorme, la bestia era mitad humana, mitad demonio, es por eso que lo reconocí. Su nombre brotó de mis labios sin que me diese cuenta de lo que hacía; él, como respondiendo a mi llamado, extendió las alas y las sacudió, su lado derecho barrió con los platos, los vasos y los cubiertos.

- Mierda- jadeó Sofía al verlo.

La luz escondida debajo de las alacenas resaltaba las hendiduras entre sus huesos y carne, parecía que alguien había pintado en su piel, las sombras que naturalmente cada forma de su fisonomía, marcaría a la luz rasante.

Su aspecto daba miedo. Llevaba el pelo revuelto y sucio, tenía sangre en las manos y en el pecho desnudo. Sus pantalones (la única pieza de vestir que llevaba puesta, ya que no tenía camisa y zapatos) estaban tan raídos y sucios que daba la sensación de que llevaba un año corrido usándolos.

No exagero al decir que su masa muscular sino se había cuadruplicado, al menos era el triple de grande que la primera y última vez en que  estuvimos frente a frente.

- ¿Me recuerdas?

Su voz no era la misma.

- Me condenaste.

Tragué en seco.

Estirando el cuello y el pecho, Sergio soltó un rugido aterrador que reventó los cristales que habían quedado en pie.

Sucedió todo demasiado rápido: Diogo me empujó dándome un golpe en el pecho, las manos de Sofía me rescataron de caer de espaldas; Sergio dio un salto, lo vi elevarse en el aire pero no presencié su caída, fui arrancada de la cocina a los tirones.

Por el ruido, creí que alguien había tirado una pared abajo. La casa se estremeció. Grité el nombre de Diogo y tropecé. Kumiko cayó a mi lado entre una lluvia de escombros, cristales y sillas. La bestia volvió a rugir. Oí un grito y quise morirme, provenía de la garganta de Diogo.

- Corre- me ordenó Sofía.

Kumiko se levantó. Su muslo izquierdo sangraba profusamente de un corte que podía verse a través del rasgón en sus pantalones.

Casi llegábamos a la puerta que conectaba el comedor con el living cuando Sofía me propinó un empujón. En la pared de enfrente nuestro se clavaron un centenar de cubiertos entre tenedores y cuchillos. Algunas de las piezas de plata quedaron incrustadas en la pared, otras se desprendieron y cayeron sobre nosotras.

- Puede mover cosas- le gritó Sofía a Kumiko.

Y sí que podía, uno de los sillones del living golpeó contra la abertura de la puerta y cayó al suelo sobre su parte posterior.

Trastabillando, Sofía me obligó a saltar el obstáculo. Me di vuelta para verlas pasar y se me cortó el aliento al ver que Sergio tomaba a Kumiko por el pelo y la lanzaba hacia atrás.

Kumiko soltó un alarido.

- ¡Vete!- me gritó Sofía dándose la vuelta.

Titubeé, no quería dejarla allí para que enfrentase sola a aquella cosa, quizá si corría pudiese llegar a la verja de hierro, pero no mucho más allá.

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".Where stories live. Discover now