54. Thomas Shelby (1/?)

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Advertencia; recién salido del horno por lo tanto no he tenido tiempo de checar ortografía.

Parecía como si sus pestañas tuviesen arena pegada a ellas, los párpados pesados impidiéndole levantarlos para mirar a su alrededor. Sin darse cuenta su nariz se arrugó ante el inesperado y desconocido aroma que le rodeaba. La cabeza le dolía como nunca antes incluso aun podía sentir ese irritable zumbido en sus oídos; lo único que quería era acurrucarse y esperar a que el mundo dejase de darle vueltas. Sin embargo, no podía darse ese lujo pues la piel expuesta de sus brazos estaba siendo lastimada por las pequeñas piedras del suelo donde se encontraba tirada.

El inconfundible sonido del viento era lo único que podía distinguir con total claridad, muy a lo lejos se escuchaba el débil murmullo de las personas, las pisadas y, si el zumbido en sus oídos se hubiese esfumado por completo, hubiera sido capaz de notar el resonar de los cascos de caballos contra el suelo.

Poco a poco fue levantando su torso del suelo, las irregularidades del suelo clavándose en las palmas de sus manos. Ahora eran sus piernas descubiertas las que estaban a merced de aquella dureza. Sus ojos comenzaron lentamente a abrirse, pupilas dilatándose debido al inesperado rayo de sol que se había colado entre las nubes grises que adornaban el cielo. ¿No era de noche cuando salió de su hogar? El aliento se quedó atascado en su garganta e importándole muy poco la sensación de vértigo que comenzó a inundar cada parte de su ser, se puso de pie. Parpadeó con desesperación, como si ese simple acto pudiese borrar la imagen que tenía enfrente. No lo hizo.

Había una ligera neblina cuyo propósito probablemente era darle un aspecto más sombrío y gris al lugar donde estaba. El aire que entraba a sus pulmones se sentía pesado, cargado de humo negro que solo ocasionó que sus piernas comenzaran a temblar como gelatina. ¿Dónde estaba el color o la pureza del viento? Con manos temblorosas trató de encontrar su celular en la bolsa que tenía cruzada sobre su pecho, pero no no había dicha bolsa. El pánico empuñó sus entrañas, con ojos frenéticos buscó en vano por cada rincón del suelo sus pertenencias, sintió un vuelco en el corazón cuando se dio cuenta de que no tenía nada, se encontraba sola y aparentemente perdida en un lugar que vaga mente le parecía familiar, pero que al mismo tiempo le ponía los vellos de punta.

El frío caló en lo más profundo de sus huesos pues el vestido que cubría su cuerpo le llegaba un poco más arriba de las rodillas y la tela no era lo suficientemente gruesa para mantener el calor corporal. Tenía que moverse y buscar a alguien que le ayudase, pero ¿a dónde ir? A su izquierda estaba lo que parecía ser el canal de un río o algún tipo de desembocadero de aguas negras, no lo sabía mientras que a su derecha una pared de piedra sucia y gris le saludaba. Abrazándose a sí misma respiró profundamente en un triste intento por calmarse porque estaba segura de que en cualquier momento se echaría a llorar pues no recordaba cómo había llegado a ese lugar tan... frío, sin vida. El suelo crujió bajo sus pisadas, las piedrecillas ayudándole muy poco a mantener un paso firme y seguro.

Caminó, caminó y caminó hasta que el bullicio se fue haciendo cada vez más fuerte, más claro y, aunque una vocecita dentro de su cabeza le gritó que algo estaba terriblemente mal, aceleró sus pasos. Pronto se encontró caminando por calles de aspecto sucio y rígidas; casas con puertas de madera desastillada, maltratada al igual que las escasas ventanas.

Una señora de unos cincuenta años con cabellos tan negros como el suelo bajo sus pies fue la primera en fijar su vista en aquella desorientada joven, pero lejos de preocuparse o querer ayudarle, bufó con desdén antes de darse media vuelta e ingresar a su hogar. ¿Acaso esa muchacha no sabía que el burdel estaba en el otro lado de Small Heath? Poco a poco el resto de los habitantes de aquella zona de Birmingham comenzaron a darse cuenta de aquella desconocida pues destacaba como una gran luz blanca en medio de la oscuridad. No encajaba, al menos no fuera de las paredes del burdel que muchos hombres conocían y que algunas mujeres fingían no hacerlo. Ese vestido rojo pegado a su silueta destacaba los atributos que toda mujer tenía, pero que si querían conseguir un buen esposo nunca vestirían. Ella no parecía pertenecer a las sucias y brumosas calles de Small Heath, el hogar donde el peligro estaba a la vuelta de la esquina.

One shots (Multifandom)Where stories live. Discover now