89. Nunca supimos quién fue

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Me despierto con la suave melodía en violín de All I Want. Me están llamando. Tengo la mejilla en el frío piso, las piernas encogidas como la portada del álbum de Katie Herzig. Debí haberme quedado dormida. Me duelen los ojos, la boca, la parte de abajo de mi nariz, mis brazos entumidos y mi pecho. Te daría el sol continua cerca de mi corazón, deseando que fuera yo la mujer que se aprendió tantas cosas en tan corto tiempo, queriendo ser yo la mujer que tuvo el amor imposible y que al final falleció en aquel accidente. Debí haber muerto en aquella piscina.

     El numero que me marca es desconocido. Tengo a todos, menos el de mi padre registrados, así que probablemente sea él. Bloqueé a Nick, así que tampoco creo que sea él. No tengo ganas de hablar con mi padre y tampoco quiero ver a nadie. Apago el celular y lo dejo sin ánimos en el suelo, en donde continuo como la mustia que soy en realidad.

     ¿Quién me creo? ¿Quién me he creído? Con tantos libros. Con tantas novelas. Con tantos deseos. Con tan poco de todo. Al final soy y seguiré siendo una niña cualquiera a la que no pueden amar por completo.

     Me doy una ducha al despertar, con algo más de calma y con algo más de fuerza. Tengo que ir a clases y no puedo darme el lujo de faltar. Gracias a Dios que Nick ya no sé aparecerá por allí, porque ya tiene su título universitario y todo eso.

     Antes de que pueda frenar a mí yo interno, me recuerda que Nick me había pedido mudarme con él. Mudarme con él. Qué bruta, ¿no? Pensando qué siendo tan joven podría irme a vivir con alguien. Mi madre tenía quince años, y mi padre tenía veinticuatro cuando se casaron. Mi madre tenía diecisiete cuando tuvo a Sansón, diecinueve cuando tuvo a Diego, veinte cuándo tuvo a Lázaro; todos hombres, lo que mi papá quería. A mi me tuvo a los treinta, sin avisar, sin pedir permiso de nadie, sin ser deseada, sin ser hija de nadie, porque eso es lo que sé hacer mejor. En honor a mi abuela, mi madre me puso Hermelinda. Mi padre me puso Luisa como nombre de iglesia, en honor a su madre. En el registro civil, mi nombre completo aparece como: Hermelinda Luisa Herrera Hernandez. Qué raro es que me acuerde de todo eso ahora, cuando antes no le veía mucha importancia.

     Suerte para mí, porque mis ojos ya se han recuperado un poco. Le hago mi tratamiento normal a mi pelo y a mi cuerpo, cuando estoy perfecta para encarar nuevamente al mundo. Veo el desastre que hice estando en mi peor momento, y lo levanto con mucha calma y tiro a la basura la mayoría de los libros, que un momento lejano de mi vida, me habían encantado. Tiendo mi cama. Peino mi melena castaña de capas y me calzo las botas negras, porque las cafés terminaron a la basura como el resto de mi pasado. Voy a dejar de repetir mis errores.

–      Meli, buenos días –me saluda Sarah.

–      Buen día –me aclaro la garganta antes de responder.

–      ¿Todo bien? –pregunta al ver mi pálida piel.

–      Sí.

     Me siento en la mesa, y me sirvo el desayuno. Mi subconsciente trata de recordarme que Nick lo hubiera hecho mejor, pero no se lo permito. No veo a Carol y tampoco a Raúl; sí por mí dependiera, Raúl se podría ir mucho al demonio. Podría quedarse en el más averno rincón del mundo, a su lado irían mi padre y Nick. Tres hombres en mi vida que ya tengo en la ruleta rusa, e irá en aumento al pasar los años.

–      ¿Raúl y tu están peleados? –La pregunta me baja la guardia, pero me recupero de inmediato.

–      Sí.

–      ¿Es por Lucía?

–      No –ya estoy apretando la mandíbula otra vez.

–      Meli, ¿tú quieres a mi hijo?

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ