16. Juego infantil

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Si necesitas ayuda divina, abre un frasco en el interior

de un templo y vuelve a cerrarlo antes de marcharte.

(Mi madre nos dijo que a veces se escondía de sus "situaciones" de hogares adoptivos en iglesias cercanas. Sospecho que un simple frasco no le habría servido de mucho, pero nunca, por más que insistieras, le sacabas gran cosa sobre esa parte de su vida.)

En la esquina de la hoja escribí: "Todos necesitamos un frasco. ¡El mío es enorme!"

Lo anoté con plumón permanente para que nunca se me olvidara. Amo este libro, alegra mis días. Recuerdo que, en la escuela, solía ocupar mis treinta minutos de recreo para leerlo hasta que las páginas se desgastaran. Estela me acompañaba en mis "huidas", y me ayudaba a subrayar y a escribir un mensaje de agradecimiento para el autor o la autora que leyera en ese tiempo.

Estoy demasiado absorta por la historia de los gemelos NoahyJude, que paso por alto los eventos que suceden en mi campo de visión: la silla plegada de la mesa se desliza, la nueva presencia se sienta justo enfrente de mí. Probablemente sea alguien con hora libre. Sin embargo, una fragancia, una mirada intensa, un ojo que me observa a través de una grieta, o, vete tú a saber qué... pero sea cual sea la fuerza que me obliga a levantar los ojos de mi libro, también me susurra que prepare mis cachetes para una abrasadora dosis de timidez.

El corazón casi se me sale del pecho cuando veo a Nick. Está sentado frente a mí, con los ojos clavados en los míos, avasallándome. No puedo evitar que sus bellos ojos grises me cautiven. Han adoptado un toque azul cielo que me vuelve loca. Me mira. Le hace gracia ver mis mejillas encendidas, porque ríe por lo bajo.

Estoy tan confundida y embobada gracias a su intensa mirada y cómoda sonrisa que... para curar los cosquilleos y la borgoña en mi espalda, cuello, mejillas y orejas, me obligo a devolver mi atención al mundo fantástico de NoahyJude. Tengo que suplicarle a mis ojos que no vean el colmillo que asoma en su labio inferior, pero estos me traicionan.

«Dios, es muy cautivador.»

Tiene los brazos flexionados y apoyados sobre la mesa de madera; esa es su postura favorita. Me mira, luciendo coqueto; y yo, como una cría inexperta (que realmente soy) no puedo sostenerle la mirada, pero tampoco dejar de morderme el labio inferior como una esmerada. Sus ojos en la portada de mi libro, en mis manos, en mis brazos, en mi cabello, en mis labios (que se mueven con cada diálogo o consejo que leo de la abuela Sweetwine) es demasiado. Vuelvo a mirarlo: tiene la barbilla apoyada en la palma de su mano, como la primera vez que establecimos contacto en la cafetería. Sonrío porque pensar en lo seductor que puede llegar a ser Nick con una sola pose, es deslumbrante.

Siento un golpecito suave en mi tobillo. Es Nick. Repite el movimiento una, y otra, y otra, y otra vez como niño chiquito, como si estuviera tratando de decirme: "Aquí estoy, mami. Mírame, mírame".

«¿Querrá que lo toque también?, ¿que levante los ojos de mi libro?»

Sólo de pensar en enfrentarme a sus ojos grises..., se me alborotan hasta los colores de la conciencia. Nick vuelve a hacerlo, y es entonces, cuando le devuelvo el saludo: un golpecito ligero. Me corresponde, y yo también. Sonrío como una tonta cuando escucho su risita ahogada e infantil.

Es un ángel. No puedo pensar en otra cosa..., o en alguien más. Incluso olvido que sus hermanos están a unos metros de nosotros.

Nick interrumpe nuestro juego infantil. Se levanta de su silla, rodea la mesa, y se arrodilla a un lado de mí. Está a centímetros de mi hombro, y yo no podría ser más feliz. Ordeno a mis labios que se mantengan serios, pero estos no pueden evitar que el pliegue en mi comisura ondee ligeramente hacia arriba... cuando el dedo índice y el de en medio de Nick, acarician tiernamente mi mano, muñeca, brazo (camisa), hasta que estos tararean en mi hombro como dos piecitos representando a: El Cadaver de la Novia. Nick recoge un mechón castaño de mi pelo, y lo coloca detrás de mi oreja. Estoy como un tómate.

Acaricia con la almohadilla de su pulgar mis rosadas mejillas. ¡Me rindo! Mi fuerza de voluntad, y las advertencias de mi fuero interno..., se acaban y callan por completo. El ardor es remplazado por una descarga eléctrica que corroe mi sistema nervioso. De esas que te dan... cuando estás a punto de conocer a la mente maestra detrás de un crimen perfecto.

Ya no le presto atención al libro, o, a las personas, o, a mí misma. Me atrevo a perderme en su mirada. Sus labios carnosos y ojos azules vivaces, me estropean años de buen comportamiento. Hay vida detrás de la nube gris que asoma en su iris.

Retira su mano y me entra el pánico, pero su sonrisa me tranquiliza y asegura que nada está pasando. Sigo confundida. Estoy rara. Tengo ganas de hablarle, pero la biblioteca no es un lugar adecuado para iniciar una conversación.

«Aunque sí, para dejar que te acaricie las mejillas, ¿no?»

(Cállate subconsciente.)

No me interesan sus advertencias, o, las de Estela, o, los avisos de mi madre cuando tuve edad para entender que a los hombres sólo les interesa una cosa: sexo.

Me sorprende y alegra cuando toma su mochila... ¡Y también la mía!, como un gesto amistoso que planea un secuestro.

Con la mirada me dice que lo siga. Y lo hago.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora