59. Ahora no necesito que me reciten a María Félix

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Lava los platos sin dirigirme la palabra. Este silencio me está cortando la respiración, no me gusta que se ponga así, no sé muy bien cómo tratarlo cuando está es su estado cerrado.

–      ¿Estás bien?

–      Sí –se limita a contestar.

–      Nick, no quiero que me digas: sí. Quiero que me digas cómo te sientes –le explico.

–      ¿Por qué? –pregunta con ese tono que no me gusta.

–      Porque es obvio que no estás bien y quiero que me digas lo que pasa. Como lo que sientes acerca de lo que tu padre dijo.

     Deja la esponja caer sobre el agua al igual que el plato de cristal. Si no estuviera llena de agua el lavabo, el plato se abría roto; lo mínimo que hizo fue dejar el suelo y las cortinas de la cocina con gotas llenas de espuma. Se voltea y me planta una de sus caras que le arruinan el rostro. Esto no va a acabar bien.

–      ¿Por qué? No sirve de nada que me desahogue. No sirve que me hagas cientos de preguntas y que al final te termine contestando lo miserable que estoy.

–      ¿Qué te pasa? –me atrevo a preguntar en su estado corrosivo. Sé que está molesto, pero está canalizando toda su ira en mí, cuando debería de buscar a su padre para hablar acerca del asunto.

–      Me molesta que trates de arreglar mis problemas todo el tiempo. –Me habla en un tono que me pone furiosa. Antes ya lo había empleado y me prometió no volver a usarlo. ¿Qué pasó? ¿Se le olvido o qué?

–      Tal vez debas de quedarte a solucionarlos por tu cuenta –le sugiero con la voz llena de irritación.

–      Sí, quizás eso deba hacer –hace un gesto con sus manos con la intención de burlarse de mí y dice–: te lo agradezco, eres tan sabia como quieres aparentar siempre.

–      ¡¿Cuál es tú problema?! –exploto.

–      ¡Ninguno!... ¡Dios!

–      ¿Ninguno? –pregunto con la voz cargada de burla–. Tú estás bien, yo estoy bien, pero lo cierto es que jamás me dices lo suficiente.

–      Así soy yo, ya deberías saberlo.

–      ¡Sí lo sé! ¡Esa es una de las cosas que más odio, pero que al mismo tiempo amo en ti..., blondo estúpido!

–      ¡¿Entonces por qué te quejas?! –nuestros gritos se escuchan por toda la casa, pero me vale que nos escuchen, no pienso dejarlo ganar–. ¡Te comportas cómo si fuera la gran cosa, pero lo cierto es que esto pasa todo el tiempo! ¡Siempre quieres controlar todo y eso es lo que más odio!

     Veo en sus ojos el arrepentimiento, pero no me dice nada, sólo se voltea y me ignora. Me hubiera gustado que me dijera que eso es lo que más ama, y sé que así es, pero su estúpida forma en dejar correr sus problemas me llena de tanta rabia.

–      Que conste que eres tú el que me está dando la espalda, Nick –le digo antes de irme.

     Mientras yo trato de sacar fuerzas, veo que mi chico se debate en dejar o no la cocina para seguirme. No lo hace.

     Tengo los ojos cristalizados cuando cruzo por el umbral de la puerta. Me preparo para romper en llanto en cuanto salgo de su casa. Mis pulmones reciben amistosos el aire del exterior; esa es la diferencia entre nosotros, yo sí soy capaz de buscar algo mejor y no me quedo en un espacio que bien podría destruirme.

     <<Dios mío>>

     Me estoy pareciendo cada vez más y más a mi madre. Curioso, ¿no? La persona a la que más evito en parecerme, es a la que más tendencia tengo en convertirme.

     Camino por todo el sendero hasta encontrar la estación que me trajo aquí la primera vez. Qué bueno que traigo mis botas deplorables que sirven para el pavimento, si no la situación sería mucho peor.

     Ya no tengo ganas de llorar, creo que es porque una parte pequeñísima de mí, sabía que tarde o temprano, Nick terminaría por decepcionarme; más tarde que temprano. Esa es la única constante en mi vida: la decepción. La gente siempre termina decepcionándome. No sé por qué me esfuerzo.

     Camino por no sé cuanto rato, hasta que me doy cuenta de que se me ha olvidado mi mochila. Y mochila favorita para acabarla de amolar.

     <<Maldición.>>

     Me detengo. Quiero regresar sólo por la mochila, porque allí traigo todo lo de la universidad y mi diario. No, no regresaré a esa casa jamás en la vida, no creo que sea problema, dado que todos, a excepción de los padres, me odian; soy bien recibida por su parte, son sus hijos los del problema... Todos sus hijos son un problema.

     Ya veré cómo le hago. De todas formas, lo peor que puede pasar es que toda la comitiva lea lo que escribí durante este mes y la verdad, ése es el menor de mis problemas. Le pediré a un compañero que me preste sus apuntes para tomar nota y me compraré otra mochila con lo que queda de mi dinero, o reciclo una vieja que tengan Carolina o Raúl.

     Justo cuando empieza hacer frío, me doy cuenta que no traigo más que mi camisa del uniforme que apenas y me alcanza a cubrir lo suficiente, y la falda no ayuda mucho. Mi suéter también se quedo en la mochila.

–      Por querer buscar algo más con Nick..., mira a donde te han llevado tus decisiones –hace una pequeña pausa en mi mente y después dice–: "Si tú quieres dejar a un hombre, investígalo. Pero si no lo quieres dejar... no le busques porque vas a encontrar"

     Ahora no necesito a Estela, ella no me sirve si no para recordarme lo tonta que puedo ser aveces. Ahora no necesito que me reciten a María Félix.

     Por suerte, Estela se marcha una vez que acelero el paso; correr siempre me ha calmado los nervios y le ha dado marcha a mi imaginación.

     Vaya día que he tenido, me siento tonta y usada. Al momento en qué empiezo a maldecir a Nick entre dientes mientras corro a la estación del trolebús..., el claxon de un auto me devuelve a la realidad. La ventanilla de éste se baja y me revela el rostro de Daniel.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Where stories live. Discover now