Capítulo 20

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—Darah, creo no me escuchaste, pero Edward, está en la cocina esperándote—Habla Dahey desde la puerta

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—Darah, creo no me escuchaste, pero Edward, está en la cocina esperándote—Habla Dahey desde la puerta.

—Dile que salgo en un minuto, estoy enferma del estómago—Le grito a Dahey, desde la bañera para que pueda escucharme.

Desde pequeña aprendí la mejor escusa del mundo, estar enferma del estómago, me permite muchas cosas, por ejemplo: estar en el baño por tiempo indeterminado, alejarme de situaciones que no quiero pasar, y estar en mi cuarto todo el tiempo que quiero.

Las marcas de esas asquerosas manos en mi cuerpo se están borrando lentamente, pero sin duda los recuerdos siguen y seguirán ahí.

Hago un recuento mental de los sucesos, después de escapar del castillo, y comienzo a arrepentirme de decisiones de mi pasado, me doy cuenta de que mi comportamiento no fue el mejor, en respuesta a eso, Damen solo me vio como un nuevo reto, más fácil hubiera sido, si fuera la esposa sumisa que sueñan todos, seguramente así se olvidaba de mí.

«Lástima que el pasado no se cambia» habla la vocecita interna en mi cabeza.

Tardo mucho tiempo quitándome la sangre de mi cuerpo en la bañera, y otro tanto, perdiéndome en mis pensamientos, estoy mínimo una hora sumergida en el agua, lo sé porque a estas alturas los dedos tanto de mis manos como de mis pies, están muy arrugados.

Cuando decido que es buen momento para salir de nuevo al mundo, Edward ya se ha cansado de esperar, y se ha ido, Dahey y Felipe siguen esperándome en la cocina para cenar juntos. Estamos sentados en la mesa cenando, y no puedo controlar el impulso de mis lágrimas, sólo salen.

—Hija, ¿estás bien? ¿Qué te duele? —Pregunta Felipe asustado.

—¿Estás bien Darah? —Pregunta Dahey después.

—Solo necesito un abrazo—Suelto con la voz quebrada.

Al instante Dahey y Felipe se paran de sus respectivos lugares, y me envuelven en un abrazo muy confortable.

—Sea lo que sea, cuentas con nosotros hija—Dice Felipe, mientras me abraza.

Lloro todo lo que puedo y ellos solo se mantienen abrazados de mí, qué más quisiera contarles la verdad, pero de alguna forma los estoy protegiendo.

Terminan de abrazarme, y me dan un beso en la mejilla cada uno, acompañado con unas miradas que me hacen volver a abrazarlos.

Mi hambre se fue, y prefiero decirles que lo mejor será dejar de cenar para así "calmar el dolor de estómago".

Toda la noche la paso en vela, acompañada con Pistache, mí fiel paño de lágrimas. No puedo parar de repetir la escena una y otra vez, donde le quité la vida al papá de Henry, en un ataque de cólera.

Al día siguiente, mis ganas por seguir con mi vida desaparecen, ya no tengo pensado regresar a ese repugnante trabajo. Si pudiera no saldría de este cuarto nunca más en la vida.

Sed de PoderWhere stories live. Discover now