Capitulo 59 "Tenerte"

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Scarlett

Ni un león enjaulado daba tantas vueltas como yo en esta habitación lujosa.

Eran casí las nueve y ya estaba en el lugar en el que había acordado ver a Phillippe.

Yo seguía aferrada a la joya en mis manos, era lo único que iba a sacarme de esto.

El plan era negociar con Phillippe, darle joya y todo estaría saldado. Él me dejaría en paz, yo no volvería a su establecimiento jamás y como si nada hubiera pasado, todo el mundo feliz.

Miré varias veces en pocos segundos la hora en la pantalla del celular, cada vez más cerca de la hora.

A las nueve en punto escuché la llave sometiendo la cerradura y la puerta se abrió.

Todo mi cuerpo se puso rígido y mi mente ya estaba a la defensiva.

Phillippe entró caminando con porte y serenidad. Traía puesto un traje negro completamente, lo único de color que llevaba era una corbata azul marino opaca.

Lo primero que hizo fue quitarse el saco y con mucha calma doblarlo y acomodarlo en una silla que estaba cerca. Luego fue al minibar de la habitación, busco hielo, un vaso y se sirvió coñac.

—Toma asiento pequeña—señaló la cama sin mirarme mientras se llevaba el vaso a los labios.

Me senté en la orilla de la cama.

—En realidad..., Vengo a negociar—dije yendo al punto.

Él no dijo nada.

Ví como tomaba un frasco de cerezas en una mano.

Se fue acercando hasta mí mientras con la mano vacia deshacía el nudo de su corbata y la dejaba colgando deshecha en su cuello.

Una vez que estuvo delante de mí me sentí pequeña, muy pequeña, casí inexistente.

Phillippe abrió el frasco de cerezas y metió dos de sus dedos en el, los mojó con el jugo de la fruta y bajó la mano para pasar sus dedos por mis labios.

Traté de levantarme pero sus manos en mis hombros me lo impidieron.

—Voy a pagarte ahora—dije tratando de captar su atención que ahora estaba en mis labios húmedos con dulce de cereza.

—Claro que lo harás—su mano empezó a jugar con la tira delgada del vestido.

—Toma—empujé su pecho con mis manos que tenían la caja con la pulsera dentro.

Phillippe frunció el entrecejo.

—¿Qué es?—preguntó

—Mi pago—respondí.

Él dejo el frasco de cerezas en la cómoda que estaba a un lado de la cama.

—Vale por lo menos trescientos mil dólares—hablé nuevamente—, puedes venderla, quédate con todo el dinero que te den por la pulsera, no importa.

Phillippe examinó la pieza con detenimiento.

Cerró la caja y la extendió hacía mi dirección.

—No.

—No entiendes, eso es lo que puedo pagarte. Nada más.

—No fue lo que acordamos pequeña.

—Phillipe, por favor, déjame ir.

Él me sonrió mientras desde arriba me miraba y acariciaba un lado de mi mejilla.

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