Capitulo 55 "Instintos"

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Scarlett

Instinto maternal.

No creía en eso, más bien..., no existía. Los instintos son incontrolables, lo cual significaría que todas las mujeres tendrían la necesidad de ser madres y eso era una total mentira.

Un ejemplo claro de esta falacia, era Elizabeth, ella no deseaba procrear, así que por lo tanto el "instinto maternal" no era real y no era algo que yo pensaba exclusivamente, varias mujeres psicólogas concordaban en esto.

Está idea del instinto maternal, no era nada más que otra manera de dominio hacía la mujer, impuesta por el capitalismo, la iglesia y el sistema patriarcal.

Elegir ser madre no era una necesidad, un instinto. Era una decisión, un deseo.

Y no podía imaginar algo más hermoso que la maternidad deseada y planificada.

Cuando empecé a ser consiente de mi vida y mi elección de vivirla, había algo claro en mi mente: Quería ser madre, tener un hijo o hija y amarle con toda mi alma, darle lo mejor de mí y mostrarle las maravillas de la vida.

—¿Histerectomía?—preguntó mi mejor amiga a mi lado.

—Van a quitarme el útero—le dije a la morena que me miró boquiabierta.

—En esta operación se extirpa el útero y el cuello del útero, pero no se quitan los ovarios ni las trompas de Falopio. Es la histerectomía más habitual—dijo la doctora Forman.

—Significa...—Elizabeth empezó a entender y me miró a los ojos con una profunda pena por mí.

—Que no voy a poder embarazarme—volví a responder.

—Así es—me dijo la doctora Merker.

No, aún no había entendido lo que iba a pasar, aunque lo sabía, no lograba que mi cerebro sintiera o procesará esto.

No tenía tiempo para llorar.

—¿Pueden darme mi alta?—le pregunté a la doctora que me miró confundida.

—¿Qué dices?—me preguntó Elizabeth enojada y confundida.

—Será un procedimiento muy sencillo—me dijo la más joven de las doctoras.

—Bien—dije—. Pero ahora no.

—Estamos hablando de tu salud Scarlett—empezó con su sermón mi amiga.

—¿Tengo que firmar mi alta voluntaria?—le pregunté a la doctora a cargo mientras ignoraba a Beth.

Ella asintió—. Ahora mando por ella.

—Gracias.

Se acabó

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Se acabó.

El tiempo se me había acabado, necesitaba ese dinero ahora mismo.

Me tomé las pastillas para el dolor y el sangrado que me habían recetado y me puse mi fiel abrigo rojo, ahora que lo notaba el botón estaba empezando a salirse del ojal.

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