92. Amy

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Amy decidió que el mejor lugar para dejar su libreta, sería La Academia. Después de todo, fue el espacio que le enseñó a amar los libros. Ahí pasaba horas y horas escondida en las aulas, comparando personajes con las personas en sus días aburridos, y a veces no necesitó de sus audífonos, porque en la escuela nacía música hasta en los baños.

Sus manos tocaron el casillero, mirándolo con eterno cariño.

No era de ella, pero era el indicado. Alguien... alguien lo encontraría.

Ese diario le enseñó a sentir de nuevo, más allá de páginas, a expresarse sin miedo de que alguien más la juzgara, sin miedo de elevar sus alas con tal de tocar el cielo junto a un compositor que no podía pronunciar palabra alguna, pero si crear magníficas melodías.

Nylo apretó su mano al notar que se quedaba callada de nuevo.

Era hora.

Fueron específicos. Los seres que se encargaban de todo eso. Había una especie de estación que cada uno creaba en su mente y que veía a su modo, para irse a descansar eternamente, pero ellos... con su historian, podían tomar otra decisión.

Ella estuvo a punto de llorar de nuevo, cuando Nylo se separó, respirando.

—L-l-lo...

Estaba intentando hablar.

Estaba intentando hablarle...

Sonidos irreconocibles salieron de su boca y con impotencia, Nylo lloró desconsoladamente, dando un giro sobre su propio eje. Los pasillos de su escuela como testigos de una noche de decisiones que irían hasta el final de las estrellas.

Nylo se pasó las manos por la cara, las lágrimas cayéndole una tras otra por las mejillas sonrojadas. Y ese par de esferas azules, rojizas ante la tensión, evitando mirarla fijamente.

La rubia dio unos cuantos pasos hasta llegar a él, tomándole de las manos. Nylo al segundo se calló, negando, diciéndole muchas cosas con una sola mirada que le rompió el corazón en mil pedazos. Le dolía verlo así. Sintiéndose impotente. Quién sabe qué le pasaba por la cabeza. Quién sabe cuántas veces lo intentó antes de que no hablara de nuevo.

Agachó la cabeza, apenado al parecer por las lágrimas.

Amy lo tomó del mentón y posó sus dedos sobre sus labios, sellándolos. Eso le extrañó, pero se quedó inmóvil, en tanto ella agarraba sus dedos para dejarlos plantados en su corazón, luego hizo lo mismo sobre el suyo.

Ahí lo supo.

Nunca necesitó palabras, porque sus corazones hablaban por sí solos. 

5 minutos en el cielo ✔Where stories live. Discover now