47. Nylo

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A los quince años, Nylo conoció a Maia. Iban a la misma clase desde hacía dos años, y bueno, al inicio solo fueron juegos. Ella solía ir a su casa después de una larga jornada para comer, intercambiar tareas o simplemente jugar en silencio. Aprendió el lenguaje de señas, y terminó siendo su... su mejor amiga.

Luego, un día que regresaban a clase, cuando por fin Nylo había mostrado una de sus composiciones en La Academia—cosa que lo había puesto tenso desde hacía más de dos semanas, pero que al final, terminó siendo un suceso exitoso y memorable para todos—, Maia se acercó más que nunca. Ambos estaban sentados en el sofá, haciendo la tarea de historia, cuando ella lo miró fijamente.

Fue intenso.

Nylo enseguida sintió que esos dos ojos cafés seguían clavados en él como un par de estacas que, no sabía cómo interpretar en realidad, hasta que Maia soltó su libro y, tras unos meses de amistad, sonrisas y tiempo juntos, alejó la libreta azul y se sentó sobre su regazo.

Cabe decir que la estupefacción casi no le cabía en el rostro. Mucho menos cuando Maia lo volvió a observar, más segura que nunca, y lo besó.

No era su primer beso, claro que no. Pero lo que hicieron después, sí que fue la primera experiencia de muchas que le siguieron los siguientes dos meses.

Maia era una grandiosa violinista, eso no se le podía negar en lo absoluto. Solía socializar con muchísimas personas al tiempo, sin importar la edad o de qué departamento fuese, quizás por eso Nylo llegó a conocer a tantas personas y del mismo modo, lo conocieron a él, pese a su... impedimento. Además, Maia era muy buena para usar la boca.

Joder, de solo pensarlo...

No fue nada mal. La verdad es que, para ser su primera relación, las cosas fueron de maravilla por el momento, hasta que las tardes empezaron a sentirse vacías, al igual que las conversaciones. Los mensajes de texto se sintieron forzaros y las veces que estaban juntos terminaban siendo incómodas, por más películas que vieran o conversaciones que buscaran avivar, uno de los dos se quedaba dormido, y ahí terminaba todo.

Y, pese a que Maia intentaba seductoramente hacer las cosas que al inicio le encantaron a Nylo, dejó de tener sentido. No es que no fuese hermosa. Maia era una chica especial y bella en todo aspecto, solo que... la conexión perdió su rumbo y dejó de ser divertido, por más sexo que intentaran tener.

Pero así pasaba.

Muchas veces algunas personas debían llegar a tu vida para enseñarte algo, hasta cómo echar un polvo. Maia le enseñó que había mucho más que disfrutar, otros placeres, y que jamás tendría que temer de mostrarse tal y como era.

Siguieron siendo amigos, y hasta el último día, las sonrisas permanecieron.

Pero nunca imaginó que volvería a pensar en su primera novia, bastante decidida, cuando Amy se sentó en su regazo, presionando sus muslos contra la cadera de Nylo.

Sin saber qué hacer, bajó la mirada hacia el punto en el que sus cuerpos se encontraban. Y, por más besos largos que hubiesen tenido, o roces, hasta ahí había llegado todo, nunca... Las mejillas de Amy se encendieron, como si fuera un jodido microondas y él una bolsa de palomitas que estaba a punto de estallar.

Boom. Boom. Boom.

¿EN QUÉ MOMENTO SOLTÓ EL LIBRO Y QUEDÓ SOBRE ÉL?

La pregunta parecía no tener importancia con las piernas de Amy a cada lado de su cadera, presionándolo. Por un momento, por un solo instante, un peso en su corazón se hizo mayor al darse cuenta que seguían pasando los días y él no decía nada. Y no se trataba respecto a hablar. Esa idea quedaba descartada. Sino a decirle...

—Dios, ni yo sé lo que estoy haciendo.

A Nylo le recorrió una juguetona sonrisa.

—No me mires así—suplicó ella, posando sus manos sobre los anchos hombros de Nylo, pellizcándolo. Solo logró que la sonrisa permaneciera—. No es la primera vez que hago esto, que sepas, pero joder, es que tú...

Nylo no dejó que terminara de hablar cuando sus labios ya habían poseído ese color rojizo que tanto le caracterizaba la boca. Era una locura. Todo su sabor. Su esencia, derritiéndose por completo hasta embriagarlo, sin querer dejarla ir un solo segundo.

Sus piernas lo estrujaron más, provocando más de un suspiro.

Nylo bajó lentamente sus manos por toda su espalda. Ataviada tan solo con una camisa de manga larga, no parecía tener demasiado impedimento como para estar a punto de rozarle la piel. Sus manos poseyeron cada pedazo posible y bajaron hasta sus caderas, sosteniéndola más que nada, sí es que así se le podía decir.

Podía acostumbrarse... si, quizás, luego... luego hablarían...

5 minutos en el cielo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora