7. Amy

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Fue como sí el mismo viento se hubiese dado cuenta de la presencia de alguien más y, así, hasta las mínimas partículas, polvo y piel muerta que no solía verse con facilidad, se detuvieron, suspendidas en cada inhalación que sostuvo Amy, al fijarse en las zapatillas negras frente a ella.

No quiso atreverse a alzar la vista.

Pero entonces comprendió que el "toc, toc, toc" no era nada más, ni nada menos, que un pasivo saludo, como pidiendo permiso para entrar al ático. Al santuario de sus pensamientos.

La sola idea de imaginar cómo sería su rostro la hizo retorcerse en recuerdos que había dejado en una caja, bajo llaves, y miles de llaves. Porque si, la caja se sacudía, con la intención de dejar salir un solo pensamiento, recuerdo, beso impregnado en felicidad, o lágrimas bañadas de nostalgia. Así que, ponía un bloque, un candado más, para evitar que salieran.

No necesitaba desgastar más sus mejillas, con arrasadoras gotas saladas que, a fin de cuentas, habían perdido su sabor en cuanto las divisó sobre las palmas de sus manos.

No necesitaba pronunciar palabra alguna, cuando su garganta no daba más; no era capaz de que el sonido de su voz saliese, porque no sabía qué decir.

Excepto... excepto cuando se trataba de música.

Sí, porque cada nota componía una idea, y la letra, no era más que el profundo sentimiento que revoloteaba entre las paredes de su cuerpo, que a fin de cuentas, solo lograba salir en un lenguaje que muy pocos podían interpretar.

El violín que resonaba en su mente, asimilaba su respiración agitada, buscando la paz.

Cada escala en el piano, imitaba su miedo, yendo y viniendo, yendo y viniendo.

La corta y delicada percusión que apenas hacía sintonía, medio audible, eran los pasos que no lograba dar. Cada latido de su corazón, empujando en su caja torácica, recordándole que estaba ahí... ahí...

Solo ahí...

Y...

Algo la invitó a salir de su ensoñación y no tuvo más remedio que fijar sus ojos en aquellas manos, con demasiadas pulseritas de cuero e hilo, en la muñeca. Sus largos dedos estaban curvados, las uñas cortas, la piel con un toque bronceado y la dureza de las facciones que solo un hombre podía poseer.

Toc, toc, toc.

Inevitablemente imaginó muchas cosas con esas manos, antes de ver su rostro.

El suspiro quedócongelado en medio de las nubes que flotaban a su alrededor. 

***

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5 minutos en el cielo ✔Where stories live. Discover now