22. Amy

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Se tomó unos segundos para que salieran subtítulos en el aire.

Porque Amy siempre pensó que, sí eso existía en las películas, series y programas, ¿por qué no podía existir en la vida cotidiana? Diversas expresiones o ademanes servían para explicarse mejor que las palabras.

No obstante, Nylo en ese instante fue como ver una pantalla en negro.

Es como si de un momento a otro, alguien más hubiese tomado el control remoto, hasta pasar los canales tan rápidamente, sin darle la oportunidad de ver qué estaban dando o qué había sucedido. Y aunque muchas veces deseó que eso mismo sucediese en su vida, al querer evadir todos los problemas, regaños o deprimentes momentos, aireados por la dificultad y un hoyo sin salida, no quiso que ese momento pasase tan rápido, como darle clic dos veces a la película de Netflix.

—Papel, ¿no es así?

Nylo apretó la mandíbula, aún sin decir nada.

—No hay problema sí te sientes incómodo hablando. Eso no lo es todo en la vida—dijo ella, encogiéndose de hombros. Inspeccionó el lugar, en busca de su mochila, pero no la encontró. Así que...—. La libreta. Podemos escribir aquí y...

Él enseguida se levantó, arrodillándose para llegar a ella. La libreta que justo minutos antes le había regalado, permanecía sobre el regazo de la chica, donde la había abierto, dispuesta a que empezaran a escribir ahí.

Sin embargo, como una ráfaga de viento, Nylo la cerró enseguida y negó.

Las palabras fueron claras: nada más debe ser escrito en esa libreta, que no sean tus pensamientos, envueltos en tu historia. La historia de tu vida.

Ese había sido uno de los regalos más importantes en toda su existencia, y no tuvo palabras para expresarlo. No en ese momento. Porque, primeramente, no comprendió del todo cómo un desconocido—que al tiempo se le hacía tan conocido como verse al espejo cada mañana, con su aspecto de zombi—, le regalaba algo tan profundo y personal, que lograría revolucionar todo su interior. Y, segundo, porque aún seguía procesando la sensación que protestaba dentro de sí.

—Dime cómo podemos comunicarnos—buscó decir ella, levantándose. Como por inercia propia, limpio la parte trasera de sus pantalones, y lo invitó a levantarse, mirando por todas partes—. Sería un sacrilegio rallar los libros de la biblioteca, pero debe haber algo en lo que podamos escribir.

Así que esa noche, sin decir palabra alguna, se dispusieron a buscar algo en lo que pudieran escribir, reprendiéndose y recordándose que cada noche, debían llegar un pequeño bloc de notas para evitar perder el tiempo revisando cada cajoncito—unos estaban cerrados, otros no—, de la biblioteca.

—Me impresiona que con el pasar de los años—pronunció Amy de repente, caminando entre las mesas—, que aunque diversas personas se sientan en los escritorios, para hacer diversas actividades, tienen similitudes entre ellas.

Nylo quedó inerte en la mitad del pasillo, con la mano cerca de la lamparita verde botella. La había apagado segundos antes, tras buscar algo en el cajón que seguía tan cerrado como su garganta.

No fue capaz de decir nada.

Pero eso Amy no lo comprendió, y al tiempo sí, ya que siguió diciendo, al entender que posiblemente un nuevo "Por qué" quería salir de sus labios.

—Bueno, por ejemplo, recuerdo haber visto a la Sra. Adams sentarse aquí desde que tengo memoria—señaló el escritorio con la repisa a la derecha. Miles de bolígrafos reposaban a un extremo—. Ella viene en las mañanas. Lo sé porque una vez me quedé dormida aquí, y la vi. Y en las tardes, casi cuando se oculta el Sol, viene Darién, de La Academia.

5 minutos en el cielo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora