5 minutos en el cielo ✔

1. Amy

La biblioteca de Westville cerraba a las doce de la noche, cuando todos los estudiantes agotados lograban salir, arrastrados por la puerta de cinco metros, la madera chillando. Unos tantos empleados se miraban entre sí, como si necesitasen una afirmación de que el lugar debía ser cerrado, en tanto la pequeña hija de la bibliotecaria yacía en brazos de un hombre en overol, con las marcas bajas en sus ojos anunciando el sueño en el que caería en cuanto llegara a su casa.

Justo era el momento perfecto para Amy.

Uno en el que, cada noche, se fundía en palabras, con el anochecer acechando su espalda, atrapándola al punto de que hacía parte de ella.

Los sonidos no eran más que notas musicales junto a sus lentos pasos cuando se adentraba por una puerta trasera, prácticamente olvidada por todos los ciudadanos. La rejilla forcejeada por una que otra persona que, seguramente, no sabía que con dos golpecitos, lograría ser abierto el lugar más apreciado y valioso de toda la ciudad.

Pero no eran los grandes sillones, mucho menos las mesas enceradas con sus redondas lamparitas amarillentas las que la llamaban. No. Tampoco los estantes apagados de extremo a extremo.

Bueno, cada espacio era maravilloso, sí. Junto al aroma de la vainilla viajando como un aventurero que se dejaba guiar por los colores apagados en el primer piso, todo era como entrar a una cajita de recuerdos y conocimiento.

No obstante, la magia se encontraba en otro lugar.

Encima de todos, donde anteriormente se habían visto polillas y polvo enroscado en cada suspiro y estornudo perdido, se hallaban un par de sillones abandonados, posiblemente de la biblioteca en años pasados, dos alfombras cómodas, y cajas... y cajas... de libros.

Porque, sí, los libros... oh, esos bellos libros, eran su refugio. 

Ahí, era donde la realidad se perdía en respiros, y la fantasía se convertía en parte de un mundo incomprensible de chispas y luz oscura.