|Capítulo 24|

15K 1.4K 1K
                                    

Capítulo 24

Owen había entrado a mi habitación. Me había quitado la botella de entre las manos. Y, finalmente, me había ayudado a levantar del suelo.

No estaba borracha, pero si lo suficientemente mareada como para sentir que mi mundo completo daba vueltas, y que, de una forma u otra, Sofía había dejado de ser una preocupación. Una de las tantas que tenía, claro.

Suspiré y me apoyé en la pared a un lado de mi cama, Owen se había apoyado en la otra esquina y me miraba como si yo tuviese todas las respuestas a las más complicadas preguntas. Pero no era así. En aquel momento él me estaba mirando como si yo fuese una persona fuerte, pero tampoco era así.

No me sentía así. Me estaba derrumbado, de nuevo. Y nadie parecía notarlo. Porque al parecer, era buenísima actriz.

—Alice, —él pronunció mi nombre con lentitud, volví a suspirar. Y en ese momento sí que me di cuenta que para él no era un misterio como me sentía. Había olvidado lo bien que me conocía. Éramos como la misma persona. Owen sabía lo que iba a decir incluso antes de que abriera la boca. Y lo mismo pasaba con él.

Sabía lo que pasaba por su mente incluso cuando no estaba diciendo nada.

—No lo digas, —le pedí de inmediato, la súplica en mi voz era demasiado evidente. Porque, además, sabía lo que iba a decir y no quería escucharlo. Una cosa era saberlo, y una, muy diferente era que una de las personas más importantes en tu vida te lo dijese mirándote a la cara.

— ¿Es por esto? —inquirió moviendo en el aire el sobre blanco que Sofía me había entregado. Tragué grueso, tratando de controlar, lo que sentía en aquel momento. Y lo que pensaba. Que no eras cosas buenas, precisamente.

Me dolía.

—Owen, —susurré. Él suspiró, y se acercó otro poco a mí arrastrándose en la cama. Extendió una de sus manos hasta tocar mi mejilla y formó una pequeña sonrisa con sus labios. Era tan pequeña, pero tan significativa. Lo veía y solo podía escuchar en mi mente: «Vamos, lucha un poquito más»

Yo quería, de verdad. Pero mis fuerzas poco a poco se estaban extinguiendo.

Desde los dieciséis había luchado con una enfermedad mental que no me abandonaba nunca. La depresión junto a la ansiedad siempre estaban ahí. Y los pensamientos. Y el pesimismo. Y el creerme poco suficiente. Y el sentir que nada valía lo suficiente la pena. Había sufrido tanto, y luchado tanto, que al final; cuando decidí venir a vivir a Londres había dejado mi vida en manos de nada.

Sofía había tenido razón. Había perdido la cuenta de con cuántos chicos me había acostado, y de los escándalos que eso mismo había provocado. Y no me sentía orgullosa. Pero había sido yo. Nadie más. Debía asumir esas consecuencias.

Ahora, muchísimo tiempo después, solo quería que precisamente el tiempo se detuviese.

—Superaste cosas peores, —murmuró Owen sacándome de los pensamientos, sin dejar de verme, y, sin dejar de tocarme la mejilla. Su toque se sintió como un alivio que no pensé necesitar. Era eso. Él era mi mejor amigo. Y tenerlo cerca siempre iba a provocar que me sintiese, de cierta forma, en casa. Segura. Sentía que con Owen cerca nada ni nadie podía lastimarme.

Tragué el nudo que se había formado en mi garganta.

—Por primera vez admití en voz alta que no me dieron su apellido por voluntad propia, —le dije, tocando su mano, apretándola. Seguía sobre mi mejilla. Mi voz salió en un hilo. Como si no pudiese creerme totalmente que lo había dicho.

—No, es la segunda, —Owen dijo, mirándome y sonriendo, arrugué las cejas y él añadió: —me lo dijiste la noche que estuvimos juntos. Luego de todo, que nos quedamos solo acostados sobre la cama.

Desastres impulsivos ©️✔️Where stories live. Discover now