I. Descensus

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El vaho salió de entre sus labios cuando suspiró cómo si el alma se le escapase con ese gesto, y sus cristalinos ojos observaron con angustia y cierto miedo el cartel de neón que brillaba intermitentemente al otro lado de la calle

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El vaho salió de entre sus labios cuando suspiró cómo si el alma se le escapase con ese gesto, y sus cristalinos ojos observaron con angustia y cierto miedo el cartel de neón que brillaba intermitentemente al otro lado de la calle. Se llevó las manos a la boca, dedos acalambrados cubiertos de unos desgastados guantes de lana, sopló sobre ellos y los frotó juntos, intentando con desespero recibir calor y valentía. Se cubrió con su bufanda en un vano intento de protegerse del mundo y sus perversiones, pero aún podía sentir los ojos de todos sobre él, punzando en su nuca con acusaciones e improperios, con insultos y comentarios buscando juzgar sus acciones. Miró sobre sus hombros, pero no había nadie.

Pero él sabía que lo estaban juzgando.

Siempre lo hacían, todo el tiempo, todo el mundo, no había ser en ese universo que no lo hiciera, en especial ella...así que no importaba que la calle detrás de él estuviese vacía y nadie más que su propia sombra y sus pecados le acompañasen. Estaba siendo juzgado a cada segundo.

Inspiró, contuvo el aire y cruzó la calle rumbo al local con su entrada siendo iluminada por las luces de neón, el saludo de las letras pintadas en la puerta le erizó la piel ¿eran la predicción de su destino? ¿O solo una coincidencia demasiado amarga? La frase se quedó con él demasiado tiempo, dubitativo y pensativo, no supo si avanzar o alejarse, si quedarse ahí a esperar que aquello se cumpliese...

"Abandonad toda esperanza lo que entráis aquí"

Lo miró por demasiado tiempo, asustado y pensando en devolverse por dónde había llegado, pero ¿le quedaba esperanza aun como para abandonarla? En realidad, si estaba ahí era porque esperaba con toda su alma que dentro existiese esa esperanza que necesitaba, era su última esperanza. No podía abandonar lo que esperaba con toda su alma encontrar ahí dentro. Respiró hondo, la puerta estaba pesada, tuvo que empujarla con algo de esfuerzo y se sintió pequeño cuando por fin estuvo dentro, con el olor a tabaco ahogando el local y a sus pobres pulmones. Olía a tabaco, ron añejo y orine, rancio y desagradable, era un local de mala muerte. Quiso huir, pensando que era mejor buscar otro tipo de solución, después de todo él podría conseguir otras formas de obtener dinero ¿no es así? La gente resolvía aquello todos los días. Podía pintar y vender sus cuadros, podía enseñarle a los nietos de alguna señora mayor como dibujar, podía vender su arte, tenía talento, se lo habían dicho muchas veces ¿pero entonces por qué no triunfaba? podía...Podía hacer muchas cosas, podía...

Bueno, realmente no podía. No tenía dinero para comprar los instrumentos, mucho menos conocía a alguna señora mayor con nietos y dinero que le pagara por eso, nadie pagaba por su arte, no por ese tipo de arte en esa ciudad, ni los que mentían animándolo a que lo intentara. Nadie apostaba por él. Ya lo había intentado.

Desprotegido y a la deriva, se abrazó a sí mismo y luchó por quedarse en ese lugar, así que con la misma cantidad de cobardía como de valentía, corrió hacia la barra del local y se subió a uno de los taburetes. En su lógica, sentarse era como quedarse pegado. Así quizás no huiría. Se encogió con timidez, atemorizado, se sentía como en un mar lleno de tiburones hambrientos que escuchaban Led Zeppelin mientras bebían cerveza mala y que lanzaban más humo que una locomotora. Ese definitivamente no era su ambiente. O sí lo era, en realidad estaba acostumbrado a ahogarse por el humo de las drogas y a terminar afectado como daño colateral, estaba acostumbrado a ese desinterés y actitud, pero no a tantas personas al mismo tiempo que debían interesarse en él si deseaba tener suerte.

Como viven los ángelesWhere stories live. Discover now