Muerte en el bosque

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Después de una buena noche, donde Melione se había dejado llevar por sus deseos carnales y había sido acompañada con gran éxito por la camarera, se despertó dispuesta a pasar otro día en el bosque.

A la salida del sol se había levantado del catre donde había dormitado unas cuantas horas. Esther seguía durmiendo entre las finas sábanas de color grisáceo. Su piel blanca y suave, que tanto había probado Melione hacía contraste con la habitación oscura y lúgubre de la posada.

La joven morena dejaría que su compañera de juegos durmiera un poco más. Desde que había llegado a la aldea ya había probado el calor de la carne varias veces. Con hombres y con mujeres, y dejarse llevar por el deseo era una de los tantos placeres de su nueva vida, que poco había disfrutado con su familia.

Aunque su mayor placer era el hecho de matar inmortales con sus propias manos.

Se lavó un poco con el jarrón de agua y se vistió. Los pantalones ásperos rozaron su piel hasta que se los abotonó. Se paso por la cabeza la camisa blanca remendada y después un corsé marrón de cuerpo que le acentuaba algo su cintura. Se enfundó las pesadas botas de cuero negro y metió en una de ellas un pequeño cuchillo que había robado en sus primeros días. Se sujetó con un trozo de cinta su ondulado pelo castaño y cogió la bolsa que estaba cerca de la puerta, donde guardaba un poco de comida.

Se acercó hasta la cama donde dormía Esther y se agachó.

―Me voy, puedes quedarte durmiendo ―le dio un beso en la frente sabiendo que tal vez no volvería a verla, por lo menos en su cama.

Esther siguió durmiendo como si las palabras de Melione jamás hubiesen sido pronunciadas.

Cogió su hacha que estaba cerca de la cama y se la echo al hombro. Después cerró la puerta de su habitación sin hacer ruido. Dio medía vuelta dispuesta a bajar por las escaleras y salir de la posada rumbo al bosque.

En el pasillo se cruzó a un hombre corpulento de unos cuarenta años que iba haciendo eses mientras llevaba una botella en la mano. De vez en cuando se la llevaba a la boca, pero la mitad del contenido caía sobre su camisa. Le miró con asco y bajó las escaleras hasta la planta baja.

Los hombres le daban mucho asco, en esos días de probar diferentes cuerpos había llegado a la conclusión de que los hombres no le gustaban. Lo había probado varias veces, con diferentes razas, tamaños y edades, pero no había disfrutado de la pasión carnal en ninguna de esas veces. Los hombres solo se interesaban por su placer y les daba igual que ella disfrutara o no, eran egoístas y además apestaban.

En cambio las mujeres eran delicadas, sabían exactamente que hacer y todas se habían preocupado por ella. Hasta tal punto que había llegado a experimentar cosas que jamás se había llegado a imaginar. El placer había desbordado su cuerpo en más de una ocasión. Por eso había decidido que solo llevaría a mujeres a la intimidad de su habitación, y disfrutaría con ellas de aquel sofisticado placer.

Trono de escamas y almas perdidas [Legado Inmortal 1]Where stories live. Discover now