Capítulo 10- Estoy aquí para ti

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Ángela Brown

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Ángela Brown

Sigo caminando sin rumbo durante un rato hasta que sin saberlo me detengo enfrente de una puerta roja que conocía tan bien. Subo las escaleras y llamo al timbre, pero ni siquiera puedo levantar la cara para ver si el interfono está encendido para ver si hay alguien, hasta que escucho una voz que me es tan familiar, pero al mismo tiempo tan distinta después de no oírla por mucho tiempo.

—Bajo en enseguida— contesta el interfono.

En lo que para mí me parece una eternidad, pero en realidad solo son dos minutos, Gilberto abre la puerta. No levanto la vista, pero sé que es él, su olor es inconfundible además que va descalzo.

Pone sobre mis hombros una chamara que estaba colgada en el perchero de la entrada. No sabía que tenía frío hasta que siento la tela que me abraza y entro a su casa.

— Estás temblando. ¿Cuánto llevas así? — pregunta mientras me abraza e intenta calentarme con las manos. Se aparta un segundo, lleva su mano derecha a mi cara y con delicadeza levanta mi mentón para poder ver mis ojos.

—¿Estás bien? — me interroga preocupado. Yo solo lloro en silencio, quiero contestar, pero las palabras no me salen o tal vez porque no sé qué contestar ante esa pregunta.

Me sienta en el sillón de la sala y me pone una cobija sobre las piernas.

—Voy por una taza de chocolate y me vas a decir que sucedió ¿okay? — pronuncia todas las palabras muy despacio para que yo las entienda bien. Yo solo asiento con la cabeza y él se va a la cocina.

La sala es pequeña, no ha cambiado casi nada desde la última vez que estuve ahí hace más de dos años. Los muebles son los mismos al igual que la alfombra y las plantas están en el mismo lugar. La única diferencia que puedo encontrar con solo un vistazo en la oscuridad es su diploma colgado en la pared.

Psicólogo Gilberto Medina Galindo

Yo sigo releyendo las palabras en ese pedazo de papel cuando él llega entregándome mi taza de panda, mi taza favorita, ni siquiera recordaba que estaba aquí, pensé que se había quebrado cuando la dejé de ver.

Gil se sienta en la mesita del centro, frente de mí y me hace darle un sorbo al chocolate.

Esta sala, esta taza, este chocolate me hacen darme cuenta de que es donde debo estar en este momento porque siento como el nudo que se había formado en mi garganta poco a poco se va deshaciendo.

—Ahora sí, ¿físicamente estás bien, verdad? — dice con la voz calmada que había usado antes mientras me mira atentamente.

—Sí, estoy bien— le informo con voz apagada.

La cara de Gil se relaja visiblemente, pero yo solo puedo llorar esquivando su mirada.

—Oye, todo va a estar bien, si quieres puedes contarme— dice Gil inclinándose para abrazarme momentáneamente.

Entre besos y engaños. Where stories live. Discover now