Capítulo 36

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Ángela Brown

Las dos personas que menos quiero ver están sentadas en mi mesa. Cada uno a un extremo, Gil sobre en la pequeña barda de piedra que también usamos como asiento, contando alguna alocada historia haciendo reír a los demás, y Alessandro del lado contrario sentando en la mesa con su usual cara de amargado.

El pedazo de madera donde solemos comer está afuera de la cafetería entre los dos de los edificios principales. La mesa está bajo la sombra de dos grandes árboles y regodeada de algunos arbustos.

Nada más sentarme los ojos de todos caen en mí estallando en carcajadas, y comienzan con el bombardeó de preguntas.
—Angy, ¿en verdad eras emo? No me lo imagino.

¡What!! ¿De qué rayos estaban hablando?

—Yo si, lo que no me imagino es a Ángela corriendo asustada— responde Pamela y luego dirige su mirada hacia mí — no puedo creer que nunca nos hayas contado la historia del laberinto de maíz, es tan divertida.

—Tienes que admitir que es una gran historia, Ángel.—Volteo a mi izquierda para matar con la mirada a Gil que no sabe quedarse callado mientras que a mi derecha puedo escuchar la suave burla de Alessandro. —Entonces, ¿qué vamos a comer?— inteligentemente Gil cambia el tema, estaba a 15 segundos más de burlas sobre mi adolescencia de literalmente pararme a matarlo.

—¿Dónde está Cárter?— le susurró a Michell que está a mi lado entre el italiano y yo.

—Se fue con Sebastián hace un rato antes que la mayoría llegaran, creo a terminar un proyecto.

Es un alivio que no haya estado para escuchar todos los penosos sucesos de mi adolescencia.

Mientras todos discuten si pedir burritos o ir por arepas, me levanto de la mesa y le hago disimulada seña con la cabeza a mi ex mejor amigo de la infancia para que me acompañe. Me recargo en la barda de piedra un poco alejada del grupo, pero sin perderlos de vista, en especial a Crocetti que no ha parado de verme desde que llegue.

—¿Qué haces aquí?— pregunto sin mirar cuando el olor profundo de su colonia me indica que está a mi lado.

—Te dije que quiero ser tu amigo y que mejor forma de empezar qué haciéndome amigo de tus amigos.

Él saca un cigarro y se lo coloca entre los labios que trato con todas mis fuerzas no ver. Me tiende la cajetilla que yo obviamente rechazo. ¿Qué no entiende que ya lo deje?

— Te puedes quedar por ahora, solo lo hables de más.

—No te preocupes, sabes que sé guardarme los secretos— contesta expulsando el humo que me eriza la piel no más de olerlo.

Maldito él, sus cigarros y sus estúpidas frases con intenciones dobles.

Cuando llego a la mesa el italiano ya se está parando y caminando al punto en la barda que hace unos segundos yo ocupaba al lado de Gil, quien le tienden la cajetilla y al contrario de mí si acepta.

—¿Todo bien?— me pregunta Tamara

—Claro, como dicen es bueno tener al los enemigos cerca.

Al verlos ahí a los dos, puedo compararlos mejor. Ambos tienen mucho en común, el color de cabello, el estilo y mis inmensas ganas de que no se vuelvan a sentar en mi mesa.

Gil es notablemente más alto, no tiene tatuajes y su piel es más clara que la de Alessandro. Pero el italiano por más que odie aceptarlo es más elegante que el ex de mi hermana, con ropa de marca, un reloj caro y su barba al igual que su cabello  cuidadosamente peinado. En cambio Gil lleva su cabello más largo y despeinado, su barba es un caos y no le importa lucir sus jeans y converse desgastados.
Y pensar que eran una de las cosas que me atraían de él.

Entre besos y engaños. Where stories live. Discover now