Capítulo Veinte

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Observé la enorme flecha apuntarme desde el centro de la habitación, mientras me recostaba a la pared que el maestro decía ser nuestra salida. Solo tenía el pasillo de vuelta a mi podio y el que unía cada cima. Ninguno me proveía protección, mis opciones eran: correr hasta algún pilar cercano, pero eso sería arriesgar al ocupante, o saltar al agua, con el riesgo de que siguiera electrificada.

La opción más fiable era seguir las reglas de la lección y contar mi secreto. El maestro no quería que confesáramos el incidente, al menos no aun. Lo que deseaba era un secreto de cada uno. Un secreto tan privado que nadie más lo sabía.

En mis épocas de estudiante guardé demasiados secretos, al punto que nadie me conoció realmente. A veces siento que ni yo misma puedo reconocerme. No quería repetir mis fracasos en mis antiguas escuelas, así que hice todo lo posible para encajar.

La máquina comenzó hacer un ruido extraño y supe que debía hacer lo necesario para sobrevivir. Por más que doliera revivirlo, el pasado solo era pasado.

—Sufrí de anorexia en la escuela. —confesé con los ojos cerrados.

Mi cuerpo estaba tan tenso que no podía moverme, sin embargo, al escucharme sentí un peso salir de mi, como si estuviera librándome de algo que quería ser soltado desde hace mucho tiempo. Comencé a relajarme poco a poco hasta abrir mis ojos.

Mi confesión fue aceptada y la ruleta comenzó a girar de nuevo. Sintiéndome a salvo; suspiré aliviada pero sabía que esto no había terminado.

Elevé mi rostro hacia Mel, necesitaba el apoyo de alguien a pesar de la distancia. Pero al encontrarme con mi reciente amiga solo encontré reproches silenciosos. Recorrí mí alrededor con mis ojos, todos me miraban sin decirme una palabra pero podía escuchar sus juicios sobre mí.

—¿Anorexia, pordiosera? —Se burló Cassey— Podría decirte que quizás lo necesitabas pero ni siquiera recuerdo como lucías en el instituto.

—Cierra la boca, Cassey. —intervino Anya—. Al menos ella lo guardo como un secreto. En tu caso, todos sabíamos que pasabas más horas vomitando en el baño que entrenando con las porristas.

El rostro de Cassey se contrajo en una mueca de enfado pero no refuto las acusaciones de Anya, solo se limitó a lanzar miradas de odio en nuestra dirección.

Observé con gesto agradecido a Anya, quien estaba muy cerca de mí; solo nos separaba el pilar de Brucer. Inconscientemente, mi mirada cayó sobre él, quien ya me estaba mirando con intensidad, suponía que su cerebro estaba encajando las piezas.

«No hago esto por caridad. Créeme. Gano mas entregándote eso que tu recibiéndolo», eso le había dicho la primera vez que le entregué uno de mis almuerzos. Sé que Brucer siempre agradeció «mis intentos por ayudarlo», pero en realidad solo eran excusas para deshacerme de mis almuerzos sin que mis padres lo notaran. Me repitió muchas veces que era la única persona decente que en Freesmount, a pesar de su carácter frío y distante se las arregló para recordarme el buen concepto que tenía de mí.

«Ahora ya puedes verme por quien soy realmente»

No tenía tiempo para detenerme a pensar sobre esto. Me giré de nuevo hacia la pared, para mi sorpresa ahora tenía una pequeña abertura en el centro. Parecían puertas de ascensor con centímetros de separación.

El maestro decía la verdad, las verdades abrirían poco a poco las puertas, entre más secretos confesábamos más rápido se mostraría la salida.

Busque el temporizador, la cuenta regresiva bajaba de ocho minutos. Nos quedaba poco tiempo.

La ruleta comenzó a bajar la velocidad para finalmente detenerse en Nate. Lo vi tragar grueso antes de abrir su boca.

—Consumía drogas en la escuela. —Eso no era un secreto, y al parecer el maestro coincidía conmigo porque la ruleta no se movió, al contrario, comenzó hacer ruidos preparándose para disparar—. También distribuía drogas en Freesmount. —La ruleta no dejo de apuntarlo, cuando creía que estaba a punto de disparar Nate soltó otra confesión— ¡Nosotros fuimos los culpables de las sobredosis en los chicos! —gritó cubriendo su rostro con sus manos.

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