63. Después de nada, siempre.

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Todo a su alrededor se derrumbaba. Las casas caían, consumidas por las llamas; compañeros suyos morían; niños, mujeres y ancianos perdían la vida y la libertad. Había muerte por todos lados, pero a ella todo eso no le importaba, ella solo tenía ojos para una sola persona, para una sola baja.

Ahí, de rodillas, frente al traidor a quien ella se entregó, se encontraba a quien en verdad amó. Una espada le atravesaba el abdomen. Estaba desarmado, ¿Por qué estaba desarmado?¿Dónde estaba su espada? Él núnca se despegaba de su espada ¿Por qué no tenía su espada?

El día estaba nublado, se podría decir que en cualquier momento comenzaría a llover. El viento soplaba fuerte, y eso no hacía más que esparcir las llamas por todos lados. La tierra se volvía lodo a causa de la sangre, y le impedía correr más rápido. La desesperación la estaba dominando hasta el punto de querer gritar.

-!!OYE¡¡ !!ASTRID¡¡ ¿¡A DÓNDE CREES QUE VAS?! 

Ella paró en seco al escuchar aquella voz, alguna vez tierna y dulce, dirigirse a ella con burla y furia. Preparó su espada y se colocó en posición de lucha. Una carcajada fue lo que obtuvo por respuesta.

Finalmente la lluvia se desató sobre ellos, densa y lastimera. Las gotas golpeaban su rostro y sus brazos como pequeñas piedras, estaba helada. Apenas podía ver más allá de su mano, y la figura acercándose la aterrorizó por un segundo. Tenía que llegar con Hipo. Tenía que ayudarlo. Debía salvarlo. 

-¡¡VEN ASTRID!! ¡¡VAMOS!! ¡¿QUÉ PASA?! ¡¿NO QUERÍAS ESTO?! ¡¿QUÉ NO ES LO QUE PEDÍAS?! ¡¡TE LO ESTOY DANDO!! ¡¡TODO ESTO ES POR TI!!

Finalmente su figura quedó frente a ella, y ella no pudo hacer otra cosa que ver aquellos ojos cafes, nublados y obscurecidos por el odio, inyectados de sangre. 

-Por favor Eret, detén esto.  Te lo suplico- Su voz le falló. 

Su expresión, antes divertida y burlona se endureció y se llenó de ira. 

-¡¡NO!!    

Reaccionó rápido antes de que la espada la hiriera. 

-¡¡TODO POR TI!! 

****************

-Todo por ti.

Ella sonrió, mostrando toda la dicha que se supone debía sentir, aunque la verdad es nunca se sintió tan triste y vacía. Beso a su prometido y miró las joyas que él le ofrecía como regalo de cumpleaños. Eran bellas sin duda alguna, pero al tocarlas las sintió tan frías y rígidas. Tan ... pesadas.

Volvió a sonreír para dirigirse a su futuro esposo, pero su mirada chocó con la del castaño al que una vez juró eterno amor. Él la miraba, montado en su fiel caballo negro. Sintió un frío recorriendo su columna vertebral y por un segundo las piernas le fallaron.

Él la miraba, con amor, sí, pero también con pena y dolor. Estaba herido. 

Vió como cabalgaba con su caballo hasta donde ellos se encontraban. Eret también lo vió.

Cuando llegó hasta ellos se bajó de su caballo y caminó hasta quedar enfrente de la pareja de prometidos.  Los tres se reverenciaron.

-Eret, Astrid. 

-Príncipe Hipo, pero que agradable sorpresa. ¿A qué debemos el honor de su visita?-La voz del duque cargada de veneno. Sabía lo que el castaño sentía, su dolor, y lo disfrutaba. 

-Vengo a entregar un presente, en celebración de sus dieciocho años.

Hubo un silencio pesado por unos segundos, hasta que el azabache sonrió y asintió. 

Historias de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora