Capítulo 31 - Humanidad

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  • Dedicado a Andrea V. Deloera
                                    

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Humanidad

El despertador, la luz pasando por mi ventana junto con la pereza habitual. Si, ya me encontraba de regreso, a la vida cotidiana. El camino a la universidad fue tranquilo y sin nada relevante más que mi total indiferencia frente a todas las cosas. Las clases igualmente aburridas, profesores tratando de motivarme, preguntando sobre mi ausencia toda la semana, las mismas personas, algunas nunca percataron mi inasistencia, otras pocas soltaron un comentario al aire y solo Cristian mostro un poco de interés. A decir verdad, mostraba más preocupación que cualquier otra cosa.

-          ¿Cómo te encuentras Erik?

-          Mejor, gracias.

Sus palabras se volvieron un eco incomprensible, movía la boca y hacia ademanes con diferentes intenciones, pero nada... nada de importancia para mí. Si tan solo supiera lo que he vivido, lo que he aprendido, mis preocupaciones puede que de alguna manera u otra... a quien engaño, solo me tomaría como un loco más.

El descanso para comer llegó en la universidad, todos toman sus respectivos lugares en la cafetería. Desde la ventana de un salón vacío mi mirada se perdió en la cotidiano de la situación. Pequeños grupos con aptitudes específicas formaban círculos, haciendo bastante evidente la división entre todos. Ya sea por su carrera, sus gustos, su estatus económico y por las actividades que realizan, todos ellos se encuentran pertenecientes a un grupo... a una organización.

Credos, familias, sectas, hordas, clanes y demás... conviven en el mundo humano. Pero ellos pelean, no tienen una guerra, no comparten un fin mutuo, pero aun así conviven entre ellos. ¿Por qué no pasa eso en el otro mundo? ¿cuál es el verdadero motivo de la guerra?

En ese instante una mujer que carga su bandeja con comida se aproxima a un mesa, intercambia unas palabras con ellas y con la cara un poco triste se retira. Parece que pidió sentarse ahí para comer, pero fue rechazada por las demás... el asiento se encontraba vacío y nadie lo ocupó en lo largo del descanso. ¿Dónde nace ese acto de egoísmo? No le afectaba a nadie si ellos compartían ese lugar.

Un ejemplo minúsculo pero en esencia perfecto. Si escalamos la misma situación a miles o millones de personas, las consecuencias deben ser igual de grandes, solo por poseer algo e impedir que alguien más lo tenga es la razón de las diferencias entre las personas, tengan o no habilidades. Siempre ha sido el inicio de las guerras... que humanidad tan frágil.

-          ¿No piensas pedir tu café de siempre?

-          No gracias Cristian, me encuentro bien.

-          Te estas comportando un poco extraño.

-          ¿Y realmente eso te parece inusual? Creí que siempre actuaba de la misma manera.

-          Entonces déjame cambiar mi oración, te estas comportando como un universitario normal.

-          Eso sí es algo preocupante, estoy dejando de ser yo mismo.

-          ¿A qué te refieres?

El mismo calor recorrió mi espalda marcando un patrón que ya me es muy familiar, impidiendo que pueda hablar. Solo solté un suspiro ahogado al suelo, un poco frustrado y con deseos de contarle todo a Cristian.

-          A nada realmente.

-          Sabes que no suelo decir estas cosas pero...

-          Cristian, si lo sueles hacer y vas a empezar con tus cursilerías.

-          Solo quiero decirte que puedes contar conmigo en cualquier momento.

Cristian colocó su mano sobre mi hombro, mirándome con una gran sonrisa, sin sermones ni palabras de más. Caminó fuera del salón dejándome solo.

Si existe una razón por la cual pelear es por eso, pero personas que se preocupan por los demás, no para solucionar sus problemas, pero si para tener este sentimiento, esta sensación de no estar solo. Aunque estés dentro de un círculo rodeado de gente, la soledad puede invadir lo más profundo de tu alma devorándote lentamente.

Un tiempo lejos de todo esto me hace verlo de una manera diferente. Ellos se encuentran dormidos y nosotros, quienes hemos despertado... nosotros el credo debemos cuidar de ellos.

Un peso desapareció de mis hombros, Lúthien tenía razón, me comporté como un niño solo pensando en mí cuando toda acción que haga puede perjudicar a quienes me rodean, pero si hago las cosas por ellos, por algo más puede que no cometa ningún error.

Lentamente la cafetería quedó totalmente desierta, todos a sus clases, los círculos desaparecieron y se formaron otros. Así de mutable y variable es la sociedad. De verdad como quisiera poder ver esto con mis otros ojos. Pero no podría explicar al cambio de color en ellos, será mejor que permanezca así... por lo menos durante un tiempo.

Al regresar a casa, justo en la entrada, pilas de tablas, clavos y martillos que acumulaban polvo reposaban en la espera de un cambio. Se encontraban ahí desde que mi padre y yo peleamos. La idea era terminar de construir el pórtico de la casa que me habían regalado para estudiar la universidad. Pero nunca logramos terminar aquel proyecto, siempre se iniciaba alguna conversación que desarrollaba gritos, insultos y una que otra maldición.

Preferimos dejarlo así y que si yo lo quería que terminará aquello que empezamos. Por una mera diferencia generacional dejamos de hablarnos y ha sido tanta la separación que no podría asegurar si él está vivo o muerto. La escena me pareció muy triste, levanté la mirada y noté que aún me quedaban un par de horas de luz. Respiré profundo y comencé algo que creí nunca hacer.

Clavo a clavo y tabla a tabla construí aquello que deje olvidado. Realmente no faltaba mucho, mi padre y yo casi lo terminamos, solo restaban un par de detalles. Con cada golpe del martillo una parte dentro de mí se volvía más y más ligera. Al terminar, una lagrima recorrió mi mejilla, miré el resultado final y solo le faltaba un poco de pintura. Si no mal recuerdo aun me queda un poco dentro de la casa... sonreí y tomé todas las herramientas dejando completamente limpio el pórtico. La noche comenzó a extender su manto, los grillos cantaban y la suave brisa arrullaba todo el entorno. Aún tengo algo que hacer con alguien, solo que no es el momento todavía.

Tomé una ducha con mi habitual agua caliente con completa calma, el librito no ha hecho ni un solo ruido y no planeaba ir a ver lo que hacía.

-          Prepara tus cosas, regresas al credo mañana temprano.

Esa voz en mi cabeza era inconfundible, ese tono autoritario, serio y con un toque de egolatrismo, solo se podía tratar de Huor. Sentí un poco de emoción, pero no disfrute realmente de mi estancia en el mundo humano... tengo que llamarlo de otra forma, siento que cada vez soy menos parte de ellos y no quiero que eso pase. Tengo cosas que hacer como humano... de verdad, debo encontrar otro nombre para referirme a estos dos lugares.

Cerré las llaves y continué con mi rutina para dormir, sin antes preparar una pequeña maleta con algo de ropa y me aseguré que el libro se encontrará dentro.

-          Espero que en esta ocasión puedas acompañarme.

Su portada roja no emano ni el título ni el lobo. Parecía estar dormido o algo similar... pero si por un momento se comportaba como un libro normal era algo bueno. Miré de reojo el calendario.

-          Falta muy poco para presentar los proyectos finales... debo buscar la forma de librarme de mi  profesor de literatura.

No pode reprimir una carcajada que llegó a mí. Fue como si un niño pequeño preparara su siguiente travesura. Esto me gusta, mi vida me gusta a pesar de siempre quejarme de ella. No es que el credo me mostrará que existen cosas peores, es solo que tengo una nueva visión de todo. Literalmente, puedo ver las cosas desde otra óptica.

El Credo - IniciaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora