Capítulo 52 - Casa

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Casa

¿Papá?, pero que está haciendo aquí. La última vez que hablamos fue casi al ingresar a la universidad, después tuvimos una pela muy fuerte y dejamos de hablarnos… incluso dejamos a un lado el pórtico… ¿Dónde están las tablas y la pintura? Había dejado todo aquí por si algún día quería terminar… ¿Qué pasó?

-          Erik, abre la puerta, la comida se está enfriando.

Él nunca trae la comida… no entiendo absolutamente nada. No tuve más remedio que abrir la puerta y colocar mi cara de estupefacto mientras mi padre me daba un enérgico abrazo, en sus manos había bolsas de plástico con comida china… odio la comida china.

-          Te dije que no te desvelaras el día de hoy, recuerda que veremos a tu madre en la noche para ir al teatro.

¿Teatro? A una de esas aburridas presentación de danza contemporánea que no tienen ni un ápice de sentido. Detesto ir a esos lugares, y más con… ellos.

-          Si papá, lo siento.

¡Qué carajo! Dile que te deje en paz, no planeas hacer nada el día de hoy, tengo demasiadas cosas en la cabeza como para realizar protocolos sociales absurdos.

-          Vamos hijo, a la mesa para comer, compre el pollo agridulce que tanto te gusta.

No puedo creer que la persona que me ha engendrado conozca tan poco de mí. La simple idea de mezclar esos sabores revuelve aún más el pobre de mí estómago. Solo di un paso para permitir que papá pasara a la cocina. ¿Hace cuánto tiempo estoy en el Credo? Creo que un par de semanas… ¿Meses? Pero el hechizo de tiempo hace que una semana en el credo sea un día aquí… cinco días por mucho. ¡Mi sustituto! Que habrá hecho mientras trataba de ganar aquella apuesta tan injusta.

-          Por favor Erik, no me dejes comiendo solo, también debes tomar un baño y arreglarte, tengo tu traje en la cajuela del auto.

… No sé quién era mi suplente, pero uro que lo voy a encontrar y lo torturaré por días… por meses al desgraciado ese.

-          Sabes que no me gustan los trajes papá.

-          Que dices hijo, si fue el que compramos juntos, incluso dejaste que fuéramos a un sastre para que estuviera de tu talla justo de tu talla.

¿Qué hice qué? Obviamente no podía decirle nada… solo tendría que seguir el juego hasta regresar al Credo y listo, fácil…

-          Aún no puedo creer que pasaras con una calificación perfecta tu examen de literatura, recuerdo muy bien a ese profesor.

-          Ni yo papá, creo que fue pura suerte.

Le decía mientras tomaba asiento frente a él en la mesa de la cocina, con un cubo de asquerosa comida china. Intenté dar un bocado pero el solo aroma hacia querer expulsar mi estómago al suelo.

-          De que hablas, si hasta fuiste a pedirme ayuda, la suerte no tenía nada que ver.

Genial, ahora el bastardo ese procuro “arreglar” la relación con mis padres. Por lo menos no tuve que presentar el examen… espera, se supone que haría un reporte de un libro para pasar la materia.

-          Cuando me comentaste qué harías el examen en lugar del trabajo final me encontraba incrédulo al principio y que solo lo harías para reprobar, pero esta vez te esforzaste hijo.

¿Qué?, esto no puede ir peor… ¡El libro rojo!

-          ¿Qué tienes hijo? Te veo preocupado y un poco más distraído.

-          Nada papá, sabes qué, no podré ir con mamá al teatro, acabo de recordar que tengo algo que hacer.

-          ¿Algo?

-          Sí, algo, ya sabes… algo.

-          No creo que a tu madre le guste eso, se lo prometiste desde hace tres días.

-          Si lo sé, pero de verdad, tengo que hacer ese algo.

-          No puedes cambiar los planes así y lo sabes.

-          Si, lo que sea, pero necesitas irte.

-          ¿Pero acabo de llegar?

-          Lo sé, pero de verdad te tienes que ir.

-          Erik, qué pasa, sabes que puedes decírmelo, recuerdas la conversación que tuvimos.

La verdad no ya que no se trataba de mí, y no me importa lo que hablaste con quien robó mi identidad.

-          Si papá, pero es urgente.

-          Hijo, ya habías cambiado y estas volviendo a ser el de antes, no o hagas.

Si tan solo entendieras… espera, jamás entendiste nada de mí, nunca me llegaste a conocer y ahora pretendes que por convivir con un falso yo por un par de días ya todo está arreglado.

-          Como digas, pero tengo que hacer…

-          Si ya me imagino… no importa, al parecer sigues siendo el mismo egoísta de siempre, tu madre se decepcionará mucho.

Usando siempre la misma carta de chantaje, al menos él no ha cambiado, sigue siendo el mismo manipulador de siempre.

-          Te esperaré en casa para ir al teatro, aunque tengo el presentimiento que no aparecerás. No sé por qué creí que esta ocasión sería diferente.

Tú y tus sueños absurdos, tengo cosas más importantes que hacer y tú solo tratas de hacer la fachada frente a la sociedad de tener una familia perfecta. Solo te molesta que yo quiera hacer mi vida a mi forma y no con la metodología tan perfecta que te funcionó a ti.

-          Al menos pudimos terminar el pórtico… espero que lo disfrutes.

Su voz se hacía más y más dura conforme salía de la cocina dejando toda la comida en la mesa. Como una firma suya, se aseguró de azotar la puerta lo más fuerte que pudo al abandonar la casa. Algo que no extrañaba en lo absoluto del mundo humano, estos problemas son pequeños y sin sentido, si tan solo se dispusiera a escuchar… pero ya abandoné esa esperanza varios años atrás. Así es mi padre y no cambiará, al igual que yo planeo ser exactamente igual.

Tiré la comida a la basura y lo rocié con ambientador de manzana canela para evitar el nauseabundo aroma. El libro. Corrí a mi habitación para olvidarme de otro grato y maravilloso momento con el hombre que me heredó su apellido.

Momento que mejoro al pasar por la puerta y ser recibido con un fuerte golpe en la cabeza, ya que el desgraciado libro tuvo la brillante idea de esconderse en el techo y curiosamente, dejarse caer cuando pasé debajo de él.

-          Créeme que yo también te extrañe, pero no era necesaria tanta euforia.

Le dije al libro mientras buscaba a mi atacante con la mirada, extrañado noté que la tinta del lobo se encontraba diluida, no era del negro tan intenso como antes, al tocarlo sentí su lomo frío como hielo, no tuve problemas con abrir sus páginas.

No había letras ni nada, pero al llegar a la última página encontré un mensaje perturbador.

“No hay tiempo, necesitas regresar”

¿A dónde? Si se refiere al Credo me es imposible, no tengo forma de contactar con él. Toqué la hoja con suma delicadeza, a su vez, el texto desapareció lentamente y permitió que la tinta regresará a sus páginas. La misma voz de hace tiempo dijo:

-          “No podemos perder la oportunidad”

¿Quién eres? Mi vista comenzó a nublarse hasta desmayarme… otra vez. En ocasiones me pregunto ¿qué sería de mí si nunca hubiera tomado el libro del estante?

El Credo - IniciaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora