35. Juego de seducción

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Escucha vagina, no es momento, sé que quieres diversión, yo también, pero no podemos, tenemos otro plan. Así que ¡Quieta!

Eliot Lacroix

Terminé de ducharme y me pareció extraño que Madison hubiera casi cerrado la puerta del baño mientras yo estaba dentro, ajusté la toalla a mi cintura y empujé la puerta despacio.

Había una silla en frente de la cama, justo en medio de la habitación. La puerta principal de la habitación estaba cerrada al igual que la puerta del balcón. Las cortinas estaban corridas haciendo que todo quedará un tanto oscuro.

Salí del baño un tanto desconcertado y me acerque a esa silla, miré a mi alrededor, me encontraba solo.

—¿Madison?

Su nombre se desvaneció en el silencio de la habitación, me metí al vestidor y me puse unos boxers blancos y un buzo gris. Volví a salir a la habitación ahora secando mi cabello con la toalla.

Me acerqué a la puerta principal y cuando estuve por girar la manija me detuvo una cosa: su voz.

—¿Te vas?

Su tono era suave y juguetón. Giré y la ví, estaba de pie bajó el marco de la puerta del baño. Llevaba su cabello castaño suelto, caía sobre sus hombros como una cascada hasta arriba de su cintura y noté que por debajo  de la camiseta blanca resaltaba su lencería roja.

Me miró con una sonrisita lascivia, luego sus manos descendieron hasta el borde de la camiseta justo sobre sus muslos gruesos. Fue imposible no imaginarme apretandolos y mordiendolos, esa era una de las mil partes de su cuerpo que me encantaba.

Sentí como un calor intenso se hacía presente en mi pecho.

—Pensé que... —empezó a caminar despacio por la habitación— podríamos hacer algo juntos.

Se acercó a la cama donde estaba mi corbata, la sujetó y empezó a jugar con ella envolviendola en sus muñecas.

—Jugar un poco quizá —propuso.

No pude contener mi sonrisa, sentí como mis músculos se tensaban ante la idea de tenerla atada sobre la cama, totalmente expuesta y vulnerable, entera para mí.

—Pero... —dijo de repente— está vez yo seré quien manda.

Oh.

Fue confuso.

—¿Mandaras? —le pregunté.

Me sonrió y se acercó despacio, su sonrisa era distinta, más juguetona, una lujuria deliciosa se marcaba en su cara.

Estuvimos frente a frente, mi corazón se aceleró cuando toco mi pecho, sentí como me desarmaba, me contuve de suspirar. Ella notó como mi piel reaccionaba a sus dedos, luego sus ojos verdes se fijaron en mí.

Se acercó a mí oído y muy bajito susurró —Lo haré.

—¿Dime qué me harás? —le pregunté.

Ella me miró y sonrió, negó con la cabeza despacio, sentí la adrenalina recorrerme el cuerpo y centrarse en mi entrepierna.

Envolvió la corbata en mi muñeca y empezó a retroceder —Mejor te mostraré...

Me llevó hacia esa silla, me hizo sentarme y luego se colocó detrás de mí llevando mis manos con ella y empezó a atarme.

Mi sonrisa fue instantánea y la sensación fue distinta, el placer no fue tan intenso como cuando yo daba las órdenes pero fue fuerte y se mantuvo presente desde el momento uno y aún no había pasado nada, el corazón me latía tan fuerte y la incertidumbre le daba pie a un sin fin de escenarios en mi imaginación.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora