16. ¿La paciencia o las bragas?

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Eliot Lacroix tiene el poder de hacerte perder dos cosas:
La paciencia por lo antipático.
O las bragas y ya verás porqué.

Tuve la segunda lucha interna más grande de toda mi vida y la pregunta base era: ¿Quién demonios es El Rey De Las Apuestas?

Es un mafioso, claro está. Pero necesito saber quién es y porque carajo Felix dijo que yo lo conocía, que conocía una parte de él.

En la fiesta ni siquiera pude verle la cara.

El rey de las apuestas busca los puntos débiles de sus oponentes para quitarles todo, yo era el punto débil de Harold.

"La única forma en que pueden hacerme daño a mi es haciendotelo a ti"

Todos los Betting Boys buscan lo mismo, tener la confianza de ese hombre. Teóricamente serían capaces de apuñalarse entre ellos por cumplir con alguna expectativa de ese tipo.

Me froté la cara y salí del salón, vi a Harold en la cafetería, trote hacia el, pero poco a poco vi que no estaba solo. Me frene de golpe. Estaba con Bell, Harper y Felix.

Alguien toco mi hombro, salte del susto y juro que el vomito me subió a la garganta, era Eliot.

—¡¿Y ahora qué te pasa?!

Me lleve la mano al pecho y solté un suspiro —Me asustaste.

Me miró con curiosidad, volví a mirar a la cafetería, Harold hablaba y todos le prestaban atención.

—¿Todo bien?

Miré a Eliot —Sí. Bueno... No, yo... —fruncí el ceño y volví a mirar a la cafetería—. No lo sé.

—¿Quieres ir a hablarle? —lo miré—. A Harold —señaló.

—Eliot... ¿Has sentido esa presión en el pecho que te dice que algo está mal?

Se encogió de hombros —No, no tengo ansiedad.

Solté un gruñido de hastío —Imbecil. Hablo de preocupación.

—Teóricamente eso es la ansiedad.

—No sé ni para que te cuento —me sostuvo de la camiseta, su cara era de confusión casi me miraba tipo "Oye, tranquilo viejo"

—¿Qué pasa? —me preguntó extrañado.

—Nada.

Me miró con incredulidad —Ay por favor.

Lo miré y suspiré, me mordí una uña con preocupación, no le dije nada.

—De acuerdo. No te insistiré.

Le di una mirada crítica —Se supone que debes hacerlo. Así te cuento todo, después te quejas de que es una tontería y te vas.

—¿Hago eso?

—Todo el tiempo.

—De acuerdo, haré una excepción. ¿Quieres ir a la biblioteca? Compré dos coca colas y una bolsa de pan. Desahógate conmigo.

Me reí —¿Soda con pan?

—Sí. ¿No te gusta?

—Sí, sí me gusta.

—Entonces vamos antes de que me arrepienta.

—Admite que en el fondo te está empezando a gustar el chisme.

—No admitiré eso nunca.

La biblioteca estaba vacía, era mejor, así nadie nos escucharía. El sonido de las latas de Coca-cola al abrirse fue lo que dio entrada a todo el cuento.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora