0. El Engaño de Eider.

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No olviden cuál es su nombre, ni el gran poder que tiene

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No olviden cuál es su nombre, ni el gran poder que tiene.

Narrador omnisciente
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Eliot lloraba desesperado —Por favor, solo déjenme ir a Seattle, por favor. Ella está ahí, por favor.

Los enfermeros que lo retenían compartieron miradas suspicaces ante la declaración tan segura que había dado, pero toda vaga sombra de inquietud desapareció cuando de los labios del pelinegro salió el nombre de la chica:

—¡Madison está en un hospital, debo ir con ella!

Y la razón era que ella no existía.

...

O mejor dicho, eso era lo que Eider quería que Eliot creyera.

Eider siempre fue muy perfeccionista con cada una de sus jugadas, incluso con esas que no se realizaban con piezas de ajedrez.

Existía una cláusula especial en el testamento de su padre dónde decía que sí Eliot enfermaba, Eider podía disponer del dinero necesario por un periodo de un año, de allí en adelante sería necesario monitorear con una figura legal el estado de salud de Eliot.

Esto era algo complejo, porque tenía un tiempo estipulado y cualquier paso en falso lo arruinaría todo.

Por ello debía convencer a Eliot de que Madison no existía y suena complicado.

Pero vamos, hablamos de Eider Lacroix, él no se equivoca, cada cosa que dice o hace tiene una finalidad que lo beneficia, a corto o largo plazo.

Eider descubrió que para que Eliot perdiera la razón solo era necesario que Madison estuviera en peligro de muerte, que su vida pendiera de un hilo lo haría entrar en pánico, Eider se encargó de cerrarle todas las puertas a su hijo para que cuando intentara buscar el órgano que Madison necesitaba no lo consiguiera.

Eliot no tenía opciones, y Madison seguía en coma, se sintió desesperado, asustado, aterrado ante la idea de perder a su novia, sintió miedo de tener que escribir Cartas Con Destino Al Cielo con el nombre de su amada. No estaba dispuesto a eso...

No le quedó otra opción, y buscó a su padre.

—Son tus actos, Eliot. No me interesa nada de eso, es tu vida, resuélvelo solo.

Eliot se levantó de la silla —Pero lo intente. Lo hice, no hay forma de que yo lo consiga solo... Necesito que me ayudes, papá. Si ella no tiene ese trasplante morirá.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora