43. ¡Vamos a morir!

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Aunque Eliot no fuese hijo de Eider tenían muy en común eso de mantener conocimiento de todas las jugadas de su "rival".

Harold Lowell

Eider estaba dándole la espalda a la puerta mientras una chica le extendía una carpeta, todo mi cuerpo se tensó al verlo, mi corazón dejó de latir un segundo, si es que aquello era posible, y contuve la respiración, cerré la puerta con cuidado y a la velocidad de la luz me oculte dentro de un armario empotrado en la pared.

La puerta de la oficina se abrió y gracias a las rejillas pequeñas de madera del armario pude ver hacia afuera.

El imponente hombre de ojos violetas cerró la puerta y lo primero que hizo al estar en la privacidad de su oficina fue acercarse a la caja fuerte, lo ví ingresar el código y cuándo la puerta se abrió empezó a sacar con cuidado todos los documentos, pero quedé atónito cuando lo ví retirar una especie de doble fondo de la caja y entonces extraer varios fajos de dinero.

Mis manos empezaron a sudar.

Metió todo en un maletín negro, luego se movió hasta la computadora y conectó su teléfono a ella, fue extraño verlo abrir el cajón de su escritorio y extraer un DVD, lo ingresó a su computadora y luego de cortos segundos se levantó y caminó hacia la esquina donde en un mueble habían botellas de Ron y Whisky.

Fruncí el ceño y quise acercarme para ver mejor pero me contuve, no podía arriesgarme a que me viera, y fue aquí donde me di cuenta que mis gafas estaban en el suelo, debajo del sofá donde me había acostado.

Todo mi cuerpo se estremeció, Eider volvió hacia la computadora y extrajo el DVD, lo guardó en un estuche y pronto tomó un marcador negro y empezó a escribir algo encima.

Metió el DVD a su maletín y fue entonces cuando su teléfono empezó a sonar.

Lo contestó con una pregunta que me dejó perplejo:

—¿Qué sucede Bell? —al escuchar el nombre de Bell dejé de respirar.

¿Se había atrevido a traicionarme?

Lo había hecho.

—¿Irse? ¿Conoces la razón? —se levantó un largo silencio, observé con cuidado, con la viva curiosidad en las venas y escuché atentamente—. No estarás escondiéndome algo ¿Cierto?

¿Le había dicho?

¿Había contado todo lo que le ordene investigar?

Juro que sí lo hizo voy a encargarme de convertirla en nada.

—Sabes que tenemos un trato ¿No es verdad?

Narrador omnisciente

*Lo sé, Monsieur. Confíe en mí palabra así como yo confío en la suya. Harold no me dió detalles, solo me llamó y me dijo que hiciera que los padres de Madison volvieran a Seattle. Antes de eso solo me advirtió que me llamaría para decirme cuando traerlos. No me ha llamado para nada más.

—Confiare en lo que dices. Pero tienes presente que si me entero de que me mientes tendrás problemas ¿No?

*Totalmente, Monsieur.

Bell no le había contado nada más a Eider o... a The King Of Beets. Él le había prometido reclutarla, para entonces traerla a Francia y apostar en grande, le prometió cantidades exorbitantes de dinero, todas esas cantidades eran reales, eran posibles, las apuestas fajan en billetes a cualquiera que supiera cómo jugar.

Y Bell sabía, sabía jugar gracias a Harold.

Pero Eider jamás ayudaría a nadie que no fuese a sí mismo, así que todas las promesas estaban vacías, no obstante ella tomó la decisión de confiar.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora