42. Un paraíso oscuro.

49.3K 1.7K 3.5K
                                    

Con Eliot Lacroix tenías el paraíso y la oscuridad del caos al alcance de tus manos y ambos eran igual de deliciosos, porque los tocabas con él.

Un par de días después:

Me desperté de sobresalto cuando caí de la cama con fuerza contra el suelo, me golpeé el hombro y la cadera, e incluso la pierna se me quedó enredada en la sabana.

—Me cago en tus... —mascullé de mal humor y traté de levantarme, pero la sábana no se soltaba de mi pie.

Cuándo logré ponerme en pie, me dirigí hacia la puerta de la habitación mientras tomaba mi teléfono y bostezaba.

Salí hacia el pasillo y al pasar frente a la habitación de Eliot me detuve, la puerta estaba cerrada.

Estuve por abrir pero no lo hice, di un paso al frente dispuesta a irme pero no pude. Regresé e intenté girar la manija pero tenía seguro.

Quizá él aún dormía. 

Mejor era dejarlo tranquilo.

Bajé las escaleras y fui hacia la cocina, al abrir la puerta ví a Harold sacando un paquete de salchichas de la nevera, estaba sin camisa, tenía la piel cremosa y no pude evitar recorrer con la vista sus hombros anchos y espalda grande el castaño llevaba puesto un short rosado de piscina que le hacía ver un culazo.

Se giró hacia mí y ví que tenía puestos unos lentes de sol, mi atención bajó por su abdomen y brazos definidos.

Sonrió al instante y se quitó los lentes.

—Hola.

Tragué saliva y respiré hondo —Buenos días...

Entré y me serví una taza de café, Harold sacó una chuleta de carne y la puso en una bandeja junto a las salchichas.

—¿Adoptaste un cocodrilo?

Me miró mientras cerraba la nevera —No, solo tengo hambre.

Sonreí —Todo el tiempo.

Me miró y sonrió enseguida mientras me decía gesticulando con las manos muy relajado

—Nena, la comida es uno de los pocos placeres de mi vida.

Se levantó un corto silencio y me acerqué a él —Oye... Quiero...

Él arrugó el entrecejo.

Suspiré y reuní valor para decirlo —Quiero hablar de lo que pasó anoche...

—De acuerdo —cedió al instante.

—Harold, no estuvo bien que tú y yo...

Él sonrió —Ya sé lo que dirás, lo esperaba, de hecho, me sorprendió un poco no ver tu mensaje diciéndome que solo fue un error...

Negué —No lo llamé así, solo que, Harold estoy con Eliot y no quiero, yo... No debí...

—Nena, está bien... No intentes ser cuidadosa de no romper algo que ya rompiste mil veces, me acostumbré, ya solo espero a que suceda y listo.

—Lo lamento.

Empezó a reír despacio —No lo hagas, rompiste mi corazón hace varios años, nena. Pero ni tú ni yo contábamos con que si importar el daño los pedazos te iban a amar.

Apreté los labios —Somos mejores amigos...

—¿Es lo que quieres que diga? —lo miré a los ojos, él sonrió suavemente—. Entonces lo somos.

Tomé aire y me alejé.

Él cambió el tema como si nada hubiera pasado, eso hacía cuando algo lo lastimaba de verdad, actuaba como si no hubiera sucedido, aunque por dentro estuviera hecho pedazos.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora