12. Bienvenidos al final del juego.

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Este no es un juego de suerte, sino uno de estrategia y ya está más que claro quien lleva la delantera

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Este no es un juego de suerte, sino uno de estrategia y ya está más que claro quien lleva la delantera.

Narrador omnisciente
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—Es un maldito hijo de puta —escupió Franchesco con un acento italiano notorio.

Madison se mantuvo inmóvil en el piso.

Edrian se giró hacia Elena y Clay, antes de poder decir algo Park había salido de su escondite detrás de la barra y se acercaba con una botella de tequila fuerte.

Elena mantenía su mano sobre la mejilla de su novio.

—¿Está herido o solo se desmayó del susto?

Elena miró a Park con mala cara.

—Es mucha tensión además al menos Clay fue valiente y se mantuvo aquí, no como tú, que te escondiste.

Edrian tomó la botella de tequila y la abrió, empapó la manga de su camisa y la acercó a la nariz de Clay, el rubio se removió.

—¿Clay? Mi amor, tranquilo ya estás bien.

Clay se despertó de sobresalto.

—¡Ah!

—Tranquilo, ya pasó —le dijo Elena.

Park lo miró con suave burla, Edrian se giró hacia Franchesco, quien se seguía apretando el corte en el brazo, Edrian le retiró la mano y sobre la herida le dejó caer el tequila, el rostro de Franchesco se apretó en dolor.

Edrian colocó la botella a un lado y miró a Harold, el castaño observaba a Madison, ella estaba inmóvil, en el suelo, con la mirada clavada en el arma que sostenía en la mano.

Antes de que alguien pudiera acercarse ella se puso de pie y se limpió las lágrimas silenciosas que había derramado.

—Madison —la llamó Edrian—, tranquila todo...

Ella lo señaló y lo miró a los ojos, sus labios estaban suavemente hinchados y sus mejillas rojas del llanto.

—No, no lo hagas. No digas que todo está bien porque no lo está.

Elena, Clay, Franchesco y Park la miraron.

—Madison... —Edrian respiró hondo.

—Se supone que Bastián cuidaría a mi familia —Ella lo encaró, molesta y asustada.

—Sí, sí, pero recuerda que Eider tiene contactos, quizá no fueron los hombres de Bastian quienes...

—No me importa —ella levantó la voz—, estoy harta —confesó con el pecho apretado en dolor y las lágrimas vibraron en sus ojos—, estoy harta de tener que ver cómo todo lo que amo es destruido, estoy harta de ver qué lo que hago no es suficiente porque ese viejo maldito siempre está un paso por delante —su voz se quebró—, me repugna que no se mida al hacer daño. Yo solo...

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora