La casa del sol naciente #Wat...

By EvelynGarcaTirado

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La casa del sol naciente pone en escena a Geri y Martin Croizen, una pareja de hermanos huérfanos que habitan... More

Capítulo I: Hermano Sol, hermana Luna
Capítulo II: Los niños en el bosque
Capítulo III: La suerte de la luz
Capítulo IV: Diario de Daniel Stutzman
Capítulo V: ¿Qué te dice la noche?
Capítulo VI: Desde el abismo
Capítulo VII: Formas de Nieve
Capítulo VIII: Tus labios destilan miel
Capítulo X: Los ángeles músicos
Capítulo XI: Cuatro conejos negros
Capítulo XII: Conozco todos los ojos
Capítulo XIII: La reina os saluda
Capítulo XIV: El árbol de la vida
Capítulo XV: El sueño está de viaje
Capítulo XVI: Dame una señal
Capitulo XVII: Tus ojos azules
Capítulo XVIII: El zorro está dando vueltas
Capítulo XIX: Todo desapareció
Capítulo XX: De súbito, la luz me olvida
Capítulo XXI: Diablo frío que soy
Capítulo XXII: Dame la mano, dolor mío
Capítulo XXIII: El gato con botas
Capítulo XXIV: La piedra absoluta
Capítulo XXV: Abel
Capítulo XXVI: Un corazón que odia la Nada
Capítulo XXVII: ¿Por qué brillas?
Capítulo XXVIII: Formas de Luz
Capítulo XXIX: La plena flama divina (Final)

Capítulo IX: Los Inocentes

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By EvelynGarcaTirado

Sólo en Ti

está mi

fortaleza.

Luis Hernández, La libreta Bayer

  

Un domingo de diciembre, Geri se hallaba leyendo en el ático de su casa sobre un diván viejo que había perteneci­do a María Simma. Apoyaba los pies sobre una alfombra parda, de pelo largo, donde solía tenderse Martin a leer sus cuentos. Antes, el niño también subía al ático para pasar los domingos con su hermana, a quien narraba en voz alta cada detalle fantabuloso que descubría en sus libros de estampas. Pero aquel fin de semana, Geri estaba sola y encontraba aburrido el álbum de tapas verdes que tenía entre las ma­nos. Estaba a punto de quedarse dormida cuando escuchó las voces entusiastas de unos niños que venían cantando por la avenida principal del bosque de olivos. En los pri­meros días del mes de noviembre, los niños de la zona se habían dividido en grupos para ensayar villancicos en la es­cuela de la parroquia y, luego, salir a cantarlos de casa en casa. Martin había sido incluido en uno de aquellos grupos y desde entonces pasaba las tardes visitando a los vecinos y haciendo nuevos amigos. A Geri no le agradaba que su her­mano se involucrara tanto en las celebraciones navideñas, pues deseaba tenerlo siempre cerca, pero el día de San Ni­colás[1], Martin había sido nombrado "obispo-niño", lo cual significaba que iba a ser el rey de la temporada de Adviento. El muchacho debía desempeñar ese papel hasta el día de los Santos Inocentes.

La doctora Croizen se asomó a la ventana del ático y vio que Martin se hallaba dirigiendo el coro de niños: "Ya vienen los Reyes Magos, / por los caminos de Oriente, / traen los camellos cargados de regalos y presentes, / oro le llevan al Niño y además llevan también, / bajo su capa de armiño, buen vinillo y rica miel...". Martin hacía la voz principal. Geri lo llamó con un gesto suave y él se despi­dió con rapidez de sus amigos. Antes de pasar al ático, el niño se detuvo un instante en el umbral: se había disfrazado. Llevaba una túnica hecha de lino, sin costuras, con mangas holgadas; un cinto bordado, de un palmo de ancho; un man­to con borlas y flecos en los márgenes; un grueso turbante sujeto con alfileres de plata, el cual cubría por completo su cabellera rubia; unas cejas postizas de algodón muy fino; y una barba larga y blanca, tan hermosa que parecía un cúmu­lo de estrellas. Fue a arrodillarse a los pies de Geri, sobre la alfombra, en una actitud de festiva entrega.

—¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido? —preguntó la doctora y, con un movimiento elegante, libró la cabellera del niño de aquella gruesa franja de tela.

Martin tenía la cara enrojecida y los ojos brillantes.

—¡Genial! ¡Visitamos a todos los vecinos! ¡Incluso a los Stutzman!

—Los Stutzman. Los que viven cerca de la iglesia —dijo Geri y enterró los dedos bajo el cabello dorado de su hermano. Cerró los ojos.

—Sí. ¿Los conoces? Ya, son tus pacientes. Debí su­ponerlo.

—Desde hace poco. ¿Qué te parecieron?

El niño se alzó de hombros y se quitó lentamente la barba y las cejas pobladas:

—Ya sabes... Representamos una escena del Evan­gelio en cada casa y, en la de ellos, nos tocó hacer un drama sobre los Reyes Magos. En realidad esa obra ya fue estrena­da la Navidad pasada, pero corregí los diálogos y agregué algunos detalles para hacer más ligera la entrevista.

—¿Qué entrevista?

—La conversación privada que sostuvieron los Re­yes con Herodes. La obra no le agradó mucho a la hija del señor Stutzman. ¿Cuál es su nombre? Es una chica que lleva gafas oscuras... —Martin se sentó en la alfombra y, luego de guardar la barba y las cejas postizas en una caja de alfa­jores que había bajo el diván, cruzó las piernas a la manera turca.

—Mina es así de susceptible. Yo que tú no me pre­ocuparía —murmuró Geri.

El niño sonrió aliviado. Geri le pidió que se acerque y él se abrazó riendo a sus piernas, por unos segundos.

—Y, entonces... ¿fuiste un Rey Mago? —preguntó la joven.

—No, hice de Zacarías, un sacerdote del Templo de Jerusalén; pero antes, el señor Stutzman nos invitó a compartir su mesa. Éramos doce en total y, como había tre­ce asientos, uno de ellos quedó vacío. Cuando la merienda estuvo lista, Mina trajo una taza de leche y una porción de pastel, y dejó ambas cosas frente al asiento vacío.

Geri dio un salto sobre el diván.

—Yo la miré extrañado —continuó Martin—. Ella parecía contenta. De hecho, se acercó y me dijo al oído: "Ese pastel es para quien debe venir, para quien se encuen­tra en el reino de los que han desaparecido".

—¿Eso dijo?

—Sí, ¿cuesta creerlo, no? Su padre adivinó nuestra conversación y aclaró que se trataba de una vieja costumbre de su tierra. Nos contó que en su país de origen, durante las noches de Adviento, se suele servir en cada hogar un plato de comida extra para los parientes ya fallecidos. Es algo tra­dicional.

—¿Y de dónde es él?

—De Alemania... ¡igual que papá! —el niño se es­tremeció—. No me informé sobre "el invitado de honor", pero, en teoría, me hallaba sentado junto a un fantasma. Aun así, seguí tomando leche y comiendo pastel, como si nada ocurriera. Me pareció que lo mejor era fingir indiferen­cia. Pero creo que Mina se dio cuenta...

—¿... que tenías miedo?

—No, de que ella me agrada. No dejaba de mirarme y de reírse entre dientes. Felizmente, su padre la llamó al orden, y luego, nos propuso pasar a su sala para representar la obra.

—¿Puedes contármela?

—Claro. La he ensayado tantas veces que ya me la sé de memoria. Es la traducción de una obrita alemana. Pero la traigo en el bolsillo, ¿quieres leerla? —y Martin le alcanzó a su hermana un rollo de papel arrugado.

La obra estaba escrita a máquina y tenía incontables enmiendas. Geri respiró hondo y comenzó a leerla en voz alta:

  

LOS INOCENTES

Personajes:

HERODES: Rey de Judea.

MELCHOR, GASPAR Y BALTASAR: Sacerdotes de Persia.

ZACARÍAS: Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalén.

FLAVIO: Jefe de los Centuriones.

MENSAJERO

SIRVIENTE

CRIADO

CENTINELAS

SOLDADOS

CENTURIÓN

  

Escena primera

 Año 7 a. C. Jerusalén. Palacio de Herodes el Grande. Comedor.

Herodes se ha reunido con el Jefe de los Mensajeros. Ante ellos, se extiende una mesa baja de marfil llena de manjares. Herodes invita al Mensajero a probar las viandas.

 HERODES.- Llegas tarde. ¿Qué noticia me traes?

MENSAJERO.- Una muy inquietante, Excelencia, hemos hallado a tres peregrinos.

HERODES.-¿Quiénes son ellos?

 Entra un sirviente y escancia vino para Herodes y el Mensajero. Deja una pequeña ánfora dorada sobre la mesa y sale.

MENSAJERO.- Vienen del imperio parto. Son tres: Melchor, Gaspar y Baltasar; este último es casi un niño.

HERODES.- ¿Y dices que son un peligro? (Le sonríe). ¿Qué po­drían hacer?

MENSAJERO.- Son astrónomos y astrólogos.

HERODES (con desdén).- ¿Y qué presagian?

Herodes señala una fuente de plata y el mensajero se la alcanza; el Rey trin­cha una pierna de cordero y empieza a roerla con sumo apetito.

 MENSAJERO.- Dicen que el rey de los judíos acaba de nacer...

HERODES (deja de comer, de pronto).- ¿Cómo?

MENSAJERO.-...y que están aquí para adorarlo.

HERODES (retira la fuente).- ¿Y dónde creen que ha nacido?

MENSAJERO.- La estrella del niño los ha guiado hasta aquí, pero ignoran el lugar exacto.[2]

HERODES (bate palmas y regresa el sirviente).- Llama al Sumo Sacerdote. (Al Mensajero). Rápido, trae a esos hombres en secreto. Utiliza el túnel del vestíbulo.

MENSAJERO.- Sí, Señor.

 El Jefe de los Mensajeros se retira haciendo una venia. Entra el Sumo Sa­cerdote y se acerca a hablar con el Rey. Herodes toma un cuchillo y destroza, sin advertirlo, al cordero. Las manchas de salsa se expanden sobre el mantel.

 ZACARÍAS.- ¿Me mandó llamar, Señor?[3]

HERODES (por momentos, más irritado).- Quiero saber donde nacerá el Cristo.

ZACARÍAS.- Tendrá una respuesta enseguida; pero, antes, debo revisar las Escrituras.

HERODES.- Hazlo de prisa. Tu vida depende de ello.

 El Sumo Sacerdote se retira con aire sombrío. Herodes toma la pequeña ánfora de vino y la estrella contra la pared.

Escena segunda

 Sala de Audiencias. Entra el Jefe de los Mensajeros seguido de tres hombres cubiertos con capas y gorros frigios. Los hombres saludan al Rey con una venia.

 MENSAJERO.- Aquí los tiene, Señor.

El Mensajero hace las presentaciones, pero Herodes lo despide con un gesto; se halla concentrado estudiando a los recién llegados: el mayor ya es un an­ciano, su presencia inspira miedo y respeto. Es Melchor. Le sigue un joven vigoroso y de paso elástico, de cabello rubio y abundante, cuyo nombre es Gaspar. Tras él, viene un niño de piel tostada y rasgos finos, parecido a los nómadas del desierto. Es Baltasar.[4]

HERODES.- Sean bienvenidos a mi corte.

MELCHOR.- Dios te dé larga vida y te cure de todo mal. (Se inclina ligeramente). Somos de la tribu de los Magos y ve­nimos del pueblo de Khandadián, en Persia.[5]

HERODES.- ¡Persia! ¿Qué los trae por estas tierras?

MELCHOR.- Hemos visto la estrella que ha nacido junto al rey de los judíos y venimos a adorarlo.

HERODES (fingiendo sorpresa).- ¿La estrella del nuevo Rey? Yo soy el rey de Judea y ninguna de mis esposas ha dado a luz.

MELCHOR.- La estrella es en realidad una conjunción: las es­feras de Júpiter y Saturno se han reunido en la casa de Piscis. Esto significa la llegada de un Rey que vendrá en los últimos tiempos.[6]

 Silencio.

HERODES (caminando de un lado a otro).- Un momento, Jú­piter es el rey; Piscis es el fin;[7] y Saturno, entonces... ¿es este pueblo?[8]

BALTASAR (sonriendo con picardía).- Es curioso que no lo sepa.

HERODES.- Sé que todos los pueblos sujetos a Roma esperan la llegada de un Salvador. Pero también sé que la gente se divierte inventando historias. (Pausa, con sarcasmo). La­mento decirles que soy el único rey de Judea.

BALTASAR (mirándolo con insolencia).- ¿Debemos entender que usted es judío?[9]

HERODES (pálido de ira, sin levantar los ojos).- ¿Cuándo vie­ron la estrella por primera vez?

BALTASAR.- La vimos a fines de mayo, hace más de seis meses. (Avanza hacia el Rey, se detiene). Debe ayudarnos a encon­trar al Niño.

HERODES (mesándose los cabellos).- ¿Y para qué quieren ha­llarlo?

MELCHOR (bajando la voz).- Solo Él puede librarnos de la muerte.

HERODES (desesperado).- Si unos sabios como ustedes prego­nan esas nuevas, el pueblo enloquecerá.

GASPAR (sonriendo tristemente).- Tal vez el pueblo no le tenga fe, pero aun así debemos entregarle estos regalos.[10]

HERODES (ansioso).- ¿Qué traen ahí?

GASPAR (abre unos cofres llenos de oro, incienso y mirra y se los muestra al Rey).- Estos regalos simbolizan las tres naturale­zas del Niño: el oro es para el rey; el incienso, para Dios; y la mirra, para el hombre. Él morirá como todos nosotros.

HERODES (con sonrisa diabólica).- Alguien sujeto a la Muerte nos librará de ella...

GASPAR (imperturbable).- Debe morir para salvarnos.

Nuevo silencio.

HERODES (sin aliento).- ¿Ustedes creen que Él es el Hijo de Dios?

Gaspar asiente, convencido. Los otros miran al Rey de frente. Esperan. Un criado se acerca a hablar con el Rey.

HERODES (al criado).- Hazlo pasar. (A los Magos). Escuchen esto.

Pasa el Sumo Sacerdote. Se inclina ante el Rey y saluda a los Magos.

ZACARÍAS.- Hallé la respuesta, Señor. El Mesías pertenece a la Casa de David.[11]

HERODES.- ¿Cómo lo sabes?

ZACARÍAS.- Lo dice Miqueas: "... pero tú, Belén Efrata,[12]aun­que eres la más pequeña entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar Israel"[13].

HERODES (radiante).- Mereces conservar tu puesto.

 El Sumo Sacerdote se retira por una puerta lateral.[14]

 HERODES (a los Magos).- Vayan y averígüenlo todo acerca del Niño.

MELCHOR (consternado).- Así se hará. Que te salve el Creador.

Los Magos se marchan luego de obsequiar al Rey diversas joyas. Herodes llama a sus centinelas.

 HERODES.- Si regresan con noticias del Mesías, ustedes irán a comprobarlo. Una vez hallado, se deshacen del niño y de los Magos. ¿Quedó claro?

CENTINELAS (juntando los talones).- ¡Sí, Señor!

HERODES (abstraído).- La ciudad nunca sabrá del Cristo.

  

Escena tercera

Palacio de Herodes. Patio principal.

Entran Herodes, Flavio, y escuadrones de soldados marchando.

 FLAVIO.- Los Magos ya no están en Belén, Señor. Los aldeanos no los vieron partir. Debieron salir durante la noche.

HERODES (mira sin ver, mientras acaricia su espada; contenien­do la risa).- Dime, ¿cuántos habitantes hay en Belén?

FLAVIO.- Alrededor de mil, Señor.

HERODES.- ¿Y ninguno de ellos los vio partir? (Pateando el sue­lo). ¡Protegen a extraños en vez de ayudar al Rey!

Herodes comienza a temblar de ira. Flavio lo observa, alarmado.

 FLAVIO.- La noche fue cerrada. Seguro tomaron algunos dis­fraces.

HERODES (para sí).- La estrella apareció hace más de seis me­ses, según los Magos.

FLAVIO (aparte).- De acá no saldrá nada bueno. (A los soldados, que van más despacio:) ¿Qué les sucede? ¡Sigan marchando!

HERODES.- Prepárate. Irás a Belén con los escuadrones.

FLAVIO (incrédulo).- ¿Cómo dice...?

HERODES.- Quiero que maten a todos los niños menores de dos años que haya en la aldea y sus alrededores.[15]

 Los escuadrones comienzan a acelerar el paso.

 FLAVIO (con firmeza).- Le ruego que no dé una orden tan re­pentina.

HERODES (apuntándolo con la espada).- ¿Cómo te atreves a contradecirme?

FLAVIO.- Pero los soldados se negarán. ¡Habrá una rebelión!

HERODES (con furia helada).- Si alguno se niega será arrestado y muerto a palos junto a su familia. (A los soldados:) ¿Lo oyen?

Los escuadrones dejan de marchar.

 FLAVIO (apretando los dientes).- La sangre de esos niños matará a nuestros hijos... ¡Os podriréis bajo esa sangre!

HERODES (riendo, sin levantar la cabeza).- Ya vete.

FLAVIO (con profundo desprecio).- En adelante, nos llamarán malditos...

 Flavio y los soldados se retiran.

Escena cuarta

 Una calle de Belén de Judá.

Herodes entra por la izquierda del escenario. Se oyen llantos y gritos.[16] Fla­vio pelea con un centurión. Este último, al ver a Herodes, se le acerca triun­fante llevando consigo a Zacarías.

CENTURIÓN (señalando al Sumo Sacerdote).- ¡Señor! ¡Ahora es claro quién advirtió a los Magos... y por medio de ellos al Cristo!

HERODES (con tristeza).- ¡Zacarías!

 El Sumo Sacerdote inclina la cabeza, en silencio.

 HERODES.- ¿No vas a decir nada?

ZACARÍAS (con voz tranquila, mirando al Rey de frente).- Soy un servidor del Templo, me debo al Hijo de Dios antes que a ti.

HERODES (helado).- Entonces...

 Silencio. El Rey despide al centurión con gesto amenazador.

 HERODES (ahogándose de cólera).- ¡Dime dónde está!

ZACARÍAS (sonriendo).- ¿Para qué? Ahora debe estar muy lejos.

HERODES (aparte, enajenado).- ¡Él reinará sobre Israel...! (A Zacarías:) ¡Por tu vida! ¡Dime! ¿Dónde está el Niño?

ZACARÍAS.- No lo sabrás por mí.

 Flavio saca con furia su espada y corre hacia el Rey.

 HERODES.- ¡Flavio! ¿Qué intentas...? ¡Arréstenlo!

 Cuatro soldados rodean al Jefe de los Centuriones.

 HERODES.- (al Sumo Sacerdote).- ¡Habla o morirás!

ZACARÍAS (sin inmutarse).- Puedes derramar mi sangre. Mi es­píritu volará hacia el Señor.

Telón y fin de la obra

  

Geri devolvió el manuscrito a su hermano.

—¿Qué sucedió después? —dijo la doctora.

—El señor Stutzman nos elogió mucho, pero Mina salió de la habitación, retorciéndose las manos.

—No estaría mal... ¿o sí?

—Tanto que mientras duró la obra intentó abando­narnos varias veces, pero su padre se lo impidió. Algo tuvo que impresionarla y me gustaría saber qué.

La doctora asintió en silencio.

—¿Por qué crees que Herodes se obsesionó con un niño? —dijo Geri, al fin.

—¿Por qué? Por envidia... por celos.

—Exacto. Envidia porque aquel niño era mejor que él; celos, porque iba a ser muy amado. Herodes no quería un suplente.

Martin subió al diván y se acurrucó al lado de su her­mana. Tenía algo de sueño.

—¿Sabes? Mis amigos aseguran que soy idéntico a un niño que actuaba hace poco en la compañía.

Geri no contestó enseguida, parecía considerar la idea.

—No lo creo —sus ojos se ausentaron—. Quizá seas el chico más guapo del mundo.

Martin enrojeció.

A lo lejos, se oía el canto de los ruiseñores entre las malezas del bosque. Oscurecía.

[1]La fiesta de san Nicolás se celebra cada seis de diciembre.

[2]La estrella era invisible durante el día, ya que era cubierta por los rayos del sol (únicamente Mercurio la anunciaría como heraldo al amanecer), por eso pasaba inadvertida para el común de la gente; solo los astrónomos podían ubicarla. El teólogo alemán Ludwig Al­brecht realizó una traducción más precisa del texto original en griego del Evangelio según san Mateo: "Entonces llegaron a Jerusalén unos astrólogos venidos de Oriente y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto aparecer su estrella entre los rayos de la alborada y hemos venido a adorarle". (Mt 2, 1-2)

[3]Zacarías, sacerdote del Templo de Jerusalén, padre de Juan Bautista.

[4]Melchor significa: "Rey de la luz"; Gaspar, "Aquel que sirve a la paz"; y Baltasar, "El dios Baal protege al rey". Baal fue la principal divinidad de los babilonios y de los caldeos.

[5]Por aquel entonces, el viaje desde Persia a Jerusalén no duraba menos de tres meses. Son 1300 Km. de travesía.

 [6]La tribu de los Magos era de la región de Azerbaidián, en Per­sia. Esta tribu es mencionada en el Antiguo Testamento, sobre todo, en el Libro de Daniel, y es muy probable que estrechara lazos con los judíos que fueron deportados a Babilonia en el S. VI a. C.; se cree tam­bién que, gracias a este encuentro, los Magos accedieron a las profecías bíblicas sobre el Mesías.

En 1925 el arqueólogo alemán Paul Schnabel descifró las ano­taciones de unas tablillas de casi 2000 años de antigüedad halladas en uno de los templos del sol de la escuela de astrología de Sippar (a unos 100 Km. al norte de Babilonia). En esas tablillas se predice que la con­junción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis se dará en el año 7 a. C. en tres ocasiones: del 29 de mayo al 8 de junio; del 26 de septiembre al 6 de octubre; y del 5 al 15 de diciembre. La tribu de los Magos habría relacionado esta conjunción con el nacimiento del Me­sías. Paul Schnabel. Der jüngste Keilsxhrifttext (El último texto cunei­forme), en la revista Zeitschrift f. Assyriologie (Revista de Asiriología), NF 2 (36) p. 66 y ss.

 [7]El pez es el símbolo de Cristo y de las primeras comunidades cristianas.

 [8]El planeta Saturno simboliza al pueblo judío.

[9]El pueblo judío odiaba a Herodes por ser extranjero. Herodes nació en Edom, al Sureste de Palestina. Era judío solo de nombre.

 [10]Los seguidores de la religión mazdeísta (zoroastrismo) ofre­cían a su dios solar, Ahura Mazda (el Dios de La Luz), tres regalos: el oro, el incienso y la mirra. El oro era el metal distintivo de Ahura Mazda; el incienso se espolvoreaba sobre los panes que se ofrendaban a este dios; y la mirra se mezclaba con áloe para embalsamar a los muertos.

 [11]Desde antiguo, el Mesías fue también conocido como "Hijo de David".

 [12]Beth-lehem, es decir, "Casa del Pan".

 [13]Mi. 5,2.

 [14]El libro de Roberto Beretta y Elisabetta Broli, Enigmas de la Biblia al descubierto, señala la fecha probable de la Natividad de Cristo: "Según el calendario solar bíblico hallado en Qumran, si se reconstru­yen los turnos de servicio de los sacerdotes judíos, se descubre que el sacerdote Zacarías (padre de Juan Bautista), que según el evangelista Lucas estaba de servicio en el Templo de Jerusalén cuando el arcángel le anunció que tendría un hijo, tenía turno en el Templo de Salomón entre el 24 y el 30 del octavo mes, o sea, nuestro octubre-noviembre. El nacimiento del Bautista, por tanto, debía tener lugar nueve meses más tarde: o sea, hacia el 24 de junio, tradicional celebración de san Juan.

No solo eso: puesto que Lucas coloca la anunciación a María en el sexto mes de gravidez de su prima Isabel (Lc 1,26), la fecha de la concepción de Cristo se situaría sobre abril (la fecha litúrgica del suce­so es el 25 de marzo). De modo que situar la Navidad sobre el 25 de diciembre no sería una operación tan despojada de sentido histórico".

Los manuscritos de Qumran fueron escritos desde el año 200 a. C. al 68 d. C., y hallados en 1947, cerca del asentamiento judío en el que vivió san Juan Bautista.

El día de Navidad fue oficialmente reconocido en el año 345, cuando por influencia de san Juan Crisóstomo y san Gregorio Nacian­ceno se proclamó el 25 de diciembre como fecha de la Natividad de Cristo.

 [15]Si Herodes dio una orden tan absurda fue solo para asegurarse de la muerte del Mesías. No obstante, Jesús acababa de nacer.

[16]Se cree que los soldados de Herodes degollaron en Belén a veinte niños varones.

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