Decídete, Margarita [Saga Mar...

By Nozomi7

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Tras su reciente divorcio, una mujer de veintiocho años se reencuentra con un joven de dieciocho, quien le co... More

✿ Decídete, Margarita ✿
✿ Sinopsis ✿
✿ Dedicatoria ✿
✿ Epígrafe ✿
✿ Capítulo 1 ✿
✿ Capítulo 2 ✿
✿ Capítulo 3 ✿
✿ Capítulo 4 ✿
✿ Capítulo 5 ✿
✿ Capítulo 6 ✿
✿ Capítulo 7 ✿
✿ Capítulo 8 ✿
✿ Capítulo 9 ✿
✿ Capítulo 10 ✿
✿ Capítulo 11 ✿
✿ Capítulo 13 ✿
✿ Capítulo 14 ✿
✿ Capítulo 15 ✿
✿ Capítulo 16 ✿
✿ Capítulo 17 ✿
✿ Capítulo 18 ✿
✿ Capítulo 19 ✿
✿ Capítulo 20 ✿
✿ Capítulo 21 ✿
✿ Capítulo 22 ✿
✿ Capítulo 23 ✿
✿ Capítulo 24 ✿
✿ Capítulo 25 ✿
✿ Capítulo 26 ✿
✿ Capítulo 27 ✿ [CAPÍTULO FINAL]
✿ Epílogo ✿
Anotaciones finales
El secreto de Margarita [Saga Margarita 2]

✿ Capítulo 12 ✿

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By Nozomi7

Nota de autora:

A partir de este capítulo conoceremos más de Luis y de su punto de vista respecto a la historia que publico. 

¿Por qué lo hago? Pues hasta el capítulo once he decidido presentar todo desde cómo lo ve Margarita. Sin embargo, deben de recordar que el título de esta historia es "Decídete, Margarita". Y ¿quién se lo dice? Pues Luis obviamente. Así que, su punto de vista de cómo se va narrando la historia es fundamental para lo que se desarrollará a futuro.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Luis

Siempre había dicho que yo quería tener mis hijos cuando fuese joven, pero nunca pensé que esto llegaría tan pronto.

Mi padre tenía sesenta y tres años. Mi hermano Memo recién los ocho. Eso quería decir que, cuando mi hermano tuviera mi edad, mi papá estaría ya en la tercera edad.

El promedio de vida por parte de mi familia paterna no pasaba de los setenta años. Esto significaba que, cuando mi hermano tuviera sus propios hijos, estos no disfrutarían de su abuelo paterno y viceversa.

Mi hermana Ada, mayor que yo por diez años, nunca había tenido una relación estable con algún chico. Lo más cercano que recordaba era de un tipo en la universidad, con el cual duró tres o cuatro meses, si la memoria no me fallaba, y porque era su jefe de práctica. Esta relación duró tanto como el semestre académico. Luego, llegadas las vacaciones de invierno, ella se aburrió de él y decidió terminar. Y esto había sido el común denominador en sus relaciones amorosas.

Ya con veintiocho años, aún no veía que ella sentara cabeza alguna. Su inconstancia en sus relaciones de pareja, así como en sus estudios universitarios, eran algo que la caracterizaban. Yo no vislumbraba que en un futuro cercano se asentase con algún buen hombre y decidiera tener su propia familia, menos que tuviera sus propios hijos.

En mi caso, a pesar de tener dieciocho años, me llevaba muy bien con los niños. Sentía que no había crecido en ese aspecto, ya que gustaba de ver dibujos animados con mi hermano, jugar con él y unirme a su grupo de amigos cuando venían a mi casa.

Por todo esto, debido a la personalidad inconstante de mi hermana y por la edad de mi hermano, creía que era el más indicado de los tres para tener un hijo, que mi padre pudiera ver en vida a sus nietos y de disfrutar de ellos. Por esto siempre me planteé tener un hijo antes de cumplir los treinta, quizá los veinticinco. ¡Pero nunca antes de los veinte!

Cuando Diana vino de Arequipa y la vi ahí en mi sala, sentada, nunca anticipé lo que quería revelarme. Esa tarde, cuando llegué de estar en un ensayo con los chicos de mi grupo de rap, nunca imaginé que iba a estar esperándome, ni mucho menos que Margarita, mi Margarita, iba a ser testigo de todo.

A mi ex la conocí cuando ambos teníamos catorce años, en el tercer año de secundaria, cuando estudiábamos en Arequipa. A ella la habían trasladado de otra escuela. Al principio no captó mi atención, a mí me interesaba otra chica, Silvana, quien compartía asiento conmigo en el salón. Sil, como de cariño la llamaba, físicamente me hacía recordar a Margarita Luque, la mejor amiga de mi hermana y el amor de mi infancia, a quien yo había dejado de ver cuando me mudé a esa ciudad.

Su flequillo y el largo pelo lacio color castaño oscuro de Silvana, con sus pequeños y hermosos ojos, junto con el brillo labial que solía usar, hacían que rememorara las tardes y fin de semanas en Lima, en los cuales me las pasaba observando a Margarita de lejos. Todas estas características físicas en ella no hacían nada más que traerme recuerdos de mi infancia y de mi niñez con Margarita, mi Margarita.

Silvana para entonces no me daba bola, ya que le gustaba otro de mis amigos, Pedro. Sin embargo, luego de que este la rechazara cuando se le confesó en una fiesta, comenzó a fijarse en mí. Y yo aproveché la oportunidad, ¡cómo no!

Pero, luego de que se convirtiera en mi primera novia, las cosas no funcionaron. Y era que, si físicamente Silvana me hacía recordar a Margarita, esto no era lo mismo con su forma de ser.

Ella era una buena chica, sí, pero también tenía sus defectos. Era engreída, caprichosa, vanidosa y muy manipulable. Sería que, para mí, Margarita era perfecta; así la recordaba que, ante el más mínimo defecto de Silvana, la comparaba con aquella y me daba cuenta de que las dos eran tan distintas.

¡Llegué a la conclusión de que no me había olvidado del primer amor de mi vida!

Desde que yo tenía recuerdos, siempre hubo algo en Margarita que me cautivó: la bondad, su sencillez y la generosidad que la caracterizaban. Eso, sumado a la compasión que una vez demostró cuando trajo a una paloma herida que se había encontrado camino a mi casa, hacían que admirara en ella todas estas cualidades. Era una mujer poco común: hermosa como ella sola, por dentro y por fuera.

Nunca conocí a nadie como Margarita, a pesar de que, cuando me mudé a Arequipa, se me hizo muy difícil adaptarme a esta nueva ciudad y hacerme a la idea de que nunca más iba a volver a verla. Para entonces, aún albergaba la idea de crecer rápido; pasar mi adolescencia del modo más fugaz posible, terminar mis estudios secundarios y mudarme a Lima para ir a la universidad.

De este modo, con la madurez física suficiente, podría buscarla. Luego, confesarle esto que había sentido por ella durante tanto tiempo. Y, quién sabe, al ver que ya no era el niño que había dejado de ver, podría reparar en que ya era un hombre del cual podría sentirse atraída y con esto, por fin, tantos años de espera por mi Margarita no habrían sido en vano.

Esto había sido mi mayor sueño, pero este se quebró en mil pedazos en un día de verano. En febrero del 2005 llegó una carta a mi casa. Aquella contenía una invitación para un matrimonio. Margarita, mi Margarita, ¡anunciaba su matrimonio con el estúpido de su novio!

Tanto tiempo guardando en secreto este sentimiento que tenía por ella. Tanto tiempo anhelando crecer para volverla a ver. Tanto tiempo esperando para tener una leve esperanza de que mis sueños se concretaran.

¡Tantas ilusiones rotas!

Ese día me sentí destrozado. Por primera vez, en mi corta existencia, experimenté una gran tristeza, como si me hubieran clavado una estaca en mi corazón y este se hubiera desangrado. Recordaba mucho que, a pesar de que entonces se veía un cielo espectacular en mi ciudad, lo vi más gris que nunca. Ver aquel luego de que, por primera vez, derramara lágrimas de tristeza por la desilusión que me embargaba, hizo que todo me pareciera tan paradójico y cruel para mí.

¿Por qué mis padres me concibieron diez años después que Ada? ¿Por qué no nací yo primero en lugar de ella? ¿Por qué, a pesar de haber tenido a Margarita muy cerca tantas veces, tuve tantos obstáculos para acercarme a ella, como la maldita diferencia de edad? ¿Por qué había decidido casarse antes de que yo creciera lo suficiente y pudiera decirle lo que sentía?

Para mí la vida parecía una maldita ruleta, en la cual cada uno tenía un rol sorteado a cumplir. Y uno muy difícil.

En mi caso, si la vida quiso que me enamorara de Margarita, ¿por qué me puso tantos obstáculos de por medio? ¿Por qué no hizo que la diferencia entre ambos fuera menor? O en el peor de los casos, ¿por qué no hizo que me enamorara de ella tiempo después, cuando ya fuera adulto y tuviera alguna oportunidad siquiera? Porque enamorarse de una mujer mayor que uno, en este caso por diez años, cuando solo se es un niño, y darte cuenta de que es imposible conseguir lo que más se anhela, era una de las cosas más frustrantes por las que puede pasar alguien en esta vida. Y yo la viví en carne propia.

Esa tarde lloré y lloré como no lo había hecho antes. Me sentí tan, pero tan miserable.

Recordé que rompí todas las cartas de amor que le había escrito a Margarita. Luego las quemé en el patio de mi casa. Con las cenizas llevadas por el viento, simbólicamente se iban las esperanzas que alguna vez tuve con el primer amor de mi vida.

En ese entonces, mis padres se preocuparon por la depresión que me embargaba. Y, aunque me preguntaron más de una vez qué era lo que tanto me agobiaba, nunca solté prenda alguna. Si la vida me impedía tener una oportunidad de confesarle este sentimiento a mi Margarita, nadie más lo sabría. Lo guardaría conmigo, como algo maravilloso que sentí desde pequeño y lo atesoraría para siempre, como el primer amor que nunca se olvida.

Como no hay mal que dure cien años, continué con mi vida. Fue así como empecé a fijarme en otras chicas, entre ellas, Silvana. Pero, al no funcionar mi relación con ella, por el recuerdo imborrable de Margarita —y las odiosas comparaciones que siempre me atormentaban—, mi relación terminó. Tiempo después, decidí poner mis ojos en alguien más, en una mujer que no me recordara en el físico al primer amor de mi vida. De este modo, empezó a gustarme otra chica de mi clase.

Margarita y Diana eran muy diferentes físicamente. La primera tenía la piel morena, ojos pequeños almendrados y el pelo lacio y brillante. La segunda, con sus ojos saltones, piel blanca pálida y el pelo ondulado negro, era de un tipo físico muy distinto al de aquélla.

Diana y yo comenzamos a relacionarnos bastante en la escuela y fuera de ella, ya que mi padre y el suyo eran amigos en el trabajo, en el ejército. En las reuniones sociales de las familias de los militares, como a ella ya la conocía de la secundaria, empezamos a frecuentarnos. De esta manera, nos hicimos más cercanos y amigos, y así comenzó mi atracción por ella.

En una fiesta del colegio, en mi cuarto año de estudios, luego de que yo tomara varias cervezas con mi grupo de amigos, ella me sacó a bailar. Como ya me había dado varios signos de que no le era indiferente, decidí declararme. Y fue así cómo comenzamos nuestra relación.

Nuestro primer año de novios transcurrió con normalidad. Diana era una chica muy cariñosa y amable. Me sentía muy a gusto con ella, aunque de vez en cuando me asaltaban los fantasmas del pasado y aún la comparaba con Margarita, podría decirse que con ella encontré la tranquilidad que tanto ansiaba; pero, todo cambió cuando terminamos la escuela.

Como mi gran anhelo había sido estudiar Música, irme a la capital era mi mejor opción. Por esta razón debía dejar Arequipa para mudarme a Lima.

Al principio, mi padre no estuvo de acuerdo con ello; decía que la música era solo para los bohemios, vagos y drogadictos. En más de una ocasión tuve varias peleas con él por ese tema. Por esto, la relación tan distante que teníamos se resquebrajó más aún.

Desde que comencé mi adolescencia, nuestra relación no era buena. Él quería mandar en mi forma de ser, de vestir, de comportarme... Esto empeoró cuando se peleó con mi madre por una infidelidad de su parte. Yo salí en defensa de ella, y el respeto que le tenía, si era que aún existía, terminó por desaparecer.

Por todo esto, siempre le echaba en cara de que no tenía autoridad alguna en decidir sobre qué debía estudiar. Pero como él era quien traía el dinero a la casa, me puso un ultimátum: si quería ir a la capital y estudiar Música, debía arreglármelas como pudiera, porque él no me iba a dar ni un solo céntimo para mi manutención ni para mis gastos de estudios.

Al principio, no le hice caso. Con el dinero que mi madre tenía ahorrado —producto de algunos trabajos eventuales— y con la ayuda de mi hermana, pagué una academia privada para seguir cursos libres de canto. No obstante, la ayuda económica de ellas no era algo constante. Y la situación empeoró.

Ada se quedó sin trabajo para esa época y, como mi padre tampoco le daba dinero alguno para su manutención —debido a que dejó sus estudios de Derecho para dedicarse a ser entrenadora de un gimnasio— tuvo que echar mano de sus ahorros para sus gastos personales. De este modo, ya no me pudo ayudar para el pago de la academia y ya, sin el dinero suficiente, tuve que abandonar mis estudios.

Por todo ello, decidí hacer una tregua con mi padre. Me mudaría a Lima para estudiar la carrera universitaria que él tanto ansiaba —opté por Medicina, porque la sanidad y esas cosas tampoco me desagradaban— con el apoyo económico que esto traería. Pero esto no significaba que abandonaría mi verdadera vocación. Cuando cumpliera la mayoría de edad, buscaría algún trabajo para juntar el dinero suficiente para pagar mis estudios musicales y cuando esto se diese, abandonaría la Facultad de Medicina.

Con estos planes en mente, mi viaje a Lima estaba programado. Esto significaba dejar atrás lo que tenía en Arequipa, menos a Diana, claro está.

Cuando le expliqué las metas que tenía para mi futuro, se negó por completo a apoyarme. Pero le informé que, cada vez que me fuera posible, viajaría a Arequipa para estar con ella y seguir nuestra relación. Esperé que me comprendiera, mas su reacción fue de lo más egoísta e infantil. Se le metió en la cabeza que quería viajar a Lima para olvidarme de ella porque me gustaba otra, pensaba que la había dejado de querer y que quería abandonarla. ¡Todo esto era mentira!

Por aquel entonces, ya me había hecho a la idea de que debía olvidarme de Margarita por completo. Ella ya tendría varios años de casada, quizá un hijo. Pensar siquiera en buscarla cuando me instalara en Lima no estaba en mis planes. Por otra parte, mis sentimientos hacia Diana eran sinceros. La quería de verdad. Nunca se me cruzó por la cabeza serle infiel durante mi estancia en Lima.

Siempre que me era posible, en algún viaje por un puente por feriado largo y durante mis vacaciones en la universidad, viajaba a Arequipa para estar con ella. No obstante, todo cambió con el tiempo.

Su falta de apoyo hacia mis proyectos, sus escenas de celos hacia cualquier amiga o chica con la que yo conversara, y su egoísmo, en especial cuando se hacía la víctima —cuando me reclamaba por mi abandono hacia ella por querer buscar mis sueños en la capital— terminaron por cansarme. Con todo ello, el sentimiento que alguna vez me unió a ella murió. A pesar de que quise que nuestra relación funcionara, me di cuenta de que ya no daba para más.

Una noche en especial, en la que me encontraba en Arequipa disfrutando de mis vacaciones de verano con mi familia, hubo un quinceañero de la hermana de uno de mis amigos. Como siempre, acudí a ella con Diana para pasar un buen rato a pesar de los problemas que teníamos. Pero el destino me tenía otros planes.

La cumpleañera debía bailar un vals con cada uno de los asistentes hombres, como es tradicional en este tipo de fiestas en el Perú. Cuando tocó mi turno, accedí gustoso; sin embargo, Diana se empecinó en que no debía hacerlo, ya que la chica tenía cierto interés en mí. Si esto era verdad o no, nunca me importó; solo tenía pensado cumplir mi parte en la fiesta y pasar el resto al lado de mi novia.

Cuando llegó mi turno del baile con la chica, Diana me hizo una escena de celos terrible. En medio de la fiesta, sin importarle la gente que estaba ahí presente, le echó una copa de vino a la quinceañera, empapándola y dejándola sucia. ¡Sus gritos y reclamos me avergonzaron! Yo, que no estaba acostumbrado a este tipo de escándalos, estaba muy apenado. Me disculpé con mi amigo y su familia, luego me llevé casi a rastras a Diana con dirección a su casa.

En el camino siguió reclamándome que la tenía abandonada y que no perdía oportunidad alguna para coquetear con cualquiera. Cansado de todo, le hice saber que me tenía harto con su egoísmo y sus celos, y que ya no quería continuar con nuestra relación. Me lloró y me rogó para que no la dejara, pero la decisión ya estaba tomada. Por mucho tiempo dicha idea estuvo rondándome la cabeza, y lo sucedido en la fiesta fue la gota que rebalsó el vaso.

No quería a mi lado a una mujer celosa, egoísta e inmadura. Quería alguien que me apoyase en mis sueños y me animara a conseguirlos, y que tuviera la suficiente madurez para entender que debía estudiar en la capital. Y, lo más importante, que estuviera segura de sí misma y no me estuviera avergonzando en público, con escena de celos como la que acababa de ocurrir.

Como ya mi padre se había retirado del Ejército y estaba próximo a tramitar su jubilación, mi familia había decidido mudarse a Lima. De este modo, no tenía nada más que me atase a Arequipa. Mi relación con Diana había terminado y, con ello, algún rezago del sentimiento que alguna vez tuve por ella.

Con la tranquilidad que tenía el dejar atrás la relación que me estuvo atormentando por tanto tiempo, decidí concentrarme en mis sueños. Fue así como empecé a dedicarme al grupo de rap que había formado con mis amigos de la universidad. Pablo, Ariel, Iván, El Chino y yo formamos un quinteto que solíamos entonar canciones de raperos conocidos, como Eminem, MC Hammer, The Notorius B.I.G., Tupac Shakur y 50 cent. Gustábamos de practicar en el garaje de la casa de Pablo, el cual, gracias a que su padre también era aficionado a la música, tenía unos equipos de sonido que ayudaban para la grabación y edición de nuestros covers.

Comenzamos a plantearnos no solo el tocar material de cantantes conocidos, sino también canciones propias. Decidimos bautizar a nuestro grupo como Five Minutes, en representación de los cinco miembros de cada grupo y del tiempo que nos demorábamos —según el sobrado de Ariel— en crear una canción.

Cuando llegaron las vacaciones de invierno, Manuel, un viejo amigo de la secundaria, me invitó a pasar unos días en su casa en Arequipa. Yo estaba muy dubitativo de si regresar o no para allá. Por un lado, tenía miedo de reencontrarme con Diana ya que, desde que habíamos terminado, no había dejado de insistir en llamarme para saber de mí y rogarme para que volviéramos. Y yo no quería hacerlo.

Para mí, el regresar con ella era un retroceso en mi vida. Desde que habíamos dejado nuestra relación, había tenido varios meses de tranquilidad, cosa que a su lado no había sido así. El concentrarme en mis proyectos musicales me había hecho sentirme realizado durante estos meses sin su compañía.

Por otro lado, sentía cierta añoranza aún por Arequipa. Había dejado muchos amigos a quienes echaba de menos y no veía justo dejar de verlos solo por escapar de Diana. Al final, me dije ‹‹No puedes esconderte de una chica, ya que es de cobardes››. Decidí regresar a Arequipa, pasar unos días y reencontrarme con mis viejas amistades. ¡Gran error!

Los primeros días allá fueron un acoso total de Diana. Venía todos los días a la casa de mi amigo para buscarme y, como no le hacía caso, armaba un escándalo. Por todo esto me mudé con otro amigo, porque no quería incomodar a la familia de Manuel que tan hospitalaria había sido conmigo. Después, como Diana no supo dónde ubicarme, la pasé más tranquilo. Pero todo cambió el último día...

Mis amigos planificaron hacerme una fiesta de despedida.

Ese día, desde muy temprano en la tarde, me emborraché como no lo había hecho desde mi graduación, en la casa de uno de mis amigos. Luego, en la noche, en una discoteca habían planificado terminar la fiesta. Ya cuando llegué, yo estaba, como se dice en el lenguaje coloquial: ‹‹hasta el perno››. Y fue en ese lugar donde me reencontré con Diana.

Al principio fue lo de siempre, se me acercaba y no le hacía caso. No obstante, con los tragos de más, los cuales provocaron que no tuviera mucha conciencia de lo que hacía, cedí finalmente ante sus peticiones. Decidí retomar lo que habíamos dejado atrás: me fui a un hotel con ella.

No era la primera vez que Diana y yo intimábamos. Ambos habíamos perdido nuestra virginidad con diecisiete años en una noche en su casa y habíamos continuado con ello cuando éramos novios. Pero esa noche, cuando le dije que accedía a sus insinuaciones, le dejé bien en claro lo que esto significaba.

Podré sonar como un patán, pero las cosas estaban bien claras. Podríamos tener un remember, sí, pero esto no significaba volver a nuestra relación. No otra vez. Y ella aceptó.

Al día siguiente, con la cabeza aún con los rezagos de la borrachera del día anterior, me di cuenta de lo que había sucedido. Y me arrepentí de ello, porque sin los tragos encima estaba seguro de que esto nunca hubiera pasado. Mi preocupación fue mayor cuando no tenía muchos recuerdos de si habíamos usado protección. Cuando le pregunté, ella me respondió que el cuartelero del hotel nos había vendido uno antes de ingresar a la habitación. Y revisando en el suelo los ‹‹restos›› de lo acontecido, encontré una envoltura de un condón, lo cual se confirmó un rato después, al hablar con el tipo del hotel y asegurarme de que le había comprado uno la noche anterior.

Llegado el momento, decidí decirle adiós a Diana, pero ella insistió en regresar conmigo. Me negué rotundamente. Volvió a lo de siempre: su escena de celos, de hacerse la víctima...

Dándome cuenta de que debía terminar de una vez con todo lo que ella significaba, decidí hacer maletas y regresar a Lima sin despedirme. Cambié de número de celular, así no le daría motivo para volver a llamar y buscarme.

Ya de vuelta a la capital, continué con mis estudios de Medicina y con el grupo de rap, encaminado en mis sueños y proyectos a futuro. Sin embargo, por amigos en común, Diana averiguó el número telefónico de mi casa. De esto me enteré un día en que, llegando de la universidad, mi mamá me lo comunicó.

Les hice prometer a todos, sin excepción (y esto incluía al bocón de mi hermano Memo) que no quería que me pasaran una llamada de ella e inventaran cualquier excusa para negarme. Les conté lo ocurrido en la fiesta de mi amigo, de sus escándalos, de sus escenas de celos y de lo harto que estaba de ella. Todos prometieron ayudarme en mantenerla bien lejos de mí.

Ya concentrado de nuevo en mi futuro, una tarde de octubre todo cambió para mí.

Me encontraba practicando con mis amigos una rutina de rap en un parque cercano a mi casa. De pronto, vi a lo lejos una silueta femenina que se me hacía conocida, aunque no estaba seguro de si la dueña de esa figura era aquella hermosa chica que había dejado de ver hacía años atrás. Pero bastó una simple charla y ver su preocupación sincera por mi pequeño perro, que se había perdido —lo cual era algo muy característico en ella por una vieja anécdota de hacía años atrás—, que ya luego no me quedó mayor duda.

Margarita, mi Margarita, estaba frente a mí. ¡Y más bella que nunca!

La emoción me embargó a tal punto que comencé a recordar y a sentir todos aquellos sentimientos que experimenté años atrás al contemplarla y amarla en silencio, cuando iba a visitar a mi hermana, pero debía contenerme. No sabía nada de lo que había sido de su vida en estos años y no podía hacerme ilusiones en vano.

¿Qué sería de su vida? ¿Seguiría casada con el estúpido de su marido? ¿Tendría hijos? ¿Sería feliz en su matrimonio? ¡Ni idea! Pero tenía que averiguarlo a como diera lugar y de un modo sutil para que no se sintiera incómoda ante el cuestionario de preguntas que me moría por hacerle. De esta manera, decidí conocer más de Margarita, y no se me ocurrió mejor excusa que propiciar un reencuentro con mi hermana esa misma tarde.

Recordando lo cotorras que eran ambas cuando se juntaban a charlar sobre cosas de mujeres, lo más seguro era que saliera el tema de su vida personal de casada en su conversación. Si podía colarme de infiltrado y averiguar lo que acontecía en la vida de ella, podría tener bien claro el panorama que tenía frente a mí. Si seguía felizmente casada, mi situación era como siempre, sin esperanza alguna, y ahí yo ya no tenía nada qué hacer; respetaría su situación sentimental.

Aunque, aún sin confirmar aquella, no había podido contenerme en lanzarle ciertas indirectas, en el trayecto a mi casa, sobre lo hermosa que la encontraba. ¡Tantos años añorándola y soñando con ella me eran imposibles de contener! Nunca me había conocido tan impulsivo, pero el solo verla esa tarde hizo que todo lo que guardaba estos años en secreto salieran a flote de sopetón.

Sin embargo, si Margarita era feliz con su marido, no seguiría insistiendo. Me haría a un lado, continuaría con mi vida y ella con la suya.

Lo curioso era que cuando le lanzaba algún piropo, pude percatarme de que se ponía nerviosa y se sonrojaba. En vez de sentirse ofendida y rechazarme, me correspondía con una mirada de curiosidad, ¿o era algo más?

Luego de que llegamos a mi casa y propicié su reencuentro con Ada, mis sospechas iniciales hacia Margarita se confirmaron. Ella me seguía observando de reojo de cuando en cuando y se ruborizaba cuando la piropeaba. Ahí me di cuenta, finalmente, de que no le era indiferente. Ya después, cuando las dejé charlar ‹‹en privado›› (y lo digo así porque me quedé al pie de la escalera del segundo piso para escuchar con atención de lo que hablaban, ¡cómo no!), mis esperanzas aumentaron.

¡Se estaba separando de su marido! ¡Estaba sola y sin pretendiente alguno! ¡El terreno para mí estaba preparado!

Cuando con mi familia nos dispusimos a ver una película, la invité a quedarse a verla también. Al principio se mostró dudosa; pero luego, gracias a que mi hermana le insistió, ella aceptó. ¡Sin saberlo, me ayudaste de cómplice en mi plan con tu mejor amiga, bruja!

Durante la película, me desviví en atenciones hacia ella, preguntándole a cada rato si le apetecía más bebida o pop corn. Quería quedar como un caballero. Tenía que ganar puntos con Margarita, ¡obvio!

Lo curioso y emocionante de esta reunión fue que, cuando yo veía la película, pude darme cuenta de que ella se me quedó observando un buen momento. Al principio, me hice el tonto y no volteé a observarla; sin embargo, decidí cambiar de estrategia y devolverle la mirada para ver su reacción. Si se comportaba de un modo natural hacia mí, eso quería decir que solo había sido mera casualidad, pero si se ponía nerviosa, era un indicativo de que algo más estaba ocurriéndole.

Cuando se vio descubierta, me percaté de que la sangre le subió al rostro y volteó tímidamente hacia otro lado.

¡Se había puesto nerviosa por ese simple detalle! ¡Qué tierna me pareció! Y lo mejor de todo, ¡mis esperanzas aumentaron más con ese gesto suyo! ¡Me sentí muy feliz con algo tan simple, pero a la vez tan significativo para mí!

Después, por lo tarde que era cuando terminó la película, ella no podía irse sola a su casa. Gracias de nuevo a mi hermana —¡Te debo varias, bruja!— y a mi protectora madre, la convencieron de que yo la llevara en el carro de mi padre. ¡Mejor, imposible!

Ya en el trayecto a su casa, me sentí muy emocionado. Si mis sospechas eran ciertas, a Margarita no le era indiferente. Sin embargo, no estaba muy seguro de cuándo podría tener otra oportunidad como esta. Ella y Ada habían quedado en verse otra vez, pero nada en concreto. Fácil podían verse la siguiente semana, como no verse de aquí a muchos meses después, y yo no podía seguir esperando más tiempo. ¡Ya lo había hecho por bastantes años!

Aunque suene precipitado, decidí actuar ahí mismo y ver qué ocurría. Total, podía ganar mucho y ver concretados mis sueños con Margarita, como simplemente no obtener nada, pero algo seguro ocurriría esa noche.

Al estar cerca de ella y sin que nadie más interfiriera, ideé un plan.

Recordé que era muy romántica en su adolescencia. Ella y mi hermana se ponían a entonar canciones de ese género musical en el cuarto de Ada. Para mi deleite personal, Margarita tenía una voz preciosa, una de sus tantas cualidades que me hizo enamorarme de ella. No podía decir lo mismo de mi hermana —soltaba unos gallos impresionantes y era muy desentonada— pero, para el caso, daba lo mismo.

Si los años no la habían hecho cambiar respecto a su bondad con los animales en abandono, quizá esa cualidad romántica que tanto la había caracterizado de adolescente tampoco se había ido. Fue así como decidí seguir con mi plan tramado.

Como no tenía ningún CD de música en el coche de mi padre y mi USB solo tenía puras canciones de rap, las cuales no me ayudaban para nada en esa situación, decidí prender la radio y sintonizar una emisora que sabía que ella escuchaba años atrás: Radio Ritmo Romántica 93.1. Confirmando mis sospechas, Margarita no se negó a escucharla. Me di cuenta, al instante, de que su vena romántica seguía tan viva como antes. Y aquí ya nada me detuvo.

Sabiéndome dueño de una bonita voz —la modestia no es una de mis cualidades, por si a alguien le queda alguna duda— decidí entonarle alguna canción propicia para la ocasión. ¡Y la suerte estuvo de mi lado! La locutora de la radio mencionó que iba a poner a un cantante de moda, Pablo Alborán. Ahí recordé que Ada cantaba en la ducha esa canción y decía que ‹‹le derretía la piel al escucharlo››. Palabras textuales de ella, no se crean que yo pensaría algo tan cursi, ¿eh?

Cuando empecé a cantar, noté que a Margarita le gustaba cómo lo hacía. De tanto en tanto la miraba y pude darme cuenta de que se estaba emocionando mucho. ¡Mi plan seguía el camino deseado!

En el momento en que terminó la canción y llegamos a su casa, se despidió de un modo frío y distante. Pero yo aún no había dado mi batalla por perdida. Por lo menos, le pediría un beso en la mejilla a modo de despedida, y quizá su teléfono o algo más. Sin embargo, cuando se dirigió hacia mí para despedirse con un beso en la mejilla, al sentirla tan cerca, perdí por completo la cabeza.

No había planificado que las cosas entre nosotros sucedieran tan rápido. Llevaba apenas unas horas de habernos reencontrado, pero yo ya no podía más. Tantos años esperando por esta oportunidad, hizo que me volviese tan impulsivo, como nunca lo había sido con alguna otra mujer que me gustase.

Cuando Margarita se acercó para besarme en la mejilla como despedida, decidí robarle un beso en la boca. La reacción de ella hacia mí no fue nada negativa, en lo absoluto, me correspondió del modo adecuado. Yo seguí con lo mío, en un beso que solo me había imaginado en mis sueños por años, el cual ¡por fin se estaba volviendo realidad!

¿Se pueden imaginar cómo me sentí, de solo tenerla ahí, a pocos milímetros de mí, besándonos mutuamente?

El amor por Margarita, que comenzó hacía más de diez años, cuando era solo un niño, el que tantas lágrimas y tristezas me había provocado por verla tan lejos, fuera de mi alcance —ya sea por la edad, por la distancia que nos separaba al vivir en otras ciudades y por tantos obstáculos más— ¡se estaba concretando! ¡Al fin!

No era muy devoto de Dios a pesar de que mi madre desde pequeño había querido que siguiera sus enseñanzas en la Iglesia Católica a la que asistía. Podría considerarme más bien ateo o pseudo creyente, que interpretaba las creencias religiosas a su mero gusto. Pero ¡Dios santo!, quien-sea-que-estuviera-allá-arriba, moviendo los hilos del destino de las personas, habiéndome hecho pasar por tantas tristezas, tantas frustraciones y tantas noches de melancolía por Margarita, te estaba más que agradecido por lo de aquella noche. Porque a partir de ese momento, mi vida no había vuelto a ser la misma.

No me importaba haber aguardado tantos años. No me importaba haber sufrido tanto por esa espera. No me importaba haber maldecido tantas veces haber nacido con tantos años de diferencia con ella, si todo esto significaba que iba a tener mi recompensa e iba a ser correspondido por Margarita recién con casi diecinueve años de vida, quería decir que no esperé en vano.

Porque Margarita lo valía. Eso y mucho más...

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