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«batalla de hogwarts pt.i»
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La orden llegó unos minutos después que Harry y Luna salieran en busca de información sobre la diadema. Sirius buscó con la mirada a su hija y en cuanto la vio, corrió hacia ella, empujando a los estudiantes.
–¡Cassiopeia, me tenías muy preocupado! –Sirius abrazó a su hija como si su vida dependiera de ello.– Supe lo que ocurrió con Harry, ese míope, las verá conmigo...
–¿No crees que ya tiene suficiente con Voldemort detrás de él? –río correspondiendo el abrazo de su padre, con la misma intensidad.
–Sí, sí –interrumpió Jane y empujó a Sirius– ¿No hay abrazos para tu madrina?
–¿Dónde dejaste al bebé?
–Con Winona. Ese ser horripilante me debe mucho, ¿qué mejor que cambiar pañales con mucha popó? –ambas rieron, pero, nuevamente, se vieron interrumpidas por la llegada de dos personas más a la sala de menesteres.
La sala estaba mucho más abarrotada que antes y, al verla, Harry se llevó tal susto que tropezó y bajó varios peldaños resbalando. Sus padres se acercaron a él y le dieron un apretado abrazo.
–Montaste un dragón –James se encontraba bastante serio.
–Sí, papá, yo...
–¡Y sin mí! ¿Sabes todo lo que le he rogado a tu madre para que tengamos un jodido dragón o hipógrifo? –Harry quedó consternado por la reacción tan inmadura de su padre.– ¡Y tú entras a Gringotts y huyes en un dragón!
—¿Qué ha pasado, Harry? —preguntó Lupin.
—Voldemort está en camino, y aquí están fortificando el colegio. Snape ha huido. Pero... ¿qué hacen ustedes aquí? ¿Cómo lo han sabido?
—Enviamos mensajes a los restantes componentes del Ejército de Dumbledore — explicó Fred—. No habría estado bien privarlos del espectáculo, Harry. Y el Ejército de Dumbledore lo comunicó a la Orden del Fénix, y la reacción ha sido imparable.
—¿Por dónde empezamos, Harry? —preguntó George—. ¿Qué está pasando?
—Están evacuando a los alumnos más jóvenes, y van a reunirse todos en el Gran Comedor para organizarse. ¡Vamos a presentar batalla!
Hubo un gran clamor y todo el mundo se precipitó hacia el pie de la escalera. Harry tuvo que pegarse a la pared para dejarlos pasar. Era una mezcla de miembros de la Orden del Fénix, del Ejército de Dumbledore y del antiguo equipo de quidditch de Harry, todos varita en mano, dirigiéndose hacia la parte central del castillo.
—Vamos, Luna —dijo Dean al pasar, y le tendió la mano; ella se la cogió y subieron juntos por la escalera.
El tropel de gente fue reduciéndose, y en la Sala de los Menesteres sólo quedó un pequeño grupo. Cassie se acercó a ellos. Jane y James Potter estaban forcejeando con Rosalyn, rodeados por Harry, Sirius, Lupin, Eric, Magnus y los Weasley.
–¡Sólo tienes 13 años, Rosalyn!
–¡Y estoy bastante avanzada, Remus y el ejército de Dumbledore me han enseñado más de lo que debiera saber a mi edad! –respondía Rosalyn, su rostro estaba tan rojo como su cabello.
–¡No permitiremos que te quedes! –exclamaban los Potter.
–¡Lo haré de igual manera! ¡Cassie, Harry, díganles algo! –la pareja se miró y luego agacharon la mirada.
En ese momento se oyeron pasos y luego un fuerte golpazo: alguien más acababa
de salir por el túnel, pero había perdido el equilibrio y se había caído. El recién llegado se levantó agarrándose a la primera butaca que encontró, miró alrededor a través de unas torcidas gafas de montura de concha y farfulló:
—¿Llego tarde? ¿Ha empezado ya? Acabo de enterarme y... y...
Percy se quedó callado. Era evidente que no esperaba encontrarse a casi toda su familia allí reunida. Hubo un largo silencio de perplejidad, que, en un claro intento de reducir la tensión, Fleur interrumpió preguntándole a Jane:
—Bueno, ¿cómo está el pequeño Drew?
Jane la miró parpadeando, atónita. Los miembros de la familia Weasley cruzaban miradas en silencio, un silencio compacto como el hielo. Percy y los restantes Weasley seguían mirándose unos a otros, petrificados.
—¡Me comporté como un imbécil! —gritó Percy—. ¡Me comporté como un idiota, como un pedante, como un...!
—Como un pelota del ministerio, como un desagradecido y como un tarado ansioso de poder —sentenció Fred.
—¡Tienes razón! —aceptó Percy.
—Bueno, no está del todo mal —dijo Fred tendiéndole la mano a su hermano.
La señora Weasley rompió a llorar. Apartó a Fred de un empujón, se abalanzó sobre Percy y le dio un fuerte abrazo, mientras él le daba palmaditas en la espalda mirando a su padre.
—Perdóname, papá —dijo Percy.
El señor Weasley parpadeó varias veces, y entonces también fue a abrazar a su hijo.
—¿Qué fue lo que te hizo entrar en razón, Perce? —preguntó George.
—Llevaba tiempo pensándolo —repuso Percy mientras, levantándose un poco las gafas, se enjugaba las lágrimas con una punta de su capa de viaje—. Pero tenía que encontrar una forma de salir del ministerio, y no era fácil porque ahora encarcelan a los traidores. Conseguí ponerme en contacto con Aberforth y hace sólo diez minutos me dijo que en Hogwarts se estaba preparando la batalla, así que... aquí me tenéis.
—Así me gusta. Nuestros prefectos tienen que guiarnos en momentos difíciles — dijo George imitando el tono pomposo de Percy—. Y ahora subamos a pelear, o nos quitarán a los mejores mortífagos.
—Entonces, ahora somos cuñados, ¿no? —dijo Percy estrechándole la mano a Fleur mientras corrían hacia la escalera con Bill, Fred y George.
—¿Dónde está Rosalyn?
–¡Lo heredó de ti! –Jane recriminó a su esposo. La pequeña pelirroja aprovechó la escena de la reconciliación para escabullirse por la escalera.
—¿Dónde está Ron? —preguntó Harry—. ¿Y Hermione?
—Deben de haber subido ya al Gran Comedor —respondió el señor Weasley mirando hacia atrás.
—Yo no los he visto pasar —se extrañó Harry.
—Han dicho algo de unos lavabos —intervino Cassie—. Poco después de marcharte tú.
—¿Lavabos?
Harry cruzó la sala a grandes zancadas y abrió una puerta que daba a un cuarto de baño. Estaba vacío.
—¿Seguro que han dicho lava...?
Pero entonces notó una terrible punzada en la cicatriz y la Sala de los Menesteres desapareció. Miraba a través de las altas verjas de hierro forjado, flanqueadas por pilares coronados con sendos cerdos alados, y observaba el castillo que, con todas las luces encendidas, se alzaba al fondo de los oscuros jardines. Llevaba a Nagini colgada sobre los hombros, y estaba poseído por esa fría y cruel determinación que lo invadía antes de matar.