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By Ignapotter

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๐Œ๐š๐ฅ๐๐ข๐œ๐ข๐จฬ๐ง ๐๐จ๐ญ๐ญ๐ž๐ซ|. ๐ƒ๐จ๐ง๐๐ž ๐’๐ข๐ซ๐ข๐ฎ๐ฌ ๐๐ฅ๐š๐œ๐ค ๐ฅ๐ž ๐ฉ๐ข๐๐ž ๐š ๐ฌ๐ฎ ๐ก๐ข๐ฃ๐š ๐‚๐š๐ฌ๏ฟฝ... More

โ”โ”๐ข๐ง๐ญ๐ซ๐จ๐๐ฎ๐œ๐ญ๐ข๐จ๐ง
โ”โ”๐ฉ๐ซ๐จ๐ฅ๐จ๐ ๐ฎ๐ž
โ”โ”โ”๐•๐Ž๐‹. ๐Ÿ โ ๐œ๐š๐ฅ๐ข๐ณ ๐๐ž ๐Ÿ๐ฎ๐ž๐ ๐จ โž
i. cassiopeia black
ii. la invitaciรณn de draco malfoy
iii. el hurรณn saltarรญn
iv. beauxbatons y durmstrang
v. campeรณn de hogwarts
vi. beso inesperado
vii. la primera prueba
viii. baile de navidad
ix. el huevo y la segunda prueba
x. el regreso de canuto y magnus saucet
xi. sentimientos de la tercera prueba
xii. "estรกn vivos"
โ”โ”โ”๐•๐Ž๐‹. ๐Ÿ โ ๐จ๐ซ๐๐ž๐ง ๐๐ž๐ฅ ๐Ÿ๐žฬ๐ง๐ข๐ฑ โž
xiii. los potter
xiv. reencuentros familiares
xv. discusiones
xvi. r.a.b
xvii. aclaraciones
xviii. umbridge
xix. los celos de cassie
xx. castigo con umbridge
xxi. una noche juntos
xxii. el juramento de la garrita
xxiii. michelle, the beatles
xxiv. el libro de rose mansour
xxv. a weasley vamos a coronar
xxvi. sala de menesteres
xxvii. seรฑor weasley
xxviii. san mungo
xxix. navidad
xxx. fuga en masa en azkaban
xxxi. expecto patronum
xxxii. perfecta
xxxiii. gemelos weasley
xxxiv. timos
xxxv. canuto
xxxvi. departamento de misterios pt.I
xxxvii. departamento de misterios pt. II
xxxviii. pรฉrdida
๏ฟผ โ”โ”โ”๐•๐Ž๐‹. ๐Ÿ‘ โ๐„๐ฅ ๐ฆ๐ข๐ฌ๐ญ๐ž๐ซ๐ข๐จ ๐๐ž๐ฅ ๐ฉ๐ซ๐ขฬ๐ง๐œ๐ข๐ฉ๐žโž
xxxix. la madriguera
xl. (des)ilusiรณn
xli. sortilegios weasley
xlii. club de las eminencias
xliii. la victoria de snape
xliv. amortentia
xlv. quidditch
xlvi. katie bell
xlvii. felix felicis
xlviii. fiesta de slughorn
xlix. feliz navidad
l. despacho de slughorn
li. nosotros
lii. aragog
liii. sectumsempra
liv. torre de astronomรญa
lv. el sepulcro blanco
โ”โ”โ”๐•๐Ž๐‹. ๐Ÿ’ โ๐‹๐š๐ฌ ๐ซ๐ž๐ฅ๐ข๐ช๐ฎ๐ข๐š๐ฌ ๐๐ž ๐ฅ๐š ๐ฆ๐ฎ๐ž๐ซ๐ญ๐žโž
lvi. los nueve potters
lvii. los delacour
lix. la boda
lx. grimmauld place
lxi. regulus black
lxii. huida
lxiii. adiรณs
lxiv. peligro
lxv. los mansour
lxvi. almas gemelas
lxvii. tenemos a potter
lxviii. el refugio
lxix. gringotts
lxx. el รบltimo escondite
lxxi. aberforth dumbledore
lxxii. hogwarts
lxxiii. batalla de hogwarts pt.i
lxxiv. batalla de hogwarts pt.ii
lxxv. batalla de hogwarts pt.iii
lxxvi. batalla de hogwarts pt.iv
lxxvii. batalla de hogwarts pt.v
โ”โ”โ”๐•๐Ž๐‹. ๐Ÿ“ โ๐ƒ๐ž๐ฌ๐ฉ๐ฎ๐žฬ๐ฌ ๐๐ž ๐ฅ๐š ๐ ๐ฎ๐ž๐ซ๐ซ๐šโž
- snitch.
- eternos
- Potter Black
- reuniรณn familiar
๐„๐ฉ๐ข๐ฅ๐จ๐ ๐ฎ๐ž
๐ž๐ฑ๐ญ๐ซ๐š
๐ž๐ฑ๐ญ๐ซ๐š ๐ข๐ข
๐ž๐ฑ๐ญ๐ซ๐š ๐ข๐ข๐ข
๐ž๐ฑ๐ญ๐ซ๐š ๐ข๐ฏ (๐๐ซ๐š๐œ๐จ'๐ฌ ๐ฏ๐ž๐ซ๐ฌ๐ข๐จ๐ง)
๐ž๐ฑ๐ญ๐ซ๐š ๐ฏ
๐ž๐ฑ๐ญ๐ซ๐š ๐ฏ๐ข

lviii. el legado de dumbledore

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By Ignapotter

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«el legado de Dumbledore»

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▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

—No es un libro como otro cualquiera. Es una joya: Doce formas infalibles de hechizar a una bruja. Explica todo lo que hay que saber sobre las chicas. Si lo hubiera tenido el año pasado, habría sabido cómo librarme de Lavender y qué hacer para... Bueno, a mí me lo regalaron Fred y George, y he aprendido mucho con él. Te sorprenderá, ya lo verás. Y no todos los trucos son a base de varita mágica.

–Vaya libro encantador, Ron –Cassie entró a la habitación con paquete en sus manos, el cual dejó en la cama de Harry, antes de abalanzarse hacia él– ¡Feliz cumpleaños, Popotter!

–Ivy, no te hubieras molestado... –comenzó Harry, pero Cassie lo ignoró.

–Tonterías, Harry, ¡ábrelo!

Harry quitó el listón con delicadeza, se trataba de una cajita aterciopelada. Se trataba de un anillo.

–¿Le estás pidiendo matrimonio? –Ron quedó impresionado.

–Por supuesto que no, Ron –rodó los ojos– Es un anillo de promesa, algo así como un compromiso de permanecer juntos, pero sin el matrimonio –Harry la abrazó con todas sus fuerzas, susurrándole un te amo.

Cuando bajaron a la cocina, encontraron un montón de regalos esperando encima de la mesa. Bill y monsieur Delacour estaban terminando de desayunar, y la señora Weasley, de pie, charlaba con ellos mientras vigilaba lo que tenía en una sartén. Luego de las felicitaciones a Harry y las respectivas entregas de regalos, llegaron los Potter, junto a Sirius.

–No puedo creer que estés cumpliendo 17 años, aún recuerdo cuando eras un pequeño bebé –lloriqueó Jane abrazando a su hijo.– Ten, es tradición regalar un reloj cuando un mago alcanza la mayoría de edad.

–Le perteneció a Fleamont Potter, mi padre. En nuestros planes estaba comprar uno nuevo, pero dadas las circunstancias... –Harry abrazó a sus padres, Rosalyn se les unió.

La llegada de Charlie mantuvo a Harry alerta, no podía mirarlo sin pensar en cuarto año, cuando Cassie hablaba de él hasta por las orejas.

–Creo que su cabello es cool –alagó Cassie el cabello de Charlie, el cual iba a ser cortado por la señora Weasley.

–¿Ves, mamá? No es necesario que, ¡auch!

–¡Es la boda de tu hermano, no una caza de dragones, Charles! Ahora, mantente quieto o te cortaré una oreja... –la señora Weasley se lamentó cuando vio a George pasar frente a ella.

–Hazlo, mamá. Así podremos ser gemelos, Charlie, ya que Fred no se quiere arrancar la oreja.

Finalmente, llegó Tonks, Eric, los merodeadores y Hagrid para el cumpleaños de Harry.

—Diecisiete, ¿eh? —dijo Hagrid mientras cogía la copa de vino, del tamaño de un balde, que le ofrecía Fred—. Ya han pasado seis años desde el día que nos conocimos, ¿te acuerdas, Harry?

—Vagamente —sonrió—. ¿Verdad que echaste la puerta abajo, provocaste que a Alfred le saliera una cola de cerdo y me dijiste que yo era mago?

—No tengo buena memoria para los detalles —repuso Hagrid riendo— ¡Mira, ahí está Charlie! Siempre me cayó bien ese chico. ¡Eh, Charlie!

–A Harry también le cae muy bien –bromeó Cassie, tomando asiento junto a Harry.– En la noche te espera otro regalo de cumpleaños, Potter –le susurró para que sólo él pudiera escucharla. Harry se puso rojo hasta las orejas.

—Hola, Hagrid. ¿Qué tal? –se acercó Charlie.

—Hace mucho tiempo que quiero escribirte. ¿Cómo anda Norberto?

—¿Norberto, dices? —repitió Charlie, muerto de risa—. ¿Te refieres al ridgeback noruego? ¡Pues querrás decir Norberta!

—¿Cómooo? ¿Que Norberto es una hembra?

—Ni más ni menos —confirmó Charlie.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Hermione.

—Las hembras son mucho más feroces —explicó Charlie. Miró hacia atrás y, bajando la voz, añadió—: A ver si llega pronto nuestro padre, porque mamá se está poniendo nerviosa.

Al mirar a la señora Weasley comprobaron, en efecto, que intentaba conversar con madame Delacour mientras echaba vistazos una y otra vez a la verja.

—Creo que será mejor que empecemos sin Arthur —anunció Molly al cabo de un momento a los invitados en general—. Deben de haberlo entretenido en... ¡Oh!

Todo el mundo lo vio al mismo tiempo: un rayo de luz cruzó el jardín y fue a parar sobre la mesa, donde se descompuso y formó una comadreja plateada que se sentó sobre las patas traseras y habló con la voz del señor Weasley:

—«El ministro de Magia me acompaña.»

Acto seguido, el patronus se esfumó. La familia de Fleur se quedó contemplando con perplejidad el sitio donde se había desvanecido.

—No quiero que nos encuentre aquí —dijo de inmediato Lupin—. Lo siento, Harry; ya te lo explicaré en otro momento. —Cogió a Eric por la muñeca y se lo llevó de allí; llegaron a la valla, la saltaron y enseguida se perdieron de vista.

—¿Que el ministro viene...? —balbuceó la señora Weasley, desconcertada—. Pero... ¿por qué? No lo entiendo.

Pero no había tiempo para conjeturas; un segundo más tarde, Arthur Weasley apareció de la nada junto a la verja, en compañía de Rufus Scrimgeour, a quien era fácil reconocer por su melena entrecana.

Los recién llegados atravesaron el patio y se encaminaron hacia el jardín, donde
se hallaba la mesa iluminada por los farolillos. Los comensales guardaban silencio mientras los veían acercarse.

—Lamento esta intromisión —se disculpó Scrimgeour al detenerse cojeando junto a la mesa—. Y más ahora que veo que me he colado en una fiesta. —Clavó la vista en el enorme pastel con forma de snitch y musitó—: Muchas felicidades.

—Gracias —dijo Harry.

—Quiero hablar en privado contigo —añadió el ministro—. Y también con Ronald Weasley, Cassiopeia Black y Hermione Granger.

—¿Con nosotros? —se extrañó Ron—. ¿Por qué?

—Les explicaré cuando estemos en un sitio menos concurrido. ¿Algún lugar para conversar a solas? —le preguntó al señor Weasley.

—Sí, por supuesto —respondió Arthur, que parecía nervioso—. Pueden ir al salón.

—Condúcenos, por favor —pidió el ministro a Ron—. No es necesario que nos acompañes, Arthur.

Scrimgeour no dijo nada mientras cruzaban la desordenada cocina y entraban en el salón. Aunque la débil y dorada luz del crepúsculo todavía bañaba el jardín, allí dentro ya estaba oscuro.

—Quiero hacerles unas preguntas, y creo que será mejor que lo haga individualmente. Ustedes —señaló a Cassie, Harry y Hermione– pueden esperar arriba. Empezaré con Ronald.

—No pensamos ir a ninguna parte —le espetó Harry mientras las chicas lo apoyaban asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Puede interrogarnos a los cuatro juntos, o a ninguno.

Scrimgeour le lanzó una fría mirada.

—Está bien. Los cuatro a la vez, pues —concedió, y carraspeó antes de proseguir—: Como seguramente suponen, estoy aquí para hablar con ustedes del testamento de Albus Dumbledore. —Los chicos se miraron perplejos—. ¡Vaya, les he dado una sorpresa! ¿He de deducir, entonces, que no sabían que Dumbledore les ha dejado algo en herencia?

—¿A todos? —preguntó Ron—. ¿A Cassie, Hermione y a mí también?

—Sí, a los...

Pero Harry lo interrumpió:

—Dumbledore murió hace más de un mes. ¿Por qué han tardado tanto en entregarnos lo que nos legó?

—Eso es obvio —intervino Hermione—. Querían examinarlo. ¡Pero no tenían
derecho a hacerlo! —protestó, y le tembló un poco la voz.

—Tengo todo el derecho del mundo —se defendió Scrimgeour con menosprecio
—. El Decreto para la confiscación justificable concede al ministerio poderes para incautar el contenido de un testamento...

—¡Esa ley se creó para impedir que los magos dejaran en herencia artilugios tenebrosos —argumentó Hermione—, y el ministerio ha de tener pruebas sólidas de que las pertenencias del difunto son ilegales antes de decomisarlas! ¿Insinúa que creyó que Dumbledore intentaba legarnos algún objeto maldito?

—¿Tiene intención de cursar la carrera de Derecho Mágico, señorita Granger? — ironizó Scrimgeour.

—No, no es mi propósito. ¡Pero espero hacer algo positivo en la vida!

—¿Y por qué ahora ha decidido darnos lo que nos pertenece? ¿Ya no se le ocurre ningún pretexto para retenerlo? –preguntó Cassie.

—Debe de ser porque ya han pasado los treinta y un días que marca la ley — respondió Hermione en lugar del ministro—. No es lícito retener los objetos más días, a menos que el ministerio logre demostrar que son peligrosos. ¿No es así?

—¿Opinas que tenías una estrecha relación con Dumbledore, Ronald? —preguntó Scrimgeour, haciendo oídos sordos a la pregunta de Hermione.

Ron se sorprendió.

—¿Yo? No... Bueno, no mucho. Siempre era Harry quien... —Echó una ojeada a sus amigos, y vio que Hermione le lanzaba una mirada de advertencia: «¡No digas ni una palabra más!»; pero el mal ya estaba hecho. Por lo visto, el ministro acababa de oír exactamente lo que quería, de manera que se abatió sobre la respuesta de Ron como un ave de presa.

—Si no tenías una relación muy estrecha con él, ¿cómo explicas que te recordara en su testamento? Hizo poquísimos legados personales, ya que la mayoría de sus posesiones (la biblioteca privada, los instrumentos mágicos y otros efectos personales) se las legó a Hogwarts. ¿Por qué crees que te eligió a ti?

—Pues... no lo sé. Yo... Cuando digo que no teníamos una relación muy estrecha... Es decir, creo que yo le caía bien...

—No seas tan modesto, Ron —terció Hermione—. Dumbledore te tenía mucho cariño.

—«Última voluntad y testamento de Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore...» Sí, aquí está: «... a Ronald Bilius Weasley le lego mi desiluminador, con la esperanza de que me recuerde cuando lo utilice».

El ministro sacó de la bolsa un objeto que Harry ya conocía; era parecido a un encendedor plateado, pero poseía el poder de absorber toda la luz de un lugar, y el de devolverla mediante un simple clic. Inclinándose hacia delante, el ministro le entregó el desiluminador a Ron, que lo cogió y lo hizo girar entre los dedos, atónito.

—Es un objeto muy valioso —comentó Scrimgeour sin dejar de observar al muchacho—, y es posible que sea único. Lo diseñó el propio Dumbledore, desde luego. ¿Por qué crees que te dejó un artículo tan exclusivo? —Ron negó con la cabeza, apabullado—. El antiguo director de Hogwarts tuvo a su cargo a miles de alumnos... Sin embargo, ustedes cuatro son los únicos a quienes tuvo en cuenta en su testamento. ¿A qué se debe eso? ¿Para qué debió de pensar que usarías ese desiluminador, Weasley?

—Para apagar luces, supongo —musitó Ron—. ¿Qué otra cosa podría hacer con él?

El ministro no tenía ninguna otra sugerencia. Tras mirar a Ron con los ojos entornados, siguió leyendo:

—«A la señorita Hermione Jean Granger le lego mi ejemplar de los Cuentos de Beedle el Bardo, con la esperanza de que lo encuentre ameno e instructivo.»

Scrimgeour sacó de la bolsa un librito que parecía tan antiguo como el ejemplar de Los secretos de las artes más oscuras que Hermione conservaba en el piso de arriba; la tapa estaba manchada y en algunos puntos despegada. Ella lo cogió sin decir nada, se lo puso en el regazo y se quedó observándolo.

—¿Por qué crees que te dejó Dumbledore este libro, Granger? —Era más o menos la misma pregunta que le había hecho a Ron.

—Porque... porque sabía que me encantan los libros —respondió Hermione con voz sorda, y se enjugó las lágrimas con la manga.

—Pero ¿por qué este libro en particular?

—No lo sé. Debió de pensar que me gustaría.

—¿Alguna vez hablaste con él de códigos, o de cualquier otra forma de transmitir
mensajes secretos?

—No, nunca —contestó Hermione, que seguía enjugándose las lágrimas—. Y si el ministerio no ha encontrado ningún código oculto en este libro en treinta y un días, dudo que lo encuentre yo.

La chica reprimió un sollozo; estaban tan apretujados en el sofá que Ron tuvo dificultades para abrazarla. Scrimgeour siguió leyendo el testamento:

–«A Cassiopeia Drizella Black le lego mi brújula de bolsillo, con la ilusión que guíe su camino» ¿Por qué una brújula, Black?

–¿Por qué no se lo pregunta a él?

-Scrimgeour la ignoró– Dumbledore siempre fue un fiel creyente de la inocencia de su padre, ¿cree que tiene relación con él?

–¿Por qué no se lo pregunta a mi padre? Está en la madriguera, y démela –le arrebató la brújula.

—«A Harry James Potter —dijo, y a Harry la emoción le cerró de golpe el estómago— le lego la snitch que atrapó en su primer partido de quidditch en Hogwarts, como recordatorio de las recompensas que se obtienen mediante la perseverancia y la pericia.»

Cuando el ministro extrajo la diminuta pelota dorada, del tamaño de una nuez y cuyas alas plateadas se agitaban débilmente, Harry no pudo evitar sentirse decepcionado.

—¿Por qué te dejaría Dumbledore esta snitch, Potter?

—Ni idea. Por las razones que usted acaba de leer, imagino: para recordarme lo que puedes conseguir si... perseveras y no sé qué más.

—Entonces, ¿crees que esto no es más que un obsequio simbólico?

—Supongo. ¿Qué otra cosa podría ser?

—Aquí el que hace las preguntas soy yo —le recordó Scrimgeour arrimando un poco más la butaca al sofá. Fuera anochecía, y por las ventanas se veía la carpa que se alzaba, fantasmagórica, detrás del seto—. He observado que tu pastel de cumpleaños tiene forma de snitch. ¿A qué se debe?

—Uy, no puede ser una referencia a que Harry sea un gran buscador, porque resultaría demasiado obvio —ironizó Hermione—. ¡Debe de haber un mensaje secreto de Dumbledore escondido en el recubrimiento de azúcar glasé!

—No creo que haya algo oculto en el glaseado —replicó Scrimgeour—, pero una snitch sería muy buen sitio para guardar un objeto pequeño. Ya sabéis por qué, ¿verdad?

—Porque las snitches tienen memoria táctil —dijo Cassie.

—¿Quéeee? —saltaron Ron y Harry a la vez.

—Correcto —confirmó el ministro—. Nadie toca una snitch hasta que la sueltan; ni siquiera el fabricante, que utiliza guantes. Ese tipo de pelotas lleva incorporado un sortilegio mediante el cual identifican al primer ser humano que las coge; facultad que resulta útil en caso de que se produzca una captura controvertida. Esta snitch — especificó sosteniendo en alto la diminuta pelota dorada— recordará tu tacto, Potter. Se me ha ocurrido que quizá Dumbledore, que pese a sus muchos defectos poseía una prodigiosa habilidad mágica, encantó la snitch para que sólo pudieras abrirla tú.

—No haces ningún comentario —observó Scrimgeour—. ¿No será que ya sabes qué contiene?

—No, no lo sé —contestó Harry, sin dejar de pensar en cómo se las ingeniaría para engañar al ministro y coger la snitch sin tocarla. Si hubiera dominado la Legeremancia, lo sabría y le habría leído el pensamiento a Hermione, a quien casi le detectaba los zumbidos del cerebro.

—Cógela —le ordenó Scrimgeour con serenidad.

Cuando Harry aferró la snitch, las cansadas alas de ésta se agitaron un poco y luego se quedaron quietas. Scrimgeour, Cassie, Ron y Hermione siguieron observando la pelota con avidez, ahora parcialmente oculta, como si todavía esperaran que sufriera alguna transformación.

—Ha sido muy teatral —comentó Harry con frialdad, y sus amigos rieron.

—Bueno, ya está, ¿no? —dijo Hermione, e intentó levantarse del sofá.

—No del todo —replicó Scrimgeour con gesto de enojo—. Dumbledore te dejó un segundo legado, Potter.

—¿Qué es? —La emoción de Harry se reavivó.

Esta vez, el ministro no tuvo que leer el testamento, sino que dijo:

—La espada de Godric Gryffindor.

Cassie, Hermione y Ron se pusieron en tensión. Harry miró alrededor en busca de la
empuñadura con rubíes incrustados, pero Scrimgeour no sacó la espada de la bolsita de piel que, de cualquier forma, era demasiado pequeña para contenerla.

—¿Dónde está? —preguntó el muchacho con recelo.

—Por desgracia —replicó Scrimgeour—, Dumbledore no podía disponer de esa espada a su gusto, puesto que es una importante joya histórica y, como tal, pertenece...

—¡Le pertenece a Harry! —saltó Hermione—. La espada lo eligió, él fue quien la encontró, salió del Sombrero Seleccionador y fue...

—Según fuentes históricas fidedignas, la espada puede presentarse ante cualquier miembro respetable de Gryffindor —aclaró Scrimgeour—. Pero eso no la convierte en propiedad exclusiva de Potter, independientemente de lo que decidiera Dumbledore. —Se rascó la mal afeitada mejilla escudriñando el rostro de Harry—. ¿Por qué crees que...?

—¿... que Dumbledore quería regalarme la espada? —completó Harry, esforzándose por controlar su genio—. No sé, quizá imaginó que quedaría bien colgada en la pared de mi habitación.

—¡Esto no es ninguna broma, Potter! ¿No sería porque él creía que sólo la espada de Godric Gryffindor lograría derrotar al heredero de Slytherin? ¿Quería darte esa espada, Potter, porque estaba convencido, como creen muchos, de que estás destinado a ser quien destruya a El-que-no-debe-ser-nombrado?

—Es una teoría interesante —repuso Harry—. ¿Ha intentado alguien alguna vez clavarle una espada a Voldemort? Quizá el ministerio debería enviar a alguien a probarlo, en lugar de perder el tiempo desmontando desiluminadores o tratar de que no se sepa nada de las fugas de Azkaban. ¿De modo que eso hacía usted, señor ministro, encerrado en su despacho: intentar abrir una snitch? Ha muerto gente, ¿sabe?; yo mismo estuve a punto de morir porque Voldemort me persiguió por tres condados y asesinó a Ojoloco Moody... Pero de eso el ministerio no ha dicho ni una palabra, ¿verdad que no? ¡Y encima espera que cooperemos con usted!

—¡Te estás pasando, chico! —gritó Scrimgeour levantándose de la butaca.

Harry también se puso en pie. El ministro se le aproximó cojeando y, al hincarle la punta de la varita en el pecho, le hizo un agujero en la camiseta, como quemada con un cigarrillo encendido.

—¡Eh! —exclamó Ron, levantándose asimismo y sacando su varita mágica, pero Harry gritó:

—¡Quieto, Ron! No le des una excusa para detenernos.

—Has recordado que ya no estás en el colegio, ¿verdad? —le espetó Scrimgeour, resollando y con la cara muy próxima a la de Harry—. Has recordado que yo no soy Dumbledore, que siempre perdonaba tu insolencia e insubordinación, ¿verdad? ¡Quizá lleves esa cicatriz como si fuera una corona, Potter, pero ningún bribonzuelo de diecisiete años me dirá cómo tengo que trabajar! ¡Ya va siendo hora de que aprendas a tener un poco de respeto!

—Ya va siendo hora de que usted haga algo para merecerlo —repuso Harry.



Luego de la cena, los cuatro se encontraban en la habitación de Ron, charlaban respecto a los legados de Dumbledore.

—Ésta es la snitch que atrapé en mi primer partido de quidditch. ¿No te acuerdas?

—¡Es la pelota que casi te tragas! –exclamó Cassie.

—Exacto —confirmó Harry y, con el corazón acelerado, se la llevó a los labios. Sin embargo, la pelota no se abrió. Harry sintió frustración; pero, al apartar la esfera dorada de la boca, Hermione exclamó:

—¡Letras! ¡Han salido unas letras! ¡Mira, mira!

«Me abro al cierre.»

Apenas las hubo leído, las palabras se borraron.

—«Me abro al cierre.» ¿Qué querrá decir? Me abro al cierre... Al cierre... Me abro al cierre...

—Y la espada... —dijo Ron al fin, cuando ya habían abandonado sus intentos de
adivinar el sentido de la inscripción—. ¿Por qué querría Dumbledore que Harry tuviera la espada?

—¿Y por qué no me lo dijo directamente? —se preguntó Harry en voz baja—. Estaba allí mismo, colgada en la pared de su despacho, durante todas las charlas que mantuvimos el año pasado. Si quería que la tuviera yo, ¿por qué no me la dio entonces?

–No lo sé, Dumbledore siempre fue bastante extraño –dijo Cassie observando la brújula de bolsillo con extrañeza.

—Y respecto a este libro —terció Hermione—, los Cuentos de Beedle el Bardo... ¡Nunca había oído hablar de esos cuentos!

—¿Que nunca habías oído hablar de los Cuentos de Beedle el Bardo? —repuso Ron con incredulidad—. Bromeas, ¿no?

—¡No, lo digo en serio! —exclamó Hermione, sorprendida—. ¿Ustedes los conocen?

—¡Pues claro! –exclamaron Cassie y Ron al unísono.

–Fue el único libro que me terminé.

—¡Venga ya! Pero si, según dicen, todos los cuentos infantiles los escribió Beedle, ¿no? Por ejemplo, «La fuente de la buena fortuna», «El mago y el cazo saltarín», «Babbitty Rabbitty y su cepa cacareante»... –comenzó Ron.

—¿Cómo dices? —preguntó Hermione con una risita—. ¿Cuál es ese último título?

—¡Me toma  el pelo! —protestó Ron, incrédulo—. Tenéis que haber oído hablar de Babbitty Rabbitty.

—¡Saben perfectamente que Harry y yo nos hemos criado con muggles! —les recordó Hermione—. A nosotros no nos contaban esos cuentos cuando éramos pequeños. Nos contaban «Blancanieves y los siete enanitos», «La Cenicienta»...

—¿«La Cenicienta»? ¿Qué es eso, una enfermedad? —preguntó Ron.

–Suena como algo peligroso –concordó Cassie, arrugando la nariz. A Harry le pareció bastante adorable, se acercó a ella y depositó un beso en su mejilla.

—¡Anda ya! Entonces ¿son cuentos infantiles? —quiso saber Hermione inclinándose de nuevo sobre las runas grabadas en la tapa del libro.

—Sí... Bueno, mira, al menos la gente asegura que todas esas historias las escribió Beedle. Yo no conozco las versiones originales.

—Pero ¿por qué querría Dumbledore que las leyera?

En ese instante se oyó un crujido proveniente del piso de abajo.

—Debe de ser Charlie; estará intentando que vuelva a crecerle el pelo, ahora que mi madre duerme —dijo Ron, inquieto.

—En fin, tendríamos que acostarnos —susurró Hermione—. Mañana no podemos
dormirnos.

—No —coincidió Ron—. Un brutal triple asesinato cometido por la madre del
novio estropearía un poco la boda. Ya apago yo la luz.

Ambas salieron de la habitación, Cassie le guiñó un ojo a Harry y salió.

Eran aproximadamente las cuatro de la mañana, y Harry sintió cómo lo movían de un lado a otro.

–¿Qué...? ¿Ivy, qué haces aquí?

–Dije que te daría tu regalo de cumpleaños, dah.

–¿Y Ron? ¿Y los demás? –dijo mientras se levantaba de la cama, para quedar frente a Cassie.

–Silencié la habitación, en cuanto a Ron... –lo miró por encima de Harry– No querrás saber lo que le hice, pero no te preocupes, mañana estará como nuevo –le sonrió mientras se quitaba la bata de dormir; debajo de ella, llevaba una lencería de encaje que hacía resaltar su figura.

–Ivy, lamento decirte que no durarás mucho tiempo con ella puesta –el azabache la tomó por la cintura y comenzó a besarla.













Alfred es el hijo de Winona, la media hermana de Jane, por lo que vendría siendo el primo de Harry y Rosalyn.

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