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«Expecto patronum»
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–Nunca creí disfrutar tanto un san Valentín –dijo Cassiopeia besando el cuello de su novio.
–¿No que Mcgonagall te prohibió subir a la habitación de los chicos? –preguntó Harry cerrando los ojos, disfrutando de los besos.
–Llevo más de una hora aquí, ¿y te lo acabas de preguntar? –rió y prosiguió depositando besos y caricias en el cuello de Harry, el azabache jadeó en respuesta de las acciones.– Bueeno, buenas noches, Potty.
–¿Vas a dejarme así? –se quejó el azabache señalando el bulto en el pantalón de pijama.
–Me duele la cabeza –se encogió de hombros fingiendo inocencia y cerró los ojos, dispuesta a dormir.
Cassie salió alegremente de la lechucería, tarareando la canción de Hogwarts: el motivo de su felicidad era porque, finalmente, James Potter aceptó su debilidad por ABBA. Cassie debió chantajearlo para que lograra aceptarlo.
En cuanto bajaba las escaleras, chocó con un estudiante, ambos cayeron y en el intento de levantarse, Cassie pisó la mano del chico.
Reconoció de inmediato los ojos celestes del Ravenclaw.
–Acabo de pisar mierda, qué lástima –espetó con intenciones de seguir su camino, pero Magnus se lo impidió.
–Lo siento, ¿sí? No sé qué hice ahora, pero lo lamento.
–Te escuché hablando con Ginevra Weasley, debemos separar a Harry y Cassiopeia –imitó la voz de la pelirroja.
–¡No fue así! Y ¡ella fue quien lo dijo, no yo!
–No te preocupes por ella, ya me las pagará –murmuró con malicia, Magnus puso cara de horror.
–Me das miedo, Cassandra.
–¿Y?
–¿Y qué?
–¿Y quién te preguntó? –Cassie intentó volver a retomar su camino, pero, nuevamente, Magnus se lo impidió.
–Me negué a hacerlo –confesó.
–Pero la escuchaste y te planteaste ayudarla, eso es suficiente para mí. Ahora, ¿me permites, pedazo de excremento? Necesito ir a burlarme de mi novio.
–Potter y tú no funcionarán, ambos sabemos cómo es él, sólo debes esperar a que la cague –dijo Magnus antes de dejar a Cassie en las escaleras. Sola.
—¿Que ha encontrado...? —escuchó Cassie a la profesora Umbridge con voz chillona—. ¿Que usted ha encontrado...? Permítame que le recuerde, profesor Dumbledore, que el Decreto de Enseñanza número veintidós...
—El Ministerio sólo tiene derecho a nombrar un candidato adecuado en el caso de que el director no consiga encontrar uno —la interrumpió Dumbledore—. Y me complace comunicarle que en esta ocasión lo he conseguido. ¿Me permite que se lo presente?
Entonces se dio la vuelta hacia las puertas, que seguían abiertas y dejaban pasar la neblina.
Cassie pasó disimuladamente por el caos que se desataba entre Dumbledore y Umbridge, y fue hasta Harry.
Un murmullo de asombro recorrió el vestíbulo, y los que estaban más cerca de las puertas se apartaron rápidamente; algunos hasta tropezaron con las prisas por abrir camino al recién llegado.
A través de la niebla apareció un rostro, tenía el cabello rubio, casi blanco, y los ojos de un azul espectacular; eran la cabeza y el torso de un hombre unidos al cuerpo de un caballo claro con la crin y la cola blancas.
—Le presento a Firenze —le dijo Dumbledore alegremente a la perpleja profesora Umbridge—. Creo que lo encontrará adecuado.
–Increíble –susurró asombrada Cassie observando el cabello rubio de Firenze.
Animales y luces plateadas iluminaban la sala de menesteres. Los alumnos contemplaban sus patronus con una sonrisa, algunos sorprendidos de ser capaces de realizarlos, el encantamiento requería de un gran mago.
Harry, como habitualmente lo hacía, paseaba al rededor de sus alumnos.
Neville tenía problemas. Estaba muy concentrado, pero de la punta de su varita sólo salían unas débiles volutas de humo plateado.
—Tienes que pensar en algo alegre —le recordó Harry.
—Ya lo intento —dijo Neville, desanimado; se estaba esforzando tanto que el sudor brillaba en su redonda cara.
—¡Mira, Harry, creo que lo estoy logrando! —gritó Seamus, a quien Dean había llevado por primera vez a una reunión del ED—. ¡Mira...! ¡Oh, ha desaparecido! Pero ¡era una cosa peluda, Harry!
El patronus de Hermione, una reluciente nutria plateada, retozaba a su alrededor. —Son bonitos, ¿verdad? —comentó la chica mirando al animal con cariño.
Cassiopeia recitó el encantamiento por segunda vez: en el primer intento, una floja luz salió de su varita. La chica se mantuvo toda la clase concentrada en recuerdos felices, su meta era lograrlo durante los primeros tres intentos.
–¿Necesitas ayuda para recaudar recuerdos felices? –Harry se acercó a ella con una sonrisa.
–No me mires con esa linda sonrisa, o me desconcentrarás, y ya estoy rindiéndome –suspiró con pesadez. Estiró la boca y se cruzó de brazos, como una niña berrinchuda.
–Harry pellizcó la mejilla de su novia– ¿Cuántas veces lo has intentando, linda?
–Dos veces, ya me rendí –el azabache soltó una risa que causó que el entrecejo de Cassie se arrugara.– ¿Te parece divertido, rayito de l...? –fue interrumpida por los labios de Harry. Una vez el beso dio por terminado, replicó:– Linda manera de callarme, pero no vuelvas a hacerlo.
–Tú puedes, confío en ti, Ivy.
Cassie cerró los ojos y recopiló todos los recuerdos felices desde que tenía memoria: los momentos con su tío Edward, la vez que conoció a Sirius, las aventuras con sus amigos y, sobretodo, los momentos vividos con Harry. La vez que le pidió ser su novia, el beso previo a la tercera prueba.
Los penetrantes e hipnotizantes ojos de Harry se encontraban frente a ella, esta vez no fallaría. Abrió los ojos y exclamó:
–¡Expecto Patronum! –de la punta de su varita salió una cierva plateada, rodeando al azabache sorprendido. El animal plateado desapareció por una de las ventanas.– ¡Lo hice, Harry, lo hice! –saltó de emoción.
–Eso fue ¡wow! –soltó aún sorprendido. Hermione se acercó con una amplia sonrisa hacia ellos.
–¿Saben lo que significa? –la castaña y el azabache se miraron y negaron.– ¡Son almas gemelas! –chilló con emoción.– ¡El patronus de Harry es un ciervo y el tuyo, Cassie, una cierva!
–Patrañas, esas cosas no existen –replicó Cassie siendo abrazada por la cintura, por Harry.
–¿Ah, no? Deberías prestarle más atención al color de tus ojos, Driz.
En ese momento la puerta de la Sala de los Menesteres se abrió y volvió a cerrarse.
Era Dobby.
—¡Hola, Dobby! —exclamó Harry—. ¿Qué haces? ¿Qué pasa?
El elfo lo miraba con ojos desorbitados; estaba temblando de miedo.
—Harry Potter, señor... —chilló el elfo, que temblaba de pies a cabeza—. Harry Potter, señor... Dobby ha venido a avisarlo..., pero a los elfos domésticos les han advertido que no digan...
—¿Qué ha pasado, Dobby? —le preguntó Harry mientras lo agarraba por el delgado brazo y lo apartaba de cualquier cosa con la que pudiera intentar hacerse daño.
—Harry Potter, ella..., ella...
Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y Harry se lo sujetó también.
—¿Quién es «ella», Dobby?
Sólo había una persona que pudiera inspirarle tanto temor a Dobby. El elfo levantó la cabeza, lo miró poniéndose un poco bizco y movió los labios, pero sin articular ningún sonido.
—¿La profesora Umbridge? —preguntó Harry, horrorizado. Dobby asintió, y a continuación intentó golpearse la cabeza contra las rodillas de Harry, pero él estiró los brazos y lo mantuvo alejado de su cuerpo—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta..., que nosotros..., el ED? —Leyó la respuesta en el afligido rostro del elfo. Como Harry seguía sujetándole las manos, Dobby intentó darse una patada y cayó al suelo de rodillas—. ¿Viene hacia aquí? —inquirió Harry rápidamente.
Dobby soltó un alarido y exclamó: —¡Sí, Harry Potter, sí!
Harry se enderezó y echó un vistazo a los inmóviles y aterrados alumnos que miraban al elfo, que no paraba de retorcerse.
—¿Qué esperan? —gritó—. ¡Corran!
Entonces todos salieron disparados hacia la puerta, formando una marabunta, y empezaron a marcharse precipitadamente de la sala.
Harry levantó en brazos a Dobby, que todavía intentaba lastimarse, y corrió con él para unirse a sus compañeros.
—Dobby, esto es una orden: baja a la cocina con los otros elfos, y si ella te pregunta si me has avisado, miente y di que no —dijo Harry—. ¡Y te prohíbo que te hagas daño! —añadió, y cuando por fin cruzó el umbral, soltó al elfo y cerró la puerta tras él.
—¡Gracias, Harry Potter! —chilló Dobby, y echó a correr a toda pastilla.
–¡Corre, Ivy!
Cassiopeia comenzó a correr vagamente, odiaba todo lo relacionado con moverse. Sin darse cuenta, tropezó con sus propios pies.
–Sigue sin mí, sé feliz –dijo desde el suelo, dramatizando. Harry la miró con los ojos sobresaltados y la levantó.
–No puedo dejar a mi alma gemela.
Ambos comenzaron a correr, hasta que fueron detenidos. Harry cayó estrepitosamente al suelo.
—¡Embrujo zancadilla, Potter! —dijo Malfoy—. ¡Eh, profesora! ¡PROFESORA! ¡Ya tengo a dos!
–¡¿Dónde quedó lo de cuidarnos las espaldas, Draco Lucius?! –el platinado dirigió la mirada hacia Cassie.
–Elegiste el bando equivocado, Black.
La profesora Umbridge apareció jadeando por un extremo del pasillo, pero con una sonrisa de placer en los labios.
Umbridge se llevó a Harry, dejando a Draco con órdenes de seguir buscando alumnos.
–¿El tinte te afecta las neuronas? ¡Ay, ay, duele! –se quejó cuando Draco tomó su brazo.