Ángel Guardián

Autorstwa Dreamscanbetrue

202K 8.9K 700

[GANADORA PREMIOS WATTY 2014. Categoría: Fantasía, Ciencia- Ficción: En ascenso] ... Więcej

Capítulo 1
Capítulo 2: Mitchie
Capítulo 3: Horario
Capítulo 4: Kalie
Capítulo 5: Los ángeles guardianes
Capítulo 6: Advertencia
Capítulo 7: (Parte I) Preparación
Capítulo 7: (Parte 2) Preparación
Capítulo 8 (Parte 1)
Capítulo 8 (Parte 2)
Capítulo 9: Excluido
Capítulo 10: El Observatorio.
Capítulo 11 (Parte I)
Capítulo 11 (Parte 2)
QUIZ PARTE UNO
QUIZ PARTE DOS
QUIZ PARTE TRES
Capítulo 12
BOOKTRAILER :D
Capítulo 13
Capítulo 14 (Parte 1)
¡10.000 leídos!
Capítulo 14 (Parte 2)
Capítulo 15 (Parte 1)
Capítulo 15 (Parte 2)
Capítulo 16
Capítulo 17 (Parte 1)
Capítulo 17 (Parte 2)
Capítulo 18
Capítulo 20
Epílogo
¡Finalista a los Premios Watty 2014!
¡Votaciones abiertas!

Capítulo 19

5.1K 274 44
Autorstwa Dreamscanbetrue

Un viento frío se levanta y aumenta conforme pasan los minutos. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que comenzó la pelea. El sol está aún comenzando el descenso de su arco, no muy lejos de ocultarse tras un monte lejano. Sin embargo, el frío inunda el ambiente. Como si toda la calidez del mundo hubiese sido robada. Por mi parte, no lo siento. Tuvieron que pasar unos minutos antes de que el miedo y la tristeza de la batalla se evaporasen y fuesen sustituidas por el dolor. Dolor físico, en el pecho. La sangre aún húmeda hace tiempo que ha dejado de brotar, pero aún no se ha secado. La herida sigue abierta, expuesta al frío, el agua, y los demás elementos de la naturaleza. Tendré que limpiarla más tarde.

Y también dolor psicológico. Y este es peor que el anterior.

Noto las mejillas húmedas, a pesar de que he dejado de llorar como la cosa patética que soy hace un rato. Me he cansado de correr y me duelen las piernas, pero no paro hasta estar a centímetros de rozar la cerradura de la puerta al Refugio. Y no porque quiera.

Alguien me agarra por el borde del peto, y sé quien es antes de que éste me obligue a darme la vuelta y mirarlo.

—No pude salvarlo— dice Castiel, suavemente. Suena triste, derrotado.

Me abrazo los brazos fríos, rehuyendo su mirada. Es como si sus ojos pudiesen ver dentro de mí, como un libro abierto. Estoy desnuda de sentimientos frente a él.

—No… — me trabo con mis propias palabras— Gracias por intentarlo, de todas formas.

Él observa como las lágrimas imponentes llenan mis ojos de nuevo. Parpadeo para ahuyentarlas. Odio que me vean en este estado.

—Leia… no puedes ser así— dice, suspirando. Toma mi mano y comienza a acariciar el dorso con sus dedos enguantados— No puedes dejar que todo te afecte de esta manera.

Abro la boca para replicar, pero él acalla mis palabras antes de que pueda pronunciarlas si quiera.

—No digas nada. En el poco tiempo que llevo conociéndote he aprendido muchas cosas de ti. Sé que no te gusta coger cariño a las cosas, y por eso te muestras más arisca de lo que en realidad eres. Sé que te han hecho daño, o si no no estarías aquí. Aunque todavía no he podido averiguar el motivo de ese dolor. Solo puedo hacer suposiciones, por ahora. Sé que eres sencilla, generosa y sensible. Y eso es solo una pequeña parte de lo que me gusta de ti. Y no nos equivoquemos, no te estoy pidiendo que cambies. Solo te estoy pidiendo que aprendas a controlarlo. A ocultarlo. Sé que es difícil, que hay veces que simplemente tienes ganas de mandar el mundo a la mierda, de echarte a dormir y despertarte habiendo olvidado todo. Pero no podemos hacer eso— su mano aprieta con fuerza la mía— Tienes que ser fuerte. Aprender a resistir los golpes y luego devolverlos. No quiero que te hagan daño.

Escucho sus palabras observando sus dedos cubiertos de cuero entrelazados con los míos. A pesar de los guantes, su mano transmite una agradable sensación de calidez, y con ella también seguridad y tranquilidad.

Doy un paso hacia atrás y mi espalda choca contra la pared.

—Yo también quiero ser fuerte— susurro.

Castiel expulsa una bocanada de aire que asciende como una nubecita.

—Lo eres. Solo tienes que creértelo.

—No sé que soy— confieso, con la mirada clavada en la batalla. Conforme va pasando el tiempo el número de luchadores va menguando. No sé si es porque los demás han sido asesinados o simplemente se han marchado. Una cantidad considerable de cuerpos cubre el suelo como una macabra alfombra, en la que el color predominante es el rojo. Apenas un grupo de cincuenta guerreros continúan aún en pie, y permanecen en el campo de batalla. No sé dónde está el resto, pero sé que no están muertos. Al menos, la mayor parte de ellos. Es imposible que estén todos muertos. No sé dónde está Kalie. No sé dónde está Bethany. No sé nada. No he podido preguntarle por Ainhoa. Ni siquiera he podido despedirme en condiciones. Y en parte es culpa mía. Mi culpa.

—¿Cómo te sientes?— las palabras amables de Castiel interrumpen mis pensamientos. Los ojos azules de Castiel me devuelven a la realidad.

—Cansada. Me siento cansada— digo, notando como me pesan los párpados. La fatiga me invade. — Quiero dormir.

Castiel esboza una leve sonrisa.

—Conozco un lugar donde hasta dormir es genial.

—Dormir siempre es genial.

—No arruines el momento. Quiero que lo veas. Te va a gustar.

—Vale— susurro suavemente.

Castiel se adelanta y nos adentramos en la oscuridad que sume todo el Refugio.

Nuestras pisadas resuenan contra el suelo empedrado, como pistoletazos. No se oye ningún otro ruido aparte de nosotros. Un aire sosegado llena todo. Me tropiezo con mis propios pies mientras voy tanteando las paredes en la oscuridad.

El silencio no resulta incómodo entre nosotros. Castiel se mantiene concentrado en guiarnos hacia su misterioso destino, y yo me entretengo observando su figura recortada tirando de mí y tratando de no tropezar más de lo necesario.

La luz vuelve a alumbrarnos después de unos minutos caminando y subiendo escaleras. Y lo hace en una sala muy familiar.

La majestuosa escalera de caracol nacarada continúa tan esplendida como la última vez que la visitamos. Hace dos días, vaya. No ha pasado demasiado tiempo.

Castiel se vuelve hacia mí.

—Se me olvidó decirte que cerrarás los ojos— dice, esbozando una sonrisa distraída.

—Entonces probablemente hubieras tenido que cargar con una adolescente con una pierna rota en brazos.

Él sonríe con sorna.

Observo los frescos pintados en la cúpula, varias decenas de metros por encima de nosotros. La belleza de esta sala es abrumadora.

Castiel comienza a ascender por la escalera y yo le sigo, rozando con los dedos la suave superficie de mármol.

Llegando casi al final él aprieta el paso escaleras arriba, yo tras él, jadeando por el esfuerzo de la subida sumada al peso extra del peto, que no es lo que se diga ligero.

Llego arriba con la respiración entrecortada. La puerta del Observatorio está abierta, con Castiel esperándome dentro. Llego hasta él extasiada ante la grandeza de la sala. Realmente echaba de menos este lugar, y la sensación que trasmite. Libertad, como un pájaro solo en mitad del universo. Naturaleza, a pesar de que gran parte de todo lo que en esta sala hay es artificial, hecho por los humanos esclavos de los ángeles. Todo ello es lo que una sola sala es capaz de contener.

—Quería que hubiese sido una sorpresa— murmura Castiel.

Cierro los ojos y dejo que los últimos rayos de sol del día acaricien mi rostro.

—Habría dado lo mismo. Ya he estado aquí antes.

—Oh— dice. Su voz suena decepcionada.

Abro los ojos.

—Pero solo de paso— me apresuro a decir— Vine una vez con Kalie, pero tuvimos que marcharnos enseguida. Apenas pudimos ver nada.

Eso parece restablecer su ánimo.

—Entonces puedo enseñártelo yo— comenta.

Observo sus dedos hábiles desabrochar las correas de sus manos con movimientos diestros y rápidos, y luego sacárselas. Los guantes caen a un lado del camino de tierra y luego los patea, mandándolos lejos. Después comienza a soltar las ataduras de su peto, con tranquilidad.

—¿Qué… qué haces?— pregunto, repentinamente azorada.

Él aparta la vista de lo que estaba haciendo y clava sus ojos azules en mí.

—¿A ti que te parece? La batalla ha terminado. Mi equipo no es lo que digamos ligero. Y ya no tengo por qué cargar con él más.— devuelve su atención a las numerosas hebillas.

—Ah, ya…

Noto como él me mira de nuevo, con una mueca de extrañeza en su rostro. Aparto la vista con las mejillas ardiendo. Por supuesto que era eso.

—Leia, ¿Qué creías que estaba haciendo?

Bajo la mirada a mi reloj, buscando una excusa factible para no tener que contestar. Toso.

Ah, Leia, eres una degenerada.

Cállate.

—Se está haciendo tarde. Me gustaría ir a ver cómo está Kalie después de esto. Me corre bastante prisa.

Castiel suelta una carcajada.

—Pillo la indirecta— comenta, apresurándose.

Se saca la coraza ya desabrochada por la cabeza, dejando su cabello rubio totalmente despeinado. Unas ganas repentinas de ordenarlo me recorren.

Las ahogo rápidamente.

¿Ves? Ahí estás otra vez.

Vas a ir al infierno condenada por pensamientos lujuriosos.

He dicho que te calles.

Maldita voz interior.

Me apresuro a imitarlo, y me deshago de la armadura. Es la única protección que he llevado durante la batalla. Y a pesar de él, han conseguido herirme. Observo la herida ya seca con interés. ¿Cómo es posible que, llevando el peto puesto, la chica me haya dañado justo ahí? No tiene sentido. Se suponía que ese cacharro que pesa como si estuviese hecho de plomo servía para resguardarte de golpes así. Lo tomo entre mis manos y lo coloco a la altura de mis ojos. Enseguida hallo la respuesta a mi pregunta. El peto ha sido rajado hasta bien entrado el estómago. O quizá el roto ya estuviera de antes. No sé cómo puede aún mantenerse armado. Como sea, habría dado lo mismo que si no hubiese llevado nada, como la mayoría de los demás Aspirantes. Me pregunto dónde estarán. Probablemente ya hayan regresado al Refugio, y estén en alguna parte de los pisos inferiores.

Espero pacientemente a que Castiel termine de desarmarse y esconda los cuchillos, dagas y espada que llevaba escondidos entre la ropa. Incluso en los zapatos. Cuando termina alza la vista y sonríe.

—Ven. Estoy dispuesto a cumplir mi promesa.

Recorremos cada rincón. Una zona enorme de árboles frutales, con algún que otro capullo a punto de florecer, y un espeso manto de hojas. Árboles de hoja perenne que no logro reconocer. También nos acercamos a telescopio, e incluso me deja mirar a través de él en busca de las estrellas. Estrellas que no se ven, porque aún no es de noche. Esto último me deja en evidencia.

Al final del recorrido nos detenemos a descansar en un césped mullido y suave como el algodón. Me recuesto en él tumbándome bocarriba, y cierro los ojos.

—¿Cómo acabaste aquí?

La voz suave de Castiel interrumpe mis plácidos pensamientos. Abro los ojos. Él está sentado a mi lado, con las piernas cruzadas, como un indio. Me observa de reojo, pensativo.

Me incorporo antes de responder.

—Pues… supongo que como todos los demás. Cuando tu anterior entrenador considera que estás preparado, dan tu nombre. Y entonces entras en el Periodo de Prueba. Tienes mucho que ganar, pero también el gran riesgo que conlleva aceptar. También puedes perder mucho. Puedes perderlo todo.— hago una pausa— El problema en mi caso fue que yo entré porque a nuestra entrenadora le quedaba una vacante vacía. Y no podía dejarla en blanco. Ella misma me dijo que preferiría que esperase al año que viene. Pero ya es demasiado tarde para eso.

El graznido de un ave resuena como eco en las alturas del Observatorio.

—Eso es cruel— dice Castiel frunciendo el ceño— Podrías haber muerto. No debería haberte inscrito si no confiaba en que podrías lograrlo al cien por ciento.

Me encojo de hombros, con la mirada fija en mis manos.

—De todas formas, no era eso a lo que me refería. Te preguntaba acerca de cómo acabaste en el Refugio. Sé que tiene que haber un motivo. Uno no viene aquí porque sí.

—Eso es cierto—admito, un poco reticente a tener que hablar de mí misma. Continúo: — Acabé aquí porque de resto de mi familia está muerta. Hace muchos años tenía a mis padres, y a mi hermano pequeño. Incluso un gato. Se llamaba Candy. Lo perdí todo esa noche. Bueno, en realidad, Candy se escapó un par de semanas antes del accidente, como si pudiese prever lo que iba a pasar. Quizá pudiera. Puede que los gatos tengan ese sexto sentido. Como sea, de la noche a la mañana me quedé sola. Pasé un tiempo resguardada por la policía, pero llegó un momento en que no podían hacerse cargo de mí, y me echaron. Poco después, esos mismos policías que me cuidaron durante unas semanas, me encontraron en las calles y me condenaron a vivir en un orfanato. Allí pasé la peor parte de mi vida. Recuerdo los bofetones, las amenazas, los chillos, y la presión y el miedo constante. Por las noches no podía dormir temiendo los golpes de las cuidadoras. Un día, ellos vinieron a dónde yo vivía, reclamando verme. Me trajeron aquí—parpadeo, sintiendo como si un gran peso desapareciese de mis hombros— Y hasta ahora.

Terminar mi discurso es como si un enorme peso se desvaneciese de mis hombros. Castiel juguetea con una hebra de hierba, atento a mis palabras.

—Lo siento mucho— dice— Nadie se merece algo así.

Hago una mueca de resignación.

—No lo sientas. Hay gente que lo ha pasado peor en su vida. Hace tiempo que dejé de lamentarme por mi destino, y comencé a aceptarlo. Es absurdo preocuparse por ello; ya es parte del pasado. El pasado está formado de recuerdos, buenos o malos. Pero recuerdos al fin y al cabo. No sirve de nada obsesionarse con ellos. Hay que vivir el presente. Lo que pasó no fue culpa de nadie. Podría haberle pasado a cualquiera.

Él asiente, sonriendo con conformidad.

—Me alegro de que pienses así. Eso es algo por lo que estoy orgulloso de ti.

Sonrío tristemente. La última vez que alguien me dijo algo así fue unas semanas antes del accidente, cuando me dieron las notas trimestrales. Mis padres me abrazaron. Yo estaba feliz.

Apoyo la cabeza en su hombro, sintiéndome demasiado pesada como para sostenerme por mí misma, de nuevo.

—No tiene ningún mérito. Es algo que debía hacer.

—Aún así. Estoy orgulloso de ti, y nada de lo que digas en este momento podrá cambiar eso.

Nos quedamos en silencio unos segundos.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Ya lo has hecho— bromea.

Pongo los ojos en blanco.

—Otra.

—Ten cuidado, la curiosidad mató al gato.

—Correré el riesgo— digo, burlona— ¿Los ángeles pueden enamorarse?

—Por supuesto que sí— responde sin pensar— ¿Cómo te crees que nací sino?— dice, con sorna.

—Pues… no sé. No me he parado a pensarlo. Resulta… raro.

—No, no lo resulta. Ocurre exactamente igual que en los humanos, por desgracia. Defecto de fábrica, supongo.

—¿Por qué dices eso?— pregunto, confusa.

—Porque el amor es algo insensato. Una pérdida de tiempo que a menudo no tenemos.

—Oh… — murmuro— Que pienses eso es muy triste.

—¿Y por qué debería serlo?— pregunta. Sus ojos brillan, adquiriendo el mismo tono del agua del fondo del mar.

—El amor es el mejor regalo que nos ha dado el universo, después de la vida. Estar enamorado es sentir mariposas en el estómago, como cuando subes a una atracción de algún parque de atracciones. Como si volases. Cuando ves a esa persona, sientes aquí dentro— toco con un dedo su pecho— como se te acelera cada vez que le ves. Es maravilloso— suspiro. Noto que me sonrojo, sin saber por qué. Castiel se inclina hacia mi oído, y cierro los ojos.

—Creo poder afirmar sin riesgo a equivocarme que tú ya has estado enamorada— susurra. Una sonrisa se forma en mi rostro.

—Fue en la escuela de secundaria. La que asistí solo durante un año, antes de que me trajeran aquí. Por aquellos entonces éramos todos tan inocentes… Echo de menos esa época. Fue solo un flechazo. De esos que ni siquiera sabes si son correspondidos, pero aún así bonitos. Yo era feliz.

—¿Cómo fue? Estar enamorado, quiero decir.

—Bonito, supongo.

Ambos nos quedamos en silencio un instante.

—¿Y qué fue de él?— pregunta Castiel.

—Murió— digo, apartando la vista. Él abre los ojos como platos.

—¿Qué?

—Lo atropelló un coche. A la salida del instituto. Estuvo varias horas inconsciente en la UCI, y luego su corazón dejó de latir. Estuve en su funeral.

Castiel clava sus ojos azules en los míos.

Acaricio los pétalos suaves de una margarita, evitando mirarle directamente.

—Se llamaba Jackson.

Ni siquiera entiendo por qué le he contado eso. El ángel se incorpora hasta quedar de cuclillas y esboza una enigmática sonrisa.

—¿Ese tipo te hacía “volar”?

Sonrío de medio lado.

—Psicológicamente hablando, por supuesto.

—No, literalmente hablando, ¿nunca has volado?

Me río ante su pregunta absurda.

—No. Creo que he tenido cosas más importantes que hacer en estos dieciséis años de vida. Además, ¿cómo iba a hacerlo? No tengo alas.

—No, tú no. Pero yo sí— alzo la vista hacia él, confusa— ¿Te gustaría probar?

Solo me toma un instante pensarme la respuesta. “Sí.”

Me ofrece una mano y tira de mí. Cuando ambos estuvimos en pie, él sonríe y se aleja un par de pasos de mí, dándome la espalda. Una expresión de incredulidad se adueña de mí.

Algo pequeño y luminoso nace en la parte alta de su columna dorsal. Al principio es tan diminuto que llego a confundirlo con un dibujo en su camiseta. Pero conforme va alargándose y dividiéndose en dos mis pensamientos cambian. Se extienden suaves y silenciosas como un soplo de viento. Ni siquiera rasgan la camisa al extenderse por completo. Puedo vislumbrar cada pluma, cada detalle de esas alas bellas e iridiscentes. Algo de mí me pide que deslice la palma de la mano por esa superficie de esponjosa apariencia. Y me sorprende que lo haga. Es como tocar una nube.

Deslizo un dedo por entre las plumas largas, que intensifican su brillo con mi toque. Castiel debe de ver la expresión de sorpresa en mi rostro, puesto que pregunta:

—¿Te gustan?

—Son tan bonitas… — susurro.

—Me tomaré eso como un sí— dice, sonriendo. Alarga el brazo y agarra mi mano. Me hace girar y apoyarme contra él, dándole la espalda. Un leve aleteo resuena en mis oídos y una ligera brisa de aire golpea mi rostro. Los fuertes brazos protectores del ángel me mantienen bien sujeta. Entonces, nos elevamos; primero, lentamente, y solo unas pulgadas, pero luego más y más alto.

Observo curiosa como nuestros pies se alejan del suelo hasta que este comienza a empequeñecerse. Entonces ahoga una carcajada de felicidad y me tapo los ojos con las manos. Noto a Castiel reír contra mi espalda.

—¿Qué pasa, pajarito?— no hacía falta verle para saber que estaba sonriendo.

Y estando en lo más alto, grito:

—¡Qué vértigo!

—¡Lo sé!— responde él, intentando hacerse oír por encima del ruido del viento.

Estando a solo unos centímetros de rozar el techo de la cúpula con la cabeza alargo una mano hacia arriba y toco la superficie de cristal. Está fría.

Una sensación de opresión me invade repentinamente, haciéndome temblar.

—¡Bájame!

Castiel no responde, pero prácticamente puedo ver su sonrisa socarrona. Quiero pegarle un puñetazo. Iba a pedirle de nuevo que bajáramos cuando él comenzó su descenso. Suspiro aliviada.

Alzo la mirada hacia sus ojos risueños, torciendo el cuello, que me observan divertidos. Disminuimos la altura hasta llegar a la frondosa arboleda. Pero no frena.

—¡Cuidado con el ár…!

Se detiene en seco a centímetros de las ramas puntiagudas. Suspiro aliviada, notando como algunas de ellas se clavan en mis piernas y brazos.

—¿Decías algo?— comenta, divertido. Castiel encuentra una rama ancha en forma de gancho y nos conduce allí. Me ayuda a sentarme y equilibrarme sobre ella, y luego me suelta. Paso una pierna a cada lado para sostenerme, tratando de recuperar un ritmo de respiración normal. La rama se hunde un poco bajo un nuevo peso. Castiel me observa con la cabeza ladeada, esperando mi opinión. Sus alas cuelgan caídas en su espalda. Sus ojos brillan.

A pesar del susto no puedo evitar sonreír de oreja a oreja.

—¿Cuándo repetimos?

Él suelta una carcajada.

—Otro día— promete, acariciando el dorso de mi mano.

Sin poder dejar de sonreír dulcemente, me asiento ayudándome con la rama. Castiel junta su frente con la mía, mirándome a los ojos.

—¿De verdad querrías repetir la experiencia?— pregunta, con suavidad.

—Desde luego. Lo antes que sea posible— aseguro.

Antes de que me dé cuenta, él termina de acortar la distancia que nos separaba y junta sus labios con los míos. Es algo que me pilla por sorpresa. Es un beso dulce, duradero y suave como una caricia, e igual de intenso, que hace que se me pongan los pelos de puntas. Cierro los ojos y sonrío antes de que él se separe de mí y entrelace sus dedos con los míos.

—Me gustas, ¿sabías?

Intento ocultar una sonrisa con la otra mano, sin resultado. No tengo más agarre que sus propias manos.

—¿Quién era el que no creía en el amor, Castiel?

Por un momento, ambos olvidamos que no estamos en el suelo, sino a varios metros de altura, en una rama no demasiado estable.

—Nunca dije que no creyese en él. Solo que me parecía insensato. Siempre me han gustado las cosas insensatas. Son como yo.

Castiel alarga la mano libre por encima de mi cabeza y arranca una flor de largos pétalos. La entrelaza entre los mechones de pelo encima de mi oreja. La rozo con los dedos. Tiene un tacto sedoso.

—Deberíamos volver ya— susurra, no pareciendo demasiado conforme con esa idea— Es casi la hora de cenar.

Él sonríe.

—Quizá podamos repetir una noche de estas. De noche, el Observatorio es precioso.

Castiel pliega sus alas y soltándome la mano, se deja escurrir por el borde de la rama. Ahogo un grito. Cae en cuclillas y se pone en pie. Me sonríe desde el suelo, más de cinco metros por debajo.

—¡Te toca!

Suspiro antes de dejarme caer, con la certeza de que cuando llegue al suelo él estará allí para sostenerme.

Nos detenemos cuando llegamos frente a mi habitación, estando demasiado cansados como para ir a cenar. Al menos, yo.

Él se despide con un abrazo, un beso dulce en la frente y la promesa de vernos al día siguiente.

Una Kalie somnolienta me abre la puerta y ambas nos vamos a la cama demasiado desganadas y exhaustas como para de hablar del día, pero con la garantía de contárnoslo todo al día siguiente.

Caigo rendida al sueño casi al instante.

Un sonoro ruido gritado a través de unos altavoces me hace abrir los ojos. Capto retazos de frases. “…lir…común… rápido… importante”

—¿Qué pasa?— murmuro, adormilada.

La luz de la habitación está encendida, y Kalie se agarra al poste de su cama, escuchando atentamente.

—Creo que tenemos que ir al pabellón.

Llegamos a la sala común cuando ya todos están allí. Mientras tanto, Kalie me pone al día. Muchos de los Aspirantes fueron asesinados cruelmente durante la batalla, en parte por su propia inconsciencia y sus ganas de hacerse valer, y en parte por culpa de Marcus y los directores del Refugio. Solo quedamos nueve.

Es el caos. Las luces auxiliares parpadean, aportando un color amarillento a la sala. La gente se mueve y pega codazos, manteniéndose todos juntos a pesar del espacio. No miro los rostros de quienes quedamos, prefiero no sufrir más. En su lugar, Kalie y yo nos sentamos en un rincón, apartadas de la gente.

Entonces, Marcus entra en la sala con un megáfono entre las manos y un vendaje sobre la cabeza. Su rostro está retorcido en una mueca de exasperación. Se aprieta la otra mano con fuerza.

Coloca el megáfono delante de su boca y toma aire.

—¡Aspirantes, ha habido un cambio de planes! Los ángeles oscuros conocen nuestra localización. No podemos permitirnos perder más gente en otro ataque. Esta noche dará por terminado el Periodo de Prueba. La última prueba mental está por comenzar. Suerte a todos. Estáis a solo un paso de conseguirlo.

Holi. Bueno, creo que este capítulo compensa un poco el anterior, ¿no? :) Espero que os haya gustado. ¡Por fin! Lo que muchos me pedíais ^^ He intentado que sea lo menos cursi posible, porque yo odio lo cursi. Ya lo siento por los que os guste xd 

Bueno, la historia ya está llegando a su final. A mí también me va a costar terminarla. Me va a dar pena, también. La segunda parte estará pronto en mi perfil, cuando termine esta :)

Ahora, una última pregunta; ¿Cómo creéis que va a acabar la historia?

¡Un abrazo!

Czytaj Dalej

To Też Polubisz

12.3K 764 15
-𝘓𝘢 𝘤𝘩𝘪𝘤𝘢 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘢 𝘦𝘴 𝘮𝘶𝘺 𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢.. 𝘌𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘩𝘪𝘤𝘢 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘦𝘭𝘢 𝘧𝘶𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘭 𝘱𝘢𝘱𝘦...
135K 30.1K 200
⚠️Solo a partir del capítulo 201, primera parte en mi perfil.⚠️ En un giro del destino, Jun Hao, un despiadado matón callejero conocido por su fuerza...
46.4K 6.9K 20
«Mi futuro marido sabe todo de mí... yo solo sé que cuadruplica mi edad, y que pertenece a una especie que podría matarnos a todos» Libro de la saga...
26.7K 3.6K 37
Regulus esta dispuesto a todo por el amor que nunca tuvo pero ahora está a su alcance y Severus esta arto de ser la víctima bañado de un villano .. J...