Capítulo 5: Los ángeles guardianes

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La sala queda en silencio.

Pero de repente, como si se hubiera activado un interruptor, el sonido vuelve a la habitación.

El ruido de sillas arrastrándose y de adolescentes que echan a correr a gritos hacia sus habitaciones inunda toda la sala. Mitchie y yo nos levantamos de un salto y echamos a correr a paso ligero detrás de los demás, con Kalie pisándonos los talones. Ella se detiene en la puerta anterior a la nuestra, toca en la frágil madera con los nudillos y nos da una última sonrisa antes de que doblemos la esquina y la perdamos de vista.

Nos detenemos frente a nuestra puerta y observo las letras talladas en la placa gastada, mientras Mitchie rebusca frenéticamente en sus bolsillos hasta encontrar la llave. La saca del bolsillo trasero de sus pantalones, y me la muestra, orgullosa. Me la tira al pecho, la atrapo al vuelo, y la introduzco en la cerradura. Los ojos de Mitchie vuelan hacia las nuevas letras talladas rústicamente en la puerta. Alza una ceja, y parece comprender. Dibuja el contorno de las letras con un dedo.

—¿Es...?— pregunta ella, dudosa.

—Sí— respondo firmemente. No añado nada más, y sé que lo entiende.

Mitchie las observa unos instantes sin decir palabra.

—¿Para esto te quedaste antes?— pregunta, con el rostro lo más neutro posible, mientras se muerde el labio y acaricia el rayo rodeado por un círculo que muestra su collar. El collar que le dimos. 

Yo asiento con la cabeza, termino de dar la vuelta a la llave en la cerradura, y la puerta se abre con un chasquido.

Las luces de dentro están apagadas, y todo está tal y como estaba antes de irnos. Mitchie se pone de puntillas para alcanzar el interruptor de la luz. Lo acciona y las luces tenues aportan un poco de claridad a la habitación.

Kassandra todavía no ha llegado. Seguro que está en la habitación de sus amigos nuevos. Bueno, si de mí depende, puede quedarse allí todo el tiempo que quiera.

Una sonrisa malvada aparece en el rostro de Mitchie, y sin preguntar nada, sé que se le ha ocurrido algo.

Toma la llave de mi cama, y se encamina a la puerta, pero antes de hacer nada me mira como pidiendo mi consentimiento. Entonces adivino que es lo que va a hacer.

Sonrío y asiento.

Ella sigue sonriendo cuando mete la llave en la cerradura y le da dos vueltas. Luego la quita y me la vuelve a dar.

—Kass te va a matar— comento, sonriendo.

Mitchie se encoje de hombros, indiferente.

—Que lo intente— responde ella.

Nos cambiamos de ropa, y nos ponemos lo más formal que logramos encontrar. Aunque la verdad, aquí no hay mucho para elegir. Me deshago la coleta y me cepillo el pelo para que caiga suelto por la espalda, como siempre lo ha hecho. No hay forma de que parezca arreglado. Suspiro, y obsrvo a mi amiga de reojo, haciéndose un recogido precioso. Siempre he querido tener sus manos. Y su pelo. Lo comparo con el mío. Una encrespada maraña de pelo ondulado y rebelde negro, contra una preciosa cascada de suave pelo del color del chocolate.

Cuando apenas quedan cinco minutos para que nos tengamos que marchar, llaman a la puerta. Mitchie y yo intercambiamos miradas cómplices, y seguimos preparándonos sin hacer ruido. Luego nos tumbamos en la cama.

Siguen llamando a la puerta, más insistente e impacientemente.

Hacemos sufrir a Kassandra dos largos minutos más, hasta que da la hora de irse. Entonces Mitchie se acerca al baño, y abre y cierra la puerta de un portazo. Cogemos las llaves y abrimos.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora