Capítulo 4: Kalie

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Doy varias vueltas antes de encontrar el camino al comedor. Hasta que me acostumbre a este horrible laberinto, lo voy a pasar mal. Los oscuros y enrevesados pasillos están alumbrados únicamente por una lúgubre luz amarillenta procedente de los candelabros, firmemente amarrados a la pared. Es todo tan diferente a la sala en la que he estado esta misma mañana… esa sala parece estar a miles de años luz. Esa zona del edificio era moderna, predominaba el cristal, el metal y el vidrio. En cambio, este lugar es más parecido a mi antigua residencia. De madera, piedra, algo de mármol y todo lleno de polvo.

En fin.

Otra razón más de mi tardanza son los corredizos que comunican las diferentes salas. Por Dios, son todos iguales, ¿Cómo quieren que me oriente así?

Por un maravilloso milagro logro encontrar un pequeño y rajado cartel que indica “Comedor” y una flecha que indica cómo llegar hasta él. Suspiro aliviada.

En las puertas, apelotonados, están casi todos los alumnos que vi al salir de mi Prueba Mental. Distingo un retazo de cabello castaño muy oscuro, y piel bronceada. Kass. Ella está apoyada en la pared con los brazos cruzados y el ceño fruncido levemente, mirando un grupito de chicas tontas que parlotean sin parar a grandes voces. Busco con la mirada el cabello castaño de Mitchie, pero no veo rastro de ella por ninguna parte. Entonces Kass alza la mirada y me ve, una expresión de alivio se extiende por su rostro. Yo creía que estaba enfadada conmigo por mencionar a su hermana, pero no parece ser así. En cuanto nos juntamos empiezo a hablar.

—¿Por qué estamos aquí esperando todos?— digo a modo de saludo.

Ella lanza una mirada de reojo al grupito de adolescentes que se agrupan en torno a la puerta del comedor.

—Al parecer no podemos entrar a comer hasta que Marcus venga— dice Kass, de mala gana.

Alzo una ceja.

—¿En serio?— contesto— Menuda estupidez.

Kass suspira.

—Ya ves…— dice, cerrando los ojos y apoyándose de nuevo en la pared— Te ha costado poco encontrar el sitio.

Yo vuelvo la cabeza para mirarla y suspiro.

—No te creas— digo— He dado más vueltas que un tiovivo.

Ella se encoge de hombros. Vaya conversación más interesante. Me siento un tanto incómoda.

Me acuerdo de Mitchie de repente.

—Por cierto— digo a Kass— ¿Dónde está Mitchie? ¿La has visto?

Kass asiente con la cabeza y se encoje de hombros.

—Cuando llegamos le preguntó a esa— dice señalando a una mujer en la pared contraria a la nuestra— Donde estaba el baño y se fue sin decir mucho más— dice con un tono de voz aburrido.

Yo me fijo en la mujer que estaba señalando. Me es muy familiar…

Entonces ella vuelve la cabeza y me encuentro mirándola directamente. En su rostro hay plasmada una expresión preocupada.

Oh, que tonta he sido.

Cómo no reconocer a la mujer que me inyecto un líquido ardiente que me abrasó las venas.

Cómo no recordar a Mer.

Pasa un instante en el que las dos nos quedamos mirándonos, la una a la otra, hasta que al final yo aparto la mirada, molesta. De repente se me ha olvidado todo lo que quería decirle.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora