Ángel Guardián

By Dreamscanbetrue

202K 8.9K 700

[GANADORA PREMIOS WATTY 2014. Categoría: Fantasía, Ciencia- Ficción: En ascenso] ... More

Capítulo 1
Capítulo 2: Mitchie
Capítulo 3: Horario
Capítulo 4: Kalie
Capítulo 5: Los ángeles guardianes
Capítulo 6: Advertencia
Capítulo 7: (Parte I) Preparación
Capítulo 7: (Parte 2) Preparación
Capítulo 8 (Parte 1)
Capítulo 8 (Parte 2)
Capítulo 9: Excluido
Capítulo 10: El Observatorio.
Capítulo 11 (Parte I)
Capítulo 11 (Parte 2)
QUIZ PARTE UNO
QUIZ PARTE DOS
QUIZ PARTE TRES
Capítulo 12
BOOKTRAILER :D
Capítulo 13
Capítulo 14 (Parte 1)
¡10.000 leídos!
Capítulo 14 (Parte 2)
Capítulo 15 (Parte 1)
Capítulo 15 (Parte 2)
Capítulo 16
Capítulo 17 (Parte 1)
Capítulo 17 (Parte 2)
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
¡Finalista a los Premios Watty 2014!
¡Votaciones abiertas!

Capítulo 18

4.7K 275 33
By Dreamscanbetrue

Soy la que más cerca se encuentra de la pared de armas; ventaja que no desaprovecho.

Sintiendo mi corazón palpitar dolorosamente cruzo el espacio que me separa con la estantería y alzo la vista. Ante mí, largas filas de afilado equipamiento se extienden con un brillo metálico.

Mis ojos recorren veloces hasta el más pequeño rincón, consciente de los pasos apresurados que se acercan.

Termino decantándome por las armas blancas. Me alzo sobre las puntas de las deportivas y alcanzo un cuchillo de larga y afilada hoja, terminado en una punta curva. El mango es de madera recubierto de cuero. Parece muy antiguo.

Antes de alejarme de la pared tomo también una daga diminuta y la deslizo en el hueco de la hebilla del pantalón.

Me aparto antes de ser arrollada por la masa de Aspirantes que se yergue sobre las estanterías, con una determinación furiosa que resulta casi graciosa.

Una mano fría se apoya sobre mi hombro, sobresaltándome. Kalie me sonríe al volverme. Tiene el rostro sudoroso y el pelo pegado al cuello. Mantiene la mano vendada pegada al cuerpo en un ángulo que no puede ser ni cómodo. Mira arqueando una ceja el cuchillo al que doy vueltas entre las manos.

Comprendo al instante la mirada en sus ojos. Suspiro y le pongo en la mano buena el arma, mientras extraigo la daga del cinturón.

Ella niega con la cabeza y me devuelve el cuchillo.

—No, no. Es tuyo. Además, no sabría ni cómo manejarlo con esta mano. Pero si pudieras conseguirme una pistola, o algo similar…

Guardo de nuevo la daga en su sitio.

—Vale, vale, pillo la indirecta. Ahora vuelvo, ¿sí?

—Gracias— acepta, con una sonrisa aún más grande.

—Pero hazme un favor, ¿quieres? Guárdamelo hasta que vuelva— le pido, ofreciéndole el cuchillo por el mango. Ella lo acepta sin decir palabra.

Cojo aire antes de meterme de nuevo entre la multitud para tratar de hacerme con un arma para Kalie.

A base de codazos, empujones y gruñidos consigo llegar a primera línea, más dolorida que tras los golpes de los contrarios en el circuito. Escojo la primera arma que veo, una pistola no mucho más grande que mi mano, ligera como una pluma.

Cuando logro llegar junto a mi amiga se la tiendo. Ella la observa inquisitiva. Acaba encogiéndose de hombros.

—Gracias— dice, tendiéndome el cuchillo de nuevo.

—No hay por qué darlas.

En ese momento Marcus y el hombre abren las puertas de par en par.

—¡Hora de luchar!— grita este primero. Se ha colocado una armadura que le cubre desde el cuello hasta el estómago.

Maldigo nuestra estupidez. Me doy la vuelta y veo que ninguno de los Aspirantes se le ha ocurrido llevar ningún tipo de escudo. Definitivamente, somos todos unos descerebrados.

Vamos saliendo en fila de uno, con el silencio patente entre nosotros. Marcus y el hombre encabezan la marcha con paso firme.

Oímos un ruido de metal chocando contra el suelo detrás de nosotras y nos giramos. El grupo de amigos de Daniel pone cara de circunstancias, tratando de ocultar el desastre de escudos, armaduras y casos que han extendido por el suelo.

Daniel se agacha, toma un par de objetos, y patea el resto a un rincón.

Se acerca a Kalie y a mí y nos los tiende. Un peto para cada una, similar al de Marcus, y algo similar a unas manoplas de metal para Kalie. No parecen especialmente cómodas, pero le ayudarán.

—Gracias— digo, con una sonrisa. Al menos hay alguien inteligente entre nosotros.— ¿Estáis listos?

—Sí, danos un minuto.

Me encojo de hombros y me apoyo en la pared, esperando. No se oye ningún ruido proveniente de afuera.

—Venga— les apresuro, dando golpecitos con el pie en el suelo, nerviosa.

Ellos rebuscan entre los objetos del suelo intentando darse prisa. Al fin parecen terminar y se ponen en pie, con el sonido del metal entrechocándose. Me río.

—Parecéis hombres de hojalata.

—¿Cómo el del Mago de Oz?

—Algo así. Os faltan los cascos.

—Pues yo no pienso ponerme esa cosa. Debe oler a pies ahí dentro— interviene Dallas, haciendo una mueca de asco.

Todos ríen.

—Ah, ¿Y cómo sabes cómo huelen los pies?— dice uno, burlón.

—Porque antes vivía en la misma habitación que tú, idiota.

Más risas. El chico que había tratado de picar a Dallas le pega una colleja amistosa, pero éste último se agacha y no logra dar en su lugar.

Salimos de la sala.

Kalie se pega más a mí.

—Oye, Leia— me susurra— ¿Y si nos vamos a nuestras habitaciones y salimos cuando todo haya acabado?

Sonrío ante su insinuación.

—Mmm… no creo que eso sirviese de mucho— digo, pensativa.— Ellos van a entrar igual— determino, con seguridad.

—Eso no lo sabemos— se queja Kalie— Quizá si pusiéramos el pestillo nos pasasen por alto.

—Sí, claro— ironizo— Un simple cerrojo va a detener a los ángeles oscuros. Por supuesto que sí. Tendrían que ser muy tontos.

—Quizá lo sean— dice, suspirando— Ojalá sea así.

No digo nada por unos instantes.

—Como sea. Vamos a salir ahí fuera a demostrar todo lo que hemos aprendido.

Kalie baja la cabeza, resignada.

Todas las puertas están abiertas. Considero la opción de volver a mi antigua habitación, y ver si todo sigue tal y como lo dejé. Un aire de soledad inundará todo. Solo queda una de nosotras allí.

Desecho la idea casi al instante. No hay tiempo.

Los corredores están silenciosos como un muerto. No se oye nada, excepto el sonido de nuestras pisadas apresuradas golpeando contra el suelo. La iluminación es mínima, por no decir nula. Apenas puedo ver lo que hay a dos palmos de mi nariz. Camino a ciegas tanteando las paredes con las manos. Kalie aferra con fuerza mi brazo, como si temiese perderse. Detrás de ella, los chicos se mantienen en silencio, ya desvanecida la anterior vitalidad. Todos somos conscientes de donde nos estamos metiendo. O quizá no. Nunca hemos tenido alguna referencia con la que comparar. Solo lo que ellos nos han dicho.

Hemos perdido al resto de los Aspirantes al detenernos a esperar a Daniel y los demás, hace ya un buen rato. Ahora hemos de arreglárnoslas por nuestra cuenta.

Resulta más fácil de lo que esperábamos salir. Una vez encontrada la salida que atravesamos hace un par de días, solo teníamos que traspasarla.

Y antes de que nos diésemos cuenta, estábamos fuera.

Así de fácil.

El ruido estalla en nuestros oídos antes de que la puerta se cierre detrás del último de nosotros.

Gritos, mezclados con metal entrechocando, y cuerpos golpeando el suelo cada pocos segundos.

“Hágase el caos” dijo Dios. Y así se hizo.

 

Están a menos de cien metros del Refugio, extendidos formando una barrera que impide el paso al edificio. Solo puedo distinguir figuras del tamaño de mi dedo meñique. Todos ellos se mueven con agilidad y rapidez, con una aparente calma permanente. Parece que hicieran cosas así todos los días.

No hay forma de distinguir quién es quién desde esta distancia, ni tampoco contarlos a todos. Calculo que habrá decenas de ellos allá a lo lejos. Quizá más. Cientos. No lo sé.

Corremos.

La pelea se desarrolla campo a través. Los espesos arbustos y los altos matojos de malas hierbas lo inundan todo, dificultando la movilidad.

Según nos acercamos somos capaces de distinguir entre un bando y otro, y ver los estragos que cada uno de ellos está causando. Una mínima parte de ellos.

Aquí y allá hay cuerpos tirados por el suelo. Inmóviles. Sin vida. Muertos. Miro las caras de algunos al pasar junto a ellos, buscando algún rostro conocido por debajo de las heridas y la sangre. Suelto un suspiro de alivio.

Por algún extraño motivo, tengo la impresión que un gran porcentaje de los que ya han fallecido son humanos; dudo mucho que un ángel pueda morir con la misma facilidad que un humano. Aunque supongo que eso no depende de ellos. Siento que algo funciona de diferente manera para ellos.

Una sensación de malestar recorre mi cuerpo, que combinada con el frío, se extiende en forma de escalofríos por todo mi riego sanguíneo.

Alguno de los chicos se adelanta a nosotras, con el arma ya desenvainada y una expresión de profunda valentía en el rostro. Me pregunto cuánto les durará.

—Aún podemos volver, Leia— susurra Kalie a mi oído. Suena aterrorizada.

La miro con tristeza.

—No, ya no creo que podamos.

Ella frunce el ceño.

—Entonces, ¿qué sugieres que hagamos?

—Sugiero que encontremos a los demás Aspirantes y nos unamos a ellos. Trataremos de ayudar todo lo que podamos.

Ella asiente, no muy conforme.

—Ve tú delante, te sigo.

Estoy a punto de decirle que esperemos a ver que van a hacer Daniel, Dallas y los demás antes de darme cuenta de que ellos ya no están aquí. Hago una mueca. Imprudentes.

—Está bien, no te alejes de mí, ¿de acuerdo? Vamos a encontrarlos lo antes que sea posible y luego ya se verá lo demás.

Antes de entrar en terreno peligroso preparamos las armas. Desencajo el cuchillo del cinturón tirando de él por el mango. Kalie descarga la pistola torpemente con una mano y cuenta las balas. No nos hemos acordado de traer una recarga para ella.

Tiene para menos de diez disparos. Hace una mueca de disgusto.

Los luchadores llevan en su mayoría armas blancas. De vez en cuando se oye el estruendo de una pistola o revólver al ser disparado, pero no parecen abundar en el campo de batalla. La mayoría hemos optado por armas de corto alcance, en vez de unas con mayor radio. No sé si eso es bueno o malo. Creo que malo. Si tuviese que morir preferiría un único balazo en la boca a varios espadazos. Morir desangrada es mucho más lento y doloroso que un tiro.

—¿Estás lista?— pregunto, pasando el dedo por el filo con suavidad.

—No. Pero vamos a ir de todas formas, ¿cierto?

Me limito a encogerme de hombros y repetir “No te alejes de mí” antes de entrar en el frente de batalla.

Es como si todo se ralentizase.

Delante de mí un hombre fornido rebana la cabeza de otro, de lado a lado. Un golpe limpio. El miembro seccionado cae al suelo y rueda hasta casi llegar a mis pies, dejando un reguero de sangre escarlata tras él.

El cuerpo sin cabeza se desploma en las malas hierbas sin hacer ruido, y su contrincante nos lanza una mirada rápida antes de volverse hacia el siguiente de ellos. Es de los nuestros.

Una manera de distinguirlos unos de otros es por su ropa; o por su aspecto en general. La gente del Refugio. lleva armaduras plateadas, de hojalata, o algún metal similar. Nada fuera de lo común. Las de los ángeles puros sin embargo, parecen hechas de latón, o incluso oro, por el luminoso color dorado. Sus armas, pienso, recordando a las estatuasde la zona de entrenamiento, parecen resplandecer. Ellos pelean con la maestría y gracia de quien ha hecho un anterior buen trabajo. Todos tienen un estilo impecable y limpio a la hora de combatir.

Por su lado, los ángeles oscuros poseen armaduras de colores opacos y desgastados. Incluso en algunos casos, parte de ellas están oxidadas o rotas. Son rostros furiosos y desaliñados peleando con brutalidad y sangrienta devoción, sin parecer que les importe vivir o morir. Ellos han venido aquí a luchar hasta el final, tanto si salen victoriosos como si no.

—¡Leia, cuidado!— grita Kalie, señalando un punto a mi lado. Sigo su mirada y veo como una chica se desprende de la desordenada marea de combatientes y se acerca a donde nosotras estamos, sosteniendo un largo machete entre sus manos. El arma tiene numerosas puntas a lo largo del filo, ideales para desgarrar carne. Parece muy pesada.

Sin embargo, ella la maneja con la habilidad y soltura propia de una larga práctica. Como si no pesase más que una navaja. Esboza una sonrisa de genuina diversión que me recuerda a alguien. No sé identificar a ese “alguien”.

Se detiene a poco más de un metro de mí, con el cuchillo a escasos centímetros de mi pecho y una expresión juguetona. Me quedo paralizada.

Luce una corta melenita negra, con las puntas teñidas de púrpura. La ropa sucia y húmeda de sudor se le pega al cuerpo, haciéndola parecer aún más delgada de lo que ya es. Lleva además una armadura idéntica a las nuestras, excepto en el color; la suya es gris oscura y presenta alguna que otra abolladura. Todas las de ellos se parecen entre sí. No parece ser mucho mayor que yo. Un hilillo de sangre discurre por su brazo descubierto, desde la clavícula hasta manchar el suelo. Por el rabillo del ojo veo un cabello pelirrojo. Desde detrás de mí Kalie dice “Tiffany”. Al principio no sé quién es esa chica, pero la reconozco de vista de haberla visto en alguno de los entrenamientos.

Me echo hacia atrás y bloqueo su arma con la mía. La chica retrocede.

—¡Kalie, ve con ella! ¡Está con los demás!

Puedo notar la duda en ella sin ni siquiera mirarla. Quiere irse, pero no sola.

—¡Vamos, ve! ¡Ahora te alcanzo!

Kalie se muerde el labio y acaba cediendo ante mis insistencias. Sin apartar la vista de la joven enfrente de mí noto como se marcha, y se pierde en la multitud. Un ruido de metal golpea algo muy cerca de mí. No aparto la mirada de ella más que un segundo, lo justo para ver la coleta rubia de Kalie fundirse con la multitud.

La chica se lanza hacia a mí de nuevo, sin darme tiempo a reaccionar. Ya no parece tan divertida. Me agarra por un tobillo y tira de mí hacia ella. Caigo tan larga cuan soy y mi cabeza rebota con el suelo. Me quedo sin respiración por el golpe.

Tardo unos segundos en volver a respirar, y en ese tiempo la chica se las arregla para sujetarme e inmovilizarme por el cuello. Trato de moverme y pegar patadas, en vano. Es como intentar pegar a una roca.

—¿Qué hace alguien tan joven como tú por aquí? Estamos en guerra, guapa.

—Podría hacerte la misma pregunta. Y lo sé, guapa.

—Como tú quieras, entonces.

La muchacha sin nombre clava el machete a milímetros de mi cabeza. Una ola de sudor frío recorre mi cuerpo. Mete la mano en un bolsillo oculto en su pantalón y extrae un paquetito enfundado. Lo abre y deja caer la funda de cuero, quedándose con la daga de su interior.

—Es una lástima que peleemos en bandos contrarios. Habría sido interesante conocerte.

No sé que responder a eso.

La chica se acomoda encima de mí, sosteniendo el cuchillito por el mango como si fuera un pincel. Un instrumento para crear arte en vez de guerra. Con parsimonia, hace una cruz sobre mi corazón.

Dos cortes superficiales rasgando la camisa en perpendicular. Quizá si no hubiese sido yo a la que mantenía cautiva me habría parado a observar, por el simple placer de aprender de ella. Un fogonazo de dolor recorre mi pecho un instante, para desvanecerse al siguiente como si nunca hubiese estado allí. El rostro de la chica está a centímetros del mío; sus ojos azules aletean concentrados. Unos ojos extremadamente azules, como el más bello de los cielos de verano.

La joven desliza un dedo por mi pecho, enviándome una segunda ola de dolor. Lo observa, hace una mueca divertida y me la muestra. Está teñido de rojo. Un repentino mareo me recorre y cierro los ojos.

—Es impresionante la facilidad con la que los humanos morís— sus palabras divertidas llegan a mis oídos burlonas e irónicas— Podríais atravesarme con un ma…

Sus palabras son acalladas por el ruido de un golpe seco. Parte del peso que había sobre mí desaparece.

Abro los ojos.

Y me sorprende ver la melena cobriza de Bethany encima de la chica, en la misma posición que ésta última estaba hace unos segundos.

Mi cerebro tarda unos instantes en conectar las ideas.

Beth. ¿Bethany? ¡Bethany!

Mi Bethany.

Veo sorprendida como ella lanza un espadazo al cuello de la otra muchacha y falla; veo como la espada pasa por su mejilla y abre una nueva sonrisa rosa, grande y terrorífica. La muchacha grita de dolor —o quizá sea de rabia, no sé distinguirlo bien— y trata de devolver el golpe a Beth.

Pero esta última tiene una superioridad mucho mayor frente a la pequeña daga de la chica de cabello púrpura.

A pesar de esto, la chica se las arregla para deshacerse de la espada de Bethany y dejarla desarmada y a su merced.

Me levanto del suelo como en un sueño.

Acudo a la pelea después de haber recuperado mi cuchillo. Veo como la chica alza su daga enfrente de mí para acuchillar a Beth y no pienso.

Le clavo mi cuchillo en mitad de la espalda, y empujo.

La espada atraviesa algo blando y luego algo duro. Extraigo el arma del dorso de la chica y esta, como si la espada fuese lo único que había estado sosteniéndola, se desploma en el suelo como una muñeca de trapo.

Me quedo conmocionada. Tiro el arma al suelo y me cubro la boca con las manos.

Bethany se levanta del suelo cautelosa y me abraza. Noto algo húmedo bañando mis mejillas. Estoy llorando.

—Vamos, Leia. Tenemos que irnos. Tenemos que llevarte con los demás Aspirantes.

Asiento, sin comprender nada de lo que ha dicho. No puedo pensar.

—Eh, Leia. Mírame— Beth pone fin al abrazo pero continúa sujetando por los hombros. Y se lo agradezco. Temo que pueda caerme sin su agarre.— ¿Sabes donde están? ¿Les has visto?

—S-Sí. Esttaban por allí— señalo un punto a unos cien metros de nosotras. Suponiendo que sigan allí, claro.

Bethany me agarra del brazo.

—Vamos, entonces. No te separes de mí.

Tiene gracia. Es lo mismo que le había dicho a Kalie hace solo unos minutos. Eso parece a años luz de distancia.

—Vale.

Ella no se hace de rogar. Sale disparada campo a través, sin nadie interponiéndose entre nosotras y nuestra meta.

—Beth, ¿Y tu ángel guardián?

Ella se encoje de hombros.

—Miguel está por allá. El plan era reencontrarnos al final de la pelea.

Lo dice tan segura de sí misma. Me gustaría ser un poco más como ella.

—Pero, ¿él no debería estar cuidándote en todo momento?

Beth se encoje de hombros de nuevo.

—Los dos llegamos a un acuerdo respecto a ese tema. No me gusta que me estén vigilando todo el día. Ya soy mayorcita para cuidar de mí misma, gracias.

No digo nada, y seguimos caminando.

Un par de minutos después Bethany se vuelve hacia mí, blanca como el papel.

—Leia. ¿Y Mitchie?

Noto como un peso enorme cae sobre mis hombros. Me abrumo.

—Mitchie ya no está— lo suelto todo de un tirón, porque temo no poder continuar después de eso.

Los ojos de Bethany se empañan.

—¿Está…?

—¿Muerta? No. Excluida.

Parte de la preocupación desaparece de los ojos de mi amiga.

—Está viva— suspira.

—Sí. Pero no sabemos dónde, ni en qué condiciones. O quizá haya muerto allá donde fuera.

—No, ella está viva. Estoy segura.

Corríamos demasiado tranquilas. Era solo cuestión de tiempo que alguien se interpusiera entre nosotras.

—¡Están allí!— grito, haciéndome oír por encima del ruido.

En efecto, veo el cabello rubio de Dallas y Kalie, la espada de Michael siendo manejada con torpeza. Incluso Marcus está allí; tiene acorralado a un ángel oscuro y se mantiene en espera al próximo movimiento de este.

—¡Ve! ¡Ahora os alcanzo!

De nuevo la misma escena que con Kalie. Me cuesta dejar a mi amiga, pero tengo que hacerlo. Tal y como ella ha dicho, es lo suficientemente mayor para cuidar de ella misma. Aún así, y sabiendo que la voy a volver a ver en unos minutos, me duele alejarme de ella, sobre todo después haciendo tan poco de haberme reencontrado con ella.

Corro. Corro hasta que me arden los pulmones por el esfuerzo, y me cuesta toda una vida dar el siguiente paso.

Estando a solo unos metros del grupo de Aspirantes una pareja de luchadores me corta el paso. Reconozco a uno de ellos: es Daniel, luchando contra un ángel oscuro él solo. Ambos pelean con ferocidad y brutalidad, pero se nota una gran desigualdad entre ambos. Aunque Dan esté peleando con valentía y agallas, no es suficiente contra alguien que te saca una cabeza, varios kilos y muchos años de experiencia.

Llego junto a ellos jadeante, y me interpongo entre el hombre y Daniel con la espada a punto.

El hombre sonríe. Una mueca terrorífica en su rostro barbudo y fiero.

—¡Leia, aparta de ahí! ¡Estás loca!— grita Daniel. Su voz suena ronca y desesperada.

—Un poco— susurro, poniéndome en guardia.

Mi plan es no dejar que toquen a mi amigo. Lo demás… No lo he pensado aún.

El bárbaro guarda la espada corta que había estado usando contra Daniel y descuelga en su lugar un enorme garrote. En el lugar de ésta última encaja la espada.

El garrote tiene pinchos de metal distribuidos a lo largo de su filo. Perfectos para desgarrar carne. Como los de los dibujos animados. Solo que un poco más… cafre.

Él lanza el primer ataque. Un golpe circular directo a mi costado. Lo esquivo moviéndome en diagonal y bloqueo la estocada con mi espada, manteniéndola lo más alejada posible de mi cuerpo.

El hombre se recupera antes de lo que yo esperaba. Su siguiente golpe va dirigido a mi cráneo, y no creo poder esquivarlo. Veo como la maza con púas de metal traza su arco con terrible lentitud; todo se mueve más despacio. Y es entonces, cuando creo que voy a morir definitivamente, cuando soy derribada a un lado y alguien cae sobre mí. Me asfixio debajo de la persona que me ha salvado la vida. Irónico.

Entones el peso desaparece y alguien me hace incorporarme hasta quedar sentada. Unos ojos familiares muy familiares me observan en busca de daños, hasta dar con la herida del pecho. Castiel no dice nada.

Levanto la vista hacia el hombre que casi termina con mi vida a tiempo de ver como mi casi-asesino atraviesa la caja torácica de Daniel de lado a lado. La punta del cuchillo asoma teñida de rojo por su espalda.

Un río de sangre escurre por el pecho de mi amigo malherido.

Lo siguiente que sé es que estoy gritando y arrastrándome por el suelo hacia Daniel. Castiel mantiene una dura lucha con el hombre, en igualdad de condiciones. Dan se ha derrumbado como hace poco lo hizo la chica de cabellos púrpuras.

Un charco de sangre rodea su cuerpo inmóvil, un charco que aumenta más y más a cada segundo que pasa. Sus ojos medio cerrados aletean, como presas de un tic nervioso.

Llego junto al chico moribundo y coloco su cabeza sobre mi pierna, como si ésta fuese una almohada. Lágrimas caen sobre su rostro. No son suyas.

Daniel está pálido como el papel. Aún así, se las arregla para esbozar una diminuta sonrisa. Daniel, el chico que se está muriendo pero se preocupa más de los demás que de sí mismo. Gentil hasta el final.

Tomo su mano, pegajosa por la sangre.

—Leia. Va a… estar bien. Yo voy a es… tar bien— susurra, tan bajito que tengo que pegar el oído a sus labios para oírlo.

Sollozo más fuerte.

—¡No! ¡No va a estarlo! Nada va a estar bien. No te puedes…

Mis palabras son interrumpidas por una repentina tos procedente del chico. Escupe pequeñas gotas rojas que me manchan la cara. No me molesto en limpiármelas.

—Leia… yo…

No puede seguir. Aprieta mi mano con tanta fuerza que duele.

Y ya no se mueve más.

Daniel muere dándome la mano. Es entonces, cuando veo que ya no respira, que la sonrisa ha desaparecido de su rostro, cuando entro en un estado de histerismo. Grito. Lloro. Grito hasta quedarme sin voz y lloro hasta que se me acaban las lágrimas.

Nadie está conmigo mientras lo hago.

Cuando he recuperado una calma relativa, me inclino hacia Daniel y abrazo su cuerpo frío. Mi último adiós.

Me levanto como sumida en un sueño, dejando atrás el cuerpo sin vida de Daniel. Veo como Castiel clava desarma al hombre y su espada en su estómago, y lo desgarra tirando de él hacia arriba. Rompe vertebras, órganos y todo lo que dentro de ese alma oscura hubiese.

Cuando termina se acerca a mí y dudoso, me abraza. Me quedo rígida, incapaz de devolvérselo. Él me suelta con la preocupación y tristeza grabadas en su rostro.

Tiro al suelo mi arma presa de una calma espectral. El desazón lo cubre todo. Me siento vacía.

Me doy la vuelta y comienzo a andar con pasos pesados, desarmada y cabizbaja, totalmente indiferente a la batalla que continúa desarrollándose a mi alrededor.

Oigo pasos detrás de mí. Castiel me llama a gritos por mi nombre.

Comienzo a correr lo más rápido que me lo permiten mis piernas atoradas para alejarme de Castiel, de la guerra, y del aroma a muerte que lo invade todo.

Hola. Bueno... no me matéis, ¿vale? Yo os adoro >.< Algunos me pedían acción, y es lo que he tratado de darles en este episodio. Espero no haberos decepcionado. Y bueno, cualquier cosa, insultos, amenazas, y todo eso, en los comentarios xD

Y una última cosa: me gustaría presentar AG a Los Premios Wattys, y me vendría muy bien si pudieseis ayudarme a publicitar la novela. Sé que es mucho pedir, pero me haríais un gran favor... Sé que una de las rondas la elige el público y me vendría bien que la gente la conociera. Pero si no podéis o queréis, no pasa nada. Gracias a todos :)

¡Un abrazo!

Continue Reading

You'll Also Like

58.8K 7.2K 106
Al viajar al mundo de Naruto y convertirse en el primo de Kakashi, Hatake Nanxiong despierta el sistema de juego de personajes más fuerte. Cuantos má...
488K 72.4K 193
Me convertí en el villano de la historia de una heroína. Así que estuve a punto de abandonar después de luchar contra el personaje principal. Pero el...
110K 14.3K 117
Viajando a través del Hokage, se convirtió en Uchiha Ye Huo, el hermano mayor de Uchiha ltachi, y despertó el sistema de recompensa cien veces mayor...
30.2K 1.1K 32
Les vengo a informar que si demoró en publicar más capítulos es por falta de ideas o porque estoy ocupada y si no les gusta el ship por favor no haga...