Ángel Guardián

By Dreamscanbetrue

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[GANADORA PREMIOS WATTY 2014. Categoría: Fantasía, Ciencia- Ficción: En ascenso] ... More

Capítulo 1
Capítulo 2: Mitchie
Capítulo 3: Horario
Capítulo 4: Kalie
Capítulo 5: Los ángeles guardianes
Capítulo 6: Advertencia
Capítulo 7: (Parte I) Preparación
Capítulo 7: (Parte 2) Preparación
Capítulo 8 (Parte 1)
Capítulo 8 (Parte 2)
Capítulo 9: Excluido
Capítulo 10: El Observatorio.
Capítulo 11 (Parte I)
Capítulo 11 (Parte 2)
QUIZ PARTE UNO
QUIZ PARTE DOS
QUIZ PARTE TRES
Capítulo 12
BOOKTRAILER :D
Capítulo 13
Capítulo 14 (Parte 1)
¡10.000 leídos!
Capítulo 14 (Parte 2)
Capítulo 15 (Parte 1)
Capítulo 15 (Parte 2)
Capítulo 16
Capítulo 17 (Parte 1)
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
¡Finalista a los Premios Watty 2014!
¡Votaciones abiertas!

Capítulo 17 (Parte 2)

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By Dreamscanbetrue

Antes de que Marcus abra la boca digo mi nombre en voz alta, sin temblar, tal y como he visto hacer a los otros Aspirantes.

—Leia Sunshine.

Nuestro sargento pasa una hoja en su cuaderno y en una nueva, lo apunta. Luego toma el cronómetro que cuelga de su cuello y hace una cuenta atrás desde tres.

Tres…

Cojo aire.

Dos…

Lo expulso.

Uno…

Me tiemblan las manos.

“¡Ya!”

Empiezo a correr a una velocidad quizá mayor de lo que me esperaba. Noto las piernas rígidas, como si fueran de acero. Como si llevara varios días tumbada sin moverme, y estuviesen dormidas. Sea como sea, las obligo a moverse.

Los ojos ariscos y ansiosos de Marcus desaparecen, al igual que los de todos los demás Aspirantes, y de repente, solo estoy yo.

Respiro por la boca, tomando grandes y rápidas bocanadas. Mi respiración entrecortada es audible por encima del barullo incesante de mi cerebro.

Llego a los steps.

Primer salto. Tropiezo y me desequilibro al juntar los pies en el aire. Segundo salto. Esta vez echo el cuerpo un poco hacia atrás para evitar repetir el fallo anterior. Tercer salto. Me preparo para el más difícil. Cuarto salto.

Me impulso y separando los pies, pego las rodillas a mi cuerpo hasta casi rozar el pecho. Mis pies se separan del escalón y por un segundo todo se detiene; estoy en el aire, paralizada, y no me atrevo a mirar abajo. El momento pasa y caigo, moviendo los brazos. Aterrizo con demasiado impulso hacia delante, inclinándome peligrosamente. Consigo mantenerme en pie, y echo a correr hacia la mesa de armas.

Miro confusa las largas varas, sintiendo la presión como hierro sobre mis hombros. Los ojos que me observan desde el otro lado de la sala me taladran la nuca, desconcentrándome.

Termino decantándome por una estaca de algo menor longitud que el resto y superficie astillada. Como todas las demás, la punta está redondeada, pero si el golpe se infringiese bien, podría causar una herida poco mayor que un arañazo. Es tan largo como mi brazo. ¿Mi brazo? No, mejor dicho, tan largo como mi pierna.

De nuevo, corro, hasta el área donde cautelosa, observo a mi alrededor. No hay nadie. Ni rastro del contrario. Entonces empieza. Veo la sombra debajo de mí y me giro, enarbolando la vara apuntando a ciegas. Mi adversario se agacha a una velocidad casi imposible, y me mira desde el suelo, exhibiendo una sonrisa maliciosa. No es mucho mayor que yo, quizá tres o cuatro años, pero parece todo un hombre. Un ligero rastro de barba cubre su mandíbula, dando la impresión de que sería muy espesa si no se la afeitara.

Se levanta con una agilidad sorprendente, con el arma por delante, a la altura de mi cuello. Se acerca, y la madera roza la piel de debajo de mi rostro, obligándome a echar la cabeza hacia atrás. Tenso la mandíbula y aprieto los dientes, iracunda. Recordando uno de los consejos de Maia, me echo al suelo y desde ahí golpeo con fuerza sus rodillas con el palo, haciendo que se retuerza de dolor. No lleva ningún tipo de protección de estómago hacia abajo.

Esto está resultando de todo menos un combate limpio.

Ahora soy yo la que sonríe.

Me incorporo rodando sobre mí misma y me pongo en pie. El caído no da señal de querer —o poder— levantarse, y parpadea confuso. Coloco la punta del arma en su cuello, y él alza las manos, en señal de rendición. Luego me hace un gesto con el pulgar y me indica que prosiga el circuito.

No me hago de rogar, y dejo caer el palo en el suelo al tiempo que comienzo a correr de nuevo. Mi ex-arma rebota con un sonido vibrante. Revitalizante. Ya he conseguido dos de cuatro. Puedo hacerlo.

Cuando llego a la penúltima fase, estoy sin aliento. Mis respiraciones parecen oírse en toda la sala. Jadeos me atascan la garganta.

Mi adversario es esta vez una mujer. Una mujer fornida, de cabello corto y funcional, cayéndole empapado sobre la frente. Se lo aparta con un gesto molesto, casi furioso. Suelto aire. Un jirón de tela ha desgarrado parte de su camiseta, y cuelga de su estómago dejando parte de la piel al aire. Los pantalones son tan ajustados como un segunda piel, y terminan a la altura de la pantorrilla. A diferencia de mi anterior adversario, ella no lleva ningún tipo de armadura, protección, o lo que sea. Tampoco arma. Gruesos goterones de sudor caen por su frente. Es comprensible, ya que varios Aspirantes más han pasado por aquí antes de mí. Los más fuertes, diría yo. Excepto la chica que iba delante de mí, quizá. Los típicos idiotas que compiten para impresionar al entrenador y llamar la atención. Y para ello, siempre quieren estar los primeros en la fila, o que los saquen de ejemplo para mostrar cómo hacer un ejercicio. A nadie le gustan los pelotas. El resto simplemente se pone lo más atrás posible. ¿Por qué? Obviamente, cuando les llegue el turno a ellos, los luchadores estarán en sus últimas, pues ellos no tienen apenas descanso. Dicen que es más sencillo derrotarlos. Luego estoy yo, que me da igual mi puesto y solo quiero enfrentarme a ello para que acabe cuanto antes y pueda irme.

Sus manos están cerradas con fuerza en puños. Sus ojos brillan divertidos. ¿Está loca? Parece loca. Como sea, no puedo echarme atrás ahora. Aunque sea por cuestión de orgullo.

La loca hace un gesto con la mano, como invitándome a la pelea. Resoplo, y me coloco en guardia. Como si tuviera otra opción. Ella sonríe. Una sonrisa que hace que se pongan los pelos de punta.

Me armo de valor y ejecuto el primer ataque, una patada directa a su costado. Ella se tira al suelo, y la patada le roza los pelos de la coronilla. Su sonrisa se ensancha.

Entonces ella sin previo aviso arremete contra mí. Incorporándose y colocándose en cuclillas, se impulsa y me golpea en el abdomen, pillándome sorprendida y mandándome a suelo, con ella encima.

Me sujeta la cabeza por el pelo, y me la golpea contra el suelo, dejándome aturdida. Estando sentada a horcajadas sobre mí me golpea un lado de la cara, en el oído, haciendo que me retumbe todo. Veo estrellitas diminutas. Estrellitas diminutas de colores que parecen bailar en mi cabeza.

Comienzo a retorcerme y ella suelta mi cráneo, para cambiarlo por las muñecas. Aprovecho ese momento de distracción para incorporarme todo lo que me permite mi incómoda posición, y brindarle un cabezazo que hace que se desequilibre y se resbale hacia atrás. Me deslizo desde debajo de ella y me pongo en pie, tambaleante. Un dolor molesto me atraviesa la cabeza, resultado de su golpe y mi cabezazo. Parpadeo, olvidando por un instante donde me encuentro. Entonces ella suelta un grito gutural que hace que se me erice el vello de los brazos, y se pone en pie, luciendo una expresión furiosa. Me recuerda a una pantera, por su velocidad y ferocidad. Sin darme tiempo a recomponerme ella lanza un puñetazo directo a mi garganta, pero está cansada. Ya no es tan rápida como al principio. Y eso le resta capacidad. No me cuesta demasiado esquivarlo, con un simple paso hacia atrás es suficiente. Su puño queda suspendido a dos centímetros de mi nariz, y antes de que le dé tiempo a retroceder, lo agarro con ambas manos y lo retuerzo. No tanto como para romperle la muñeca, pero sí lo suficiente como para inmovilizarla, y tenerla a mi merced. Una luxación ideal. Maia estaría orgullosa. Probablemente. O quizá solo diría: “No está mal. Pero es mejorable”, como era habitual en ella. No es que fuera una mala instructora, solo era muy severa. Ella nos exigía el doscientos por ciento porque sabía que solo podríamos dar el ciento cincuenta. Sin embargo, si nos exigiese el cien por ciento, solo daríamos el cincuenta por ciento, o menos. Una teoría interesante.

La chica se mantiene inmóvil, esperando paciente a mi siguiente movimiento para contraatacar.

No le niego ese deseo.

Retorciendo un poco más su muñeca le obligo a inclinarse hacia un lado, como una muñeca de cuerdas, y entonces clavo un rodillazo en su abdomen.

La adrenalina recorre mis venas llenándolo todo con su sabor dulce.

La pantera suelta aire de golpe y se lleva la mano libre al estómago, tosiendo. La he, como Maia diría “pinchado”. Si puede continuar el combate, con uno o dos golpes habré ganado. Y bueno, si no puede, habré ganado también.

Sonrío victoriosa.

Ella niega con la cabeza y alza las manos en gesto de rendición. Sonríe ampliamente. Quizá no sea una persona tan malvada después de todo. Quizá solo quiera que lo demos todo. Le devuelvo la sonrisa y la ayudo a levantarse. La chica me lo agradece con un gesto y me indica que prosiga con el circuito.

Me dispongo a correr hacia la última prueba.

Tres de cuatro. Solo falta…

Mis pensamientos son interrumpidos por el crujido de las grandes puertas metálicas al arrastrarse por el suelo de cemento y piedra al abrirse.

Me detengo en seco, y me doy la vuelta para mirar hacia la puerta recién abierta. Lo mismo hace la chica, pocos pasos por detrás de mí.

En el umbral hay un hombre alto, delgado, y con una espesa barba recortada cubriéndole la mandíbula. Iba vestido con un traje… extraño. Recuerdo haber visto dibujos similares a los que lleva en mi libro de historia.

En su rostro hay plasmada una expresión de puro terror; sus cejas están juntas, los ojos muy abiertos, desorbitados, y la boca cerrada en una fina línea.

Recorre la sala con la mirada, buscando algo, o a alguien.

—¿Marcus?— dice, nervioso— Marcus. ¡Marcus, es urgente!

El mencionado, que había estado observándome desde que mi prueba comenzó, se da la vuelta, algo molesta con la interrupción y mira al extravagante hombre.

—Dime, Blinton— en los ojos del sargento hay una clara mueca de disgusto— Has hecho perder tiempo a una Aspirante, y eso le puede costar caro.

Esboza una fingida sonrisa al pronunciar esa última frase. Tardo unos segundos en percatarme de que habla de mí.

El hombre parece darse cuenta de nuestra presencia. En especial de la mía, que todavía sigo en el circuito. Me lanza una mirada que creo que es de disculpa, pero enseguida le devuelve toda la atención a Marcus.

—Son ellos— dice, con voz temblorosa— Han… entrado.

La falsa sonrisa se borra del rostro de Marcus.

—¿Te refieres a…?

Deja la pregunta en el aire.

—Exactamente a "eso" me refiero.

El poco color que quedaba en el rostro del sargento se marcha. El sonido reverbera en las altas paredes de la sala, y se extiende como si de eco se tratase.

—No puede ser. El Refugio está protegido.

—Pues la protección ha fallado.

—Es imposible.

—Marcus. Céntrate.

Este último toma aire y cierra los ojos. Después los vuelve a abrir.

—Entonces no hay tiempo que perder— determina Marcus, recuperando la compostura.

El hombre nos señala y alza una ceja.

—¿Quiere que lleve a los Aspirantes a sus habitaciones?— sugiere, dudoso.

Marcus se vuelve hacia nosotros, pensativo.

—No será necesario. Podemos aprovechar este pequeño contratiempo como enseñanza avanzada— ladea la cabeza, haciendo una mueca de deleite.

—Estás loco— dice el hombre, aterrorizado— Podríamos…

—¡Coged todos un arma!— grita Marcus, haciéndose oír por encima de las súplicas del hombre— ¡Vais a tener el honor de presenciar y luchar en una batalla contra los ángeles oscuros!

[Grupo de Whatsapp sigue abierto]

[Capítulo corregido]

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