Dark Secrets

By MissPssycho

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Amy Murphy lleva una vida normal alejada de su sexy/ex-amigo de la infancia Ethan Rowling, pero tras cruzarse... More

1• Miradas prolongadas
2• Mentiras y más mentiras
3• ¿Héroe o asesino?
4• Las palabras en un silencio
5• No muerdo ¿Sabes?
6• Deseando escapar
7• Te va a doler sólo un poco
8• Explicaciones
9• No te necesito
10• Colmillos
11• Una familia rota
13• Sex-appeal
14• Dos meses de abstinencia
15• El enigma de papel
16• Ojimiel.
17• Dulces sueños
18• El libro
19• Cuestión de fuerza
20• Chófer personal
21• ¿Deberíamos?
22• Recuerdos que asustan
23• Abismo de la inconsciencia
24• Viaje a los recuerdos
25• Cruel
26• Yo solo tengo química en el horario
27• Primeras sensaciones
28• El corazón también se rompe
29• Autodestrucción
30• ¿Buenas decisiones?
31• Restringidos
32• El lobo tiene hambre de caperucita
33• Puntos débiles
34• ¿Recíproco?
35• Te necesito
36• El comienzo de una maldición
37• Heridas
38• Nada de esto a mamá
39• Nubloso

12• Puertas y Ventanas

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By MissPssycho

He dejado de llorar hace más de tres horas, pero sin embargo, me he sumido en un shock del que por mucho que me lo propongo, no logro salir. Tengo los ojos fijos en el espejo de la habitación, y por el rabillo del ojo observo cómo Thalia sigue presionando el hielo firmemente sobre mi barbilla.

La pregunta que no sé cómo contestar se formula; tampoco es que no tuviese preparada una respuesta convincente y creíble antes de que Thalia apareciese por la habitación, pero sigue resultando extraño que ella se esté preocupando por mí cuando debería ser justo al contrario.

—¿Cómo te has hecho esto?

—Me he asustado por el ruido de una rama en la ventana y me he caído de la cama.

De nuevo, nuestra conversación se sume en un silencio sepulcral, y Thalia vuelve a apretar el hielo contra mi barbilla. En sus ojos no hay ningún indicio de lágrimas por lo ocurrido con anterioridad. Sé que no se ha creído mi excusa, pero tampoco remueve la situación, intentando sacar respuestas que por lo visto no va a optener. Desde el espejo, observo su seriedad cuando aprieta la herida. Apenas me quejo; ella nunca se quejó de sus problemas mientras los tenía.

—¿Por qué no me lo habías contado antes? —Sin poder evitarlo, me siento dolida al tener que citar la frase entera. Me hubiese gustado no tener que decirla nunca, pero el destino da unas vueltas tan vertiginosas, que nunca se sabe hacia dónde podrá encaminarte.

—Tenía miedo Amy. Siempre lo he tenido. Además, sus trapicheos nunca habían ido conmigo. Ni siquiera quería haberlo descubierto.

—¿Por eso te pegaron?

Noté que la pregunta había estado de más, cuando automáticamente agachó la cabeza, fingiendo inspeccionar la herida. Los cubitos ya estaban derretidos, y estaban dejando un rastro húmedo por la moqueta.

No lo dijo, pero supuse que eso significaba un sí rotundo.

Con paso desanimado, tras haberse manchado las zapatillas de andar por casa que le había dado nada más entrar a mi habitación, se dirige hacia la papelera rebosante de papeles, y arroja los cubitos con desdén; cuando llega hasta el colchón, se tumba y cierra los ojos.

Sé que está exhausta y que sólo quiere tranquilidad; pero no quiero dejarla pensar. Por experiencia sé que no hay que dejar a una persona sola con su mente, cuando está pasando por un mal momento. La mente no suele pensar con racionalidad, y el cuerpo suele seguir las instrucciones de un cerebro desquiciado por el miedo, la rabia y la impotencia.

Todo el mundo ha estado atrapado en un agujero en el que no veía ninguna luz.

—¿Y si hacemos algo? —Intento darle alegría a mi tono de voz, pero ésta sale más desanimada de lo que creía.

—¿Algo cómo qué? —Thalia retira las palmas de sus manos de su rostro, mientras me dedica una mirada confusa.

—¿Te apetece ir de compras?

Soy meramente consciente de que no es el momento adecuado para fingir que no ha pasado nada, y que todo ha sido cuestión de una mala racha que va a pasar; pero eso no es cierto. Esa mala racha va a extenderse día tras día durante el resto de la vida de su mejor amiga, y no es justo que tenga que pensar todo el día en ello; no ahora. No después de saber que sus padres no habían tenido la cabeza cuerda en ningún momento de su infancia.

—No hace falta que lo hagas —intenta sonreírme, pero sus ojos delatan que su sonrisa es una mueca triste—, sé que no te gusta ir de compras.

No pienso dejar que vuelva a estar triste; no mientras pueda impedirlo.

—Si quiero. Además, luego podemos irnos a la tienda de batidos que tanto te gusta. Tengo antojo de uno. —Ahora mis palabras si son convincentes y animadas—. Me muero por tomarme uno. ¡Va a ser mi primera vez!

Thalia me mira confusa, mientras frunce el ceño y me contradice:

—Creo que hemos ido más veces a ese sitio. No es tu primera vez.

Sonrío y niego al mismo tiempo hacia todos lados. Vamos a superarlo. Juntas. Si siempre hemos conseguido todo lo que nos hemos propuesto, esta no será la excepción.

—¡Claro que es la primera vez Thalia! Escucha, la primera vez fui con mi mejor amiga; hoy voy a ir con mi hermana. Estoy ansiosa por que todo el mundo lo sepa.

—No saques conclusiones precipitadas Amy. Todavía no lo sabemos a ciencia cierta.

Niego varias veces con la cabeza y luego le cojo fuertemente de la mano.

—No necesito ningún papel que lo demuestre Thalia. Te quiero como tal, y si la justicia no asume que mi familia vaya a ser lo mejor para tí, yo misma les demostraré que se equivocan. Tú ya formas parte de los Murphy. Siempre has sido parte de nuestra familia.

A Thalia le lloran los ojos cuando me dedica una sonrisa de verdad. No la finge, simplemente le sale de forma involuntaria.

—Me gusta—. Con un dedo en la barbilla comienza a darse pequeños toques—. Creo que Thalia Murphy tiene más musicalidad que Steel.


[•••]

—No puedo creer que hicieras eso. —Thalia todavía seguía riéndose sin parar. En medio del centro comercial había tenido que retener sus carcajadas porque una anciana pensaba que se estaba riendo de ella.

Me gustaba verla feliz.

—La que no puede creerse lo que ha pasado soy yo, ¿cómo se puede ser tan despistado? —Mientras ella recuerda el incidente cada vez que ve la mancha de batido en mi camiseta, yo solo puedo imaginarme la cara del chico que me lo había tirado encima estrellándose contra el lavabo. Quizás, si hubiese apuntado con su puño unos centímetros más a la derecha...

Thalia frena sus pensamientos poniéndome la mano sobre el codo. Sigue tambaleándose de lo supuestamente “cómica que ha sido la situación”. Yo sigo sin verle la gracia. ¡Cinco dólares de batido habían arruinado mi camiseta favorita!

—¿Crees que la mancha va a desaparecer? Debería haberle dado mucho más fuerte.

La puerta de mi casa parecía haberse quedado a mucha distancia, mientras ambas reíamos recordando lo sucedido. Seguía enfadada, pero su risa era contagiosa.

—Un puñetazo ha sido excesivo. ¡El pobre chico te pidió disculpas! ¡Te ha pedido perdón por el cardenal de la barbilla!

«No, que va. Esa herida viene de otro hombre muy diferente. Quizás si llevase un batido, estaría lleno de sangre.»

—Por esto no me gusta ir de compras... —Dejo la frase a medias, y antes de continuar, analizó todas las razones. Son muchas, así que simplemente digo la primera relacionada con el tema—. Siempre hay alguien que te tira su bebida encima, al chocar con él en el lavabo de chicas.

La puerta está frente a nosotras más cerca de lo que creía. Ni siquiera he sido consciente de como he llegado hasta aquí, hasta que comienzo a sacar mis llaves del bolsillo trasero. Podría acostumbrarme a esto. Llevar a Thalia de compras, y hacerla sonreír constantemente. Una parte de mí, quería corregir todo el daño que había podido causarle con la baza de la despreocupación. Al parecer había estado más ciega de lo que pensaba. Tardaría mucho en perdonarme; me molestaba el hecho de que ella ya lo hubiese hecho.

—Eso nunca pasa. Es decir... ¿Qué chico en su sano juicio entra al aseo de mujeres con un batido? ¿No sería más razonable que entrase de la mano de su novia?

—Nadie decide de quién se enamora.

Sonrió con sarcasmo de mi propio chiste sin gracia, y antes de que pueda decir nada más, abro la puerta. Creo que nuestra conversación en la calle se ha alargado más de lo estrictamente necesario; no me gustaría que alguien estuviese espiando desde alguna parte de su casa.

Ethan por ejemplo.

Aunque quizás también podría ser Robert —el vecino que regaba sus lirios a las siete de la mañana en la casa de enfrente—. Había oído anécdotas tan perturbadoras sobre ese hombre, que hasta los gatos se agachaban al pasar por enfrente de su puerta. Se comentaba que había sido sicario en sus tiempos mozos, pero eso estaba en duda. A día de hoy no lo había visto levantar la manguera sin pequeños quejidos, y varios riesgos de hernia. Estaba tan hecho polvo, que le costaba levantar la mano para saludar. Solo tenía mano para la manguera y el micrófono. Para ser un ex-sicario, se le daba muy bien el karaoke de los viernes.

Inevitablemente, antes de cerrar la puerta, dedico unos cuántos segundos a observar la fachada de Ethan. Es increíble como un secreto tan grande puede caber en una casa tan pequeña. Ni siquiera la fachada es negra con murciélagos y dice a gritos “no llames si no quieres despertar al príncipe de los Cárpatos”. No duerme en un ataúd, y es una persona totalmente normal a la vista de cualquier ser humano cualquiera. Es una mentira tan bien camuflada que es poco creíble aunque ya la hayas descubierto. Creo que esa es la sensación que me abruma todo el rato. El hecho de no temerle como tendría que hacerlo. Quizás ese es el problema de todo esto; que todavía le aprecio más de lo que me gustaría reconocer. Cierro la puerta sintiendo como todas las risas momentáneas desaparecen de un plumazo. Supongo que tendré que acostumbrarme a estos giros tan extraños e inesperados del destino. Quizás es esa la gracia de la vida.

Me quito la camiseta lo más rápido que puedo, y sin tener la menor consideración por ninguno de los miembros que viven en mi casa, la dejo caer sobre el sofá. Con lentitud, me acerco a Thalia, y ella me da un abrazo que me deja sin respiración. No entiendo su repentino cambio de humor, pero simplemente me da un beso, y se marcha hacia la cama de su nueva habitación. Sé que está cansada, así que no la presiono para qué pase un rato más conmigo.

Antes de que cierre la puerta, observo su semblante un poco más feliz que esta mañana, y me obligo a mi misma a prohibirle datos sobre lo que era su antigua habitación. No creo que le haga mucha gracia el hecho de saber, que tuvimos que desinfectarla de cucarachas hace poco.

Cuando llego a mi habitación, lo primero que hago es cerrar todas las ventanas con pestillo, asegurándome de que ninguna queda abierta, o con algún riesgo de abrirse. Con más lucidez a la que usualmente estoy acostumbrada, me meto bajo el chorro de la ducha, y me quedo contemplando los azulejos del techo más tiempo del necesario. Pienso en mis cosas, en mis problemas, en los acontecimientos más recientes, y finalmente opto por una palabra que podría describir totalmente mi estado de ánimo: mierda.

Salgo de la ducha, con una toalla enrrollada en la cabeza, y con un albornoz extra grande. Me observo en el espejo; tengo la barbilla morada, y la cara hecha un desastre. Mis ojeras son tan negras que podrían confundirse con las manchas de un mapache enfermo, y para colmo, me están comenzando a salir manchas rojas por todo el cuerpo a causa del estrés. Y aunque mi mal aspecto no me importa en absoluto, no puedo evitar sentirme intimidada y expuesta cuando al abrir la puerta del aseo y entrar a mi habitación, descubro a Ethan recostado sobre el sillón. En sus manos tiene una revista que rellené hace un año sobre «el chico ideal», y con entusiasmo se está mordiendo las uñas mientras lee. Cuando levanta la vista, solo quiero que la tierra me trague.

—¿En serio no te gustan románticos? Y yo que pensaba regalarte una entrada para ver Romeo y Julieta...

Corriendo, cierro la puerta tras de mí, y con aire sorprendido y asustado, comienzo a entrar en pánico. Mis padres están en la habitación de abajo; podrían enterarse de su presencia, y como no, ya estarían intentando crear una historia, de dónde no hay cuento. Ni siquiera sabía por dónde había entrado. Me había asegurado de cerrar bien las ventanas antes de salir.

—Soy más de conciertos de rock, ¿qué demonios haces aquí? ¿por dónde has entrado?

Su semblante parece divertido; yo estoy tan seria que podrían haberme confundido con mi antiguo monitor del campamento de verano... Todavía recuerdo como entraba en pánico cada vez que alguien se encontraba un pelo de la cocinera en la comida...

—¿Debería haberme traído una libreta? Son muchas preguntas en muy pocos segundos.

—Contesta. —Le exijo con ambos brazos cruzados sobre el pecho. No me intimida lo más mínimo. De algún modo confío en su palabra; no me hará daño.

—Del armario.

Parece tan seria al pronunciar esa palabra, que de alguna forma me la creo.

—Ya claro, y ¿cómo se supone que has llegado hasta el armario?

Sus ojos se dirigen rápidamente a la ventana y descubro lo inevitable: la ha forzado hasta romperla. Me muerdo la mejilla intentando no matarlo en el intento, y antes de que pueda hacer o decir alguna estupidez de la que finalmente pueda arrepentirme, me sujeto con ambos dedos el puente de la nariz.

—¿Tengo que atravesar la ventana con una tabla de madera para que dejes de hacer estupideces? —Sé que va a decir algo así como «la rompería», así que detengo sus palabras con mi mano y prodigo—: Existe un objeto que se llama puerta. Y preferiblemente es mejor usarla para no asustar a la gente que intenta llevar una vida más o menos normal.

—Creo que seguiré usando la ventana. Le da un toque más especial a todo este asunto.

Voy a levantar la voz, pero los pasos en la planta baja de la casa me recuerdan que no debería hacerlo. Además, Thalia está durmiendo.

—No hay ningún asunto entre nosotros. ¿Aclarado? Quiero que desaparezcas de aquí ya.

Ethan parece no darse por vencidos aún, pero se levanta del sillón, y con paso sosegado llega hasta mi posición, dónde finalmente se agacha junto a mi oído, y susurra:

—Si quieres obtener respuestas, te espero mañana a las seis en la playa. No tardes. Mi tiempo es valioso y el tuyo también. No hay que desperdiciarlo tan a la ligera.

Antes de que pueda debatir algo acerca su estúpido plan, coge el picaporte con brusquedad y lo abre, dejando que las luces de mi habitación iluminen todo el pasillo. Justo cuando voy a detenerlo, su silueta se esfuma.

«Al menos ha utilizado la puerta...»

Asiento para mi misma, y sonrío victoriosa, pero de repente, recuerdo que mis padres están abajo dando tumbos, y todo rastro de felicidad desaparece. Es como si de repente me hubiesen echado un cubo de agua fría encima. Tengo la tentación de asomarme al pasillo para comprobar que nadie lo ha visto, pero confío en que por su propia supervivencia sea invisible para todos.

«Te odio estúpido imbécil.»

Y de alguna forma, después de esa afirmación, me prometo a mi misma que no iba a faltar al encuentro.

Editado y corregido
Instagram: @misspssychoo

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