Dark Secrets

By MissPssycho

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Amy Murphy lleva una vida normal alejada de su sexy/ex-amigo de la infancia Ethan Rowling, pero tras cruzarse... More

1• Miradas prolongadas
2• Mentiras y más mentiras
4• Las palabras en un silencio
5• No muerdo ¿Sabes?
6• Deseando escapar
7• Te va a doler sólo un poco
8• Explicaciones
9• No te necesito
10• Colmillos
11• Una familia rota
12• Puertas y Ventanas
13• Sex-appeal
14• Dos meses de abstinencia
15• El enigma de papel
16• Ojimiel.
17• Dulces sueños
18• El libro
19• Cuestión de fuerza
20• Chófer personal
21• ¿Deberíamos?
22• Recuerdos que asustan
23• Abismo de la inconsciencia
24• Viaje a los recuerdos
25• Cruel
26• Yo solo tengo química en el horario
27• Primeras sensaciones
28• El corazón también se rompe
29• Autodestrucción
30• ¿Buenas decisiones?
31• Restringidos
32• El lobo tiene hambre de caperucita
33• Puntos débiles
34• ¿Recíproco?
35• Te necesito
36• El comienzo de una maldición
37• Heridas
38• Nada de esto a mamá
39• Nubloso

3• ¿Héroe o asesino?

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By MissPssycho

Es la quinta vez que tropiezo, la quinta que me regaño por ser tan torpe; y la quinta vez que me prometo a mi misma, que si salgo viva de esta, haré deporte todas las tardes hasta poner mi primer pié en la Universidad; pero como Dios es sabio, y conoce el momento exacto en el que las personas deciden cambiar, o echar una mentira piadosa par salir del apuro, vuelvo a tropezar con una mala hierba por sexta vez, a diferencia de que esta vez no consigo levantarme del suelo.

La garganta me arde por el esfuerzo al intentar pedir auxilio, mis manos entumecidas por el miedo, ya no saben a qué sujetarse para atacar a la sombra que me persigue, y mis pies ya no pueden moverse debido a la carrera de 3 kilómetros en la que no se han tomado ningún descanso para recuperar las fuerzas perdidas.

Y ahora muy a mi pesar recuerdo a Beatrice, mi profesora de gimnasia cuando yo tenía 10 años, la cuál cada diez metros corriendo, nos recordaba que la educación física es la asignatura de la vida; Que es importante llevar siempre pulverizadores de defensa personal en el bolso, y entre otros, que los hombres solo sirven para dar problemas; Con ella aprendí lo que era sufrir por un hombre, llanto tras llanto mientras hacíamos abdominales, y las desventajas de traer a tu novio a dormir a tu casa, si vives con tus padres; Aunque eso solo lo pude comprender años más tarde.

Me levanto a pesar de que mis zapatos pesan más todavía si cabe, a causa del barro que se ha aglomerado dentro de las suelas, mientras comienzo a correr de nuevo, sintiendo mi respiración irregular y agitada, de un momento a otro. La cabeza me palpita cada vez que piso una piedra mal colocada en el camino, y mis mofletes, al igual que los dedos de mis manos, están de un color rojo sangriento; Por primera vez en toda mi existencia le hago caso a mí conciencia, y decido que detenerme no es la mejor opción. Todavía me quedan muchas cosas por hacer en la vida antes de morir, como por ejemplo, comer helado; Comer helado de pistacho mientras monto en una montaña rusa, comer helado de vainilla en mi primera cita —si es que alguna vez tengo alguna—; comer helado de nata mientras veo películas sangrientas, y bueno, eso es todo. El helado de chocolate no se incluye en mi lista de deseos porque me produce náuseas desde que hace siete años, a Thalia se le ocurrió mezclarlo con el helado de frambuesa y ocho clases más, para probar nuevos sabores; Literalmente estuve cuatro días sin poder salir del baño.

Antes de que mis pies puedan seguir moviéndose con su habitual falta de descoordinación, algo se interpone en mi camino, y sin darme cuenta, me encuentro gateando hacia atrás con ambas manos cubiertas por el barro. Es tan pegajoso, que llega un momento en el que simplemente no me molesto en seguir retrocediendo; Me duele el culo a causa de la caída, y mis pies solo intentan esconderse en algún lugar frondoso y oscuro; Cómo si el hecho de estar tapados por un matorral desprovisto de hojas, pudiese ponerme a salvo de todo.

Agudizo la mirada hacia el frente, achicando los ojos de una manera en sobre exceso, mientras que con ambas cejas fruncidas, intento descubrir quién se esconde tras la poca nitidez de la parte lúgubre oeste del bosque; pero la poca luz que emiten las estrellas, no me deja ver nada, más allá de mi reflejo en los charcos de barro.

—¿Quién eres? —pregunto con la esperanza de que conteste.

Ni siquiera sé por qué lo intento.

Un murmullo; dos murmullos; y hasta tres murmullos en los que mi silencio reina por encima de sus palabras pronunciadas de forma incoherente. Sus ojos son de un color muy vivo, con el reflejo de la luna, y sus manos cada vez se van haciendo mucho más grandes.

Comienzo a jadear con fiereza, en el momento exacto en el que sus pisadas desmesuradas se dirigen hacía mi; me balanceo hacia los lados con la esperanza de conseguir levantarme, pero poco a poco, mi propia dificultad respiratoria, y mi pánico arraigado, comienzan a jugarme una mala pasada, consiguiendo dejarme totalmente pálida.

«Amy, no puedes desmayarte, no ahora». Me animo, intentando no ceder a la ensoñación y el cansancio de la fatiga, pero simplemente no puedo evitarlo, y finalmente caigo rendida sobre sus brazos.

Y es entonces, antes de despertar, cuando la incógnita se formula por sí sola, «¿héroe o asesino?»

Pego un grito ahogado al mismo tiempo que me paso las manos, cubiertas por una fina capa de sudor, por la frente y los mofletes, retirando todo rastro de miedo color rojo escarlata. Ni siquiera puedo respirar; me sujeto el pecho con ambas manos, y directamente me vuelvo a dejar caer sobre la cama.

Involuntariamente, un escalofrío me recorre de pies a cabeza; principalmente le echo la culpa a la brisa que se cuela por las rendijas poco aisladas de las ventanas de madera, pero después, simplemente descubro que el cristal está abierto de par en par.

Las cortinas se mueven al unísono, las persianas tiemblan levemente contra la repisa de la ventana apaisada, y la cerradura está partida en dos.

Me escondo un poco más bajo las sábanas, sin apartar los ojos del vidrio transparente con manchas blancas de vaho, y me recuerdo a mi misma los movimientos básicos que he realizado antes de irme a la cama; en los que casualmente, la ventana había permanecido cerrada en todo momento.

[•••]

«Estúpido despertador».

A pesar de que mi mano derecha se mueve por si sola, a tientas bajo la almohada, mientras que mi mano izquierda da manotazos por doquier a ninguna parte en concreto, mi cuerpo se resiste a levantarse.

El despertador es persistente; hundo más —si eso es posible—, la cabeza en la almohada, al mismo tiempo que me obligo a mí misma a mantener los nervios a raya; pero mi cordura va dirigida por la aguja de los segundos, y cada vez, todo va cogiendo una velocidad mucho más rápida... Tan rápida que, hasta los sucesos más recientes parecen no haber ocurrido jamás.

No sé en qué momento lo hice; ni siquiera estaba pensando en ello, antes de tirar, con un manotazo, el reloj de la mesilla, mientras volvía a incorporarme de nuevo sobre la cama. Las luces seguían apagadas, y el ruido insaciable de las agujas moviéndose se había detenido hasta reducirse al silencio.

Y de esta forma, el aparato inservible para vagos murió.

Me levanto gruñendo a causa del sueño acumulado, mientras camino somnolienta chocando de vez en cuando con varios objetos de la habitación. Digamos que el incentivo de mis pasos, es el esquivar a toda costa a Thalia, y sus muchos sermones sobre la actividad del sueño, como factor primordial para la salud.

Voy hacia el aseo a ducharme; y casualmente no es porque todas las mañanas lo haga, sino porque esta vez, a diferencia de muchas otras, iba sudando como un cerdo de fábrica, y sabía que no me despertaría hasta que no me tomaste una larga y reparadora ducha.

—¡Joder!

No pasaron ni diez segundos, antes de que unos tacones se oyesen impactando contra los peldaños de madera. La puerta de mi habitación se abrió de par en par —lo supe a causa de las bisagras oxidadas—, y seguidamente la puerta del baño chocó contra la bañera.

Mi madre se veía agobiada, tenía la piel pálida, y los labios cortados a causa del frío. Su mirada se clavó en mis ojos demacrados, y finalmente soltó un suspiro exasperado.

—¿Qué te ocurre? —Señalé mi cara, y ella frunció el ceño como respuesta—. Sigo sin saber que te ocurre.

—Por si no te has dado cuenta, tengo dos bolsas negras y gigantes bajo los ojos; estoy sudando y mi pelo está hecho un asco —respondo recalcando lo obvio.

Mi madre me sorprendió con su acción repentina. Cogió la toalla que colgaba de su barra, y la tiró sobre el espejo. Después me miró, y señalándome con el dedo índice, dijo:

—Amy, hay cosas más importantes en la vida, que tu aspecto en el espejo. Repite estas palabras constantemente y por favor, deja de ser una niña mimada. Yo no te he criado así.

Y mi madre desapareció por el umbral de la puerta, dejándome más confusa de lo que alguna vez había estado.

Después, simplemente desapareció.

Mi ducha fue larga y reflexiva, pero no lo suficiente. Tras cinco minutos bajo el chorro de agua caliente, decidí que ya era hora de salir, para no volver a llegar tarde al instituto. Cuando bajé a desayunar mi padre se encontraba en la barra americana de la cocina, leyendo un periódico de forma apacible.

—¿Que lees?

Me asomo por el lado derecho de la mesa, intentando ver lo que pone, y seguidamente el cierra el periódico de manera brusca.

—Nada importante.

Cuando el periódico está colocado de nuevo sobre la mesa, leo el titular y la sangre se me congela momentáneamente.

—No puede ser —me repito a mí misma sin ser consciente de que lo he dicho en voz alta, y más alto de lo que debería.

Papá, quién se estaba yendo de la cocina, mira de nuevo en mi dirección, y abriendo mucho agarra el periódico vilmente, y se lo lleva bajo el brazo. Parece enfadado; está enfadado, y una parte de mí se pregunta porqué paga su enfado conmigo.

—¿Por qué me tratas así?

No contesta mi pregunta, y abandona la cocina, con la misma inmadurez por la que siempre ha sido conocido. Tiro el desayuno a la basura, y me pongo depié, antes incluso, de que Thalia toque el timbre. Abro la puerta, y ella me mira con las cejas alzadas.

—Esto es raro. —Son las primeras palabras que articula mi amiga nada más verme—. Parece que no tienes fiebre —dice tocándome la cabeza— ¿La varicela tal vez? —Me observa de arriba a abajo, y después niega con la cabeza—. No; descartado. No tienes pupas.

¿Pero esta chica es imbécil o es que acaso se cayó de la cuna al nacer?

-Pues claro que no estoy enferma, ¿por qué iba a estarlo?

—¡Te has levantado temprano! Deberían darte una medalla de honor o algo así; es decir, es como si yo me pusiese una camiseta fosforescente, ¿no te parecería raro? Ya sabes cómo conjuntan con todo. Deberían estar prohibidas.

Pongo los ojos en blanco, y cierro la puerta tras de mí; a veces Thalia me pone de los nervios cuando se trata del tema ropa. Yo siempre voy con lo primero que pillo. Ni siquiera me molesto en ver, si va manchado o no.

—Entonces, dime; ¿alguna razón especial por la que hayas decidido madrugar hoy?

No he dormido nada, tengo toda la cara demacrada, y para colmo me ha venido el periodo más fuerte que nunca. ¿Acaso te parece poco el motivo?

—No, ninguna.

Estábamos en la puerta de casa; todavía no habíamos comenzado a caminar, cuando Thalia comenzó a reírse mientras miraba fijamente la pantalla del móvil. No quería preguntarle porque seguramente sería Dalan, pero como buena amiga, lo hice.

—¿De qué te ríes? —pregunto intentando asomarme al móvil, para leer el mensaje; pero al parecer, mi acción resulta innecesaria, ya que ella sola se encarga de ponérmelo frente las narices.

[8/11 8:17] Dalan: hoy vas a clase?
[8/11 8:17] Thalia: sí, por?
[8/11 8:18] Dalan: tengo ganas de verte
[8/11 8:23] Thalia: 😄😄😄

Cuando termino de leer la conversación arqueo ambas cejas, y la miró incrédula.

—¿Solo lo conoces desde ayer, y ya sois inseparables? Aquí algo me huele mal.

Es decir, Thalia no es fea, ni mucho menos. Estoy segura de que varios hombres se pelearían por ella; pero lo que me parece extraño son las formas. Es decir, ¡se conocen de solo un día! y él no es precisamente el hombre con la mejor fama del mundo. Esto no es un puto libro cliché en el que los protagonistas del instituto se conocen, se enamoran, y en la fiesta de fin de año, son los reyes del instituto. Esto es serio; es ver la alegría de tu mejor amiga, andar por el borde de un precipicio hasta que finalmente tropieza y se cae por él. No quiero animarla después, diciéndole que era un estúpido, y que hay más tíos en el mundo; no quiero verla todos los días con los ojos hinchados de tanto llorar; no quiero que me diga que se arrepiente de haberle contado todos sus secretos. En general, no quiero ningún otro tío que le joda la vida, más de lo que está.

—Thalia, lo conoces desde hace un día; ¿no te parece extraño?

Al terminar la frase suelto una risa nerviosa que aparenta relajar el mal ambiente que yo sola me había creado, y ella sin embargo, como respuesta me pega un pequeño empujón de forma amistosa con el que finalmente, se desata una cadena de problemas que va en aumento.

Tropiezo con mis propios pies, consiguiendo caer hacia atrás, y finalmente me agarro a lo primero que veo, para no darme de bruces contra el suelo. Cuando me levanto algo aturdida por el golpe, y con ayuda de la mano de Thalia quién por cierto me repite una y otra vez las palabras «Perdón», y «No quería hacerlo»; observo el objeto que me ha salvado de la caída, y al instante entro en pánico.

En la mirada de Thalia cabe el mismo horror que en la mía.

No, por favor. Necesito que esto sea una pesadilla de mal gusto.

—Te dije que hablaras con él del tiempo o de cualquier cosa. ¡Yo no te dije nada de romperle el coche!

Miro a Thalia con una mirada que podría llegar a matarla, y después opto por sujetarla de la mano, y llevarla lejos de la “obra de arte”. Con suerte Ethan no sabrá quién ha sido, y nosotros seguiremos haciendo lo que mejor se nos da: ignorarnos.

Tercer capítulo.
[Editado y corregido]

Instagram: Misspssychoo

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