El mensaje de los Siete [IyG...

Af leyjbs

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En esta segunda parte del Intérprete y el Guardián: Luego de destruir "El Tratado de los Once", la Intérprete... Mere

Sinopsis
Reparto [Parte II]
Introducción
1. Formando Alianzas
2. Un trato con un licántropo
3. Fichas de ajedrez
4. Mentiras verdaderas
5. Deseo
6. Norashtom
7. Nerel [Prt. I]
7. Nerel [Prt. II]
8. Lyan de Tarlezi [Prt. I]
8. Lyan de Tarlezi [Prt. II]
9. Tres de Siete
10. Arteas [Prt. I]
10. Arteas [Prt. II]
11. Sangre soberana [Prt. I]
11. Sangre soberana [Prt. II]
12. Peones de Guerra [Parte I]
12. Peones de Guerra [Prt. II]
13. Un rey misericordioso
14. Veteranos contra novatos
15. Sangre y carne
16. Largos años de paz [Prt. I]
16. Largos años de paz [Prt. II]
17. En bandeja de oro
18. Ofrenda de guerra
19. Promesas rotas
20. El orbe de la muerte
21. La Batalla de las Bestias - El inicio
22. El precio de la traición [Prt. I]
22. El precio de la traición [Prt. II]
23. Lazos quebrantables [Prt. I]
23. Lazos quebrantables [Prt. II]
24. La cosa más importante
25. La oscuridad prevalece
26. El mensaje de los siete
27. Rendición de cuentas [Prt. I]
28. Polvo eres
29. Despedida
30. Sanalépolis
31. Tipos de hambre
32. El que todo lo posee
33. Verdad
Agradecimientos

27. Rendición de cuentas [Prt. II]

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Af leyjbs

—Y tú —gruñó, señalando al deteriorado hombre que osaba darle frente—. Esperé más de ti. Veo que toda esa magia que presumes no sirve de nada. Eres como esa niña. —Señaló a André tras él—: promesas falsas y desgracias es lo que traes.

—Admito toda la culpa y sus reclamos —aceptó Renart, manteniendo la frente en alto—. Aunque, de no ser por la intérprete, Voreskay hubiera sido ruinas. Temo decir que fuimos traicionados, cosa que no preví.

Tanto el príncipe como Alexander miraron desconcertados a Renart, incluso Radamanto que aún no estaba enterado sobre la traición de Vladdar. En cambio Vincent rio en ironía, sentimiento que se volvió en repudio.

—El exdirigente del ejército de Grant Nalber, que traicionó a los suyos, tiene traidores en sus filas. Dime, ¿cómo se siente eso? —ironizó, viéndole inquisitivo.

Renart apretó la mandíbula; el karma tarde o temprano le cobraría cada mentira, cada acción que lo llevó a matar y entregar a muchos de los que antes eran sus amigos. Vincent retiró la vista de ese incompetente, enfocando a sus subordinados.

—¡Soldados! —exclamó hacia la horda de licántropos que aguardaban a sus espaldas—. Revisen cada rincón de la ciudad si hay sobrevivientes. Si son enemigos, mátenlos. Armen un perímetro de vigilancia y ante cualquier imprevisto den alerta.

—¡Si, señor! —respondieron los guerreros al unísono, dispersándose enseguida, corriendo de manera inhumana.

—¡Keykan! —gritó, señalando a un hombre a la distancia, casi del mismo porte que él pero un poco más alto. El sujeto se presentó, asintiendo con la cabeza—. Estarás a cargo de esta ciudad. Si pasa algo notificas de inmediato a Borsgav, ¿entendido?

—Sí, señor —contestó el tipo, dio media vuelta y siguió a los hombres que se adentraron a la ciudad.

Vincent vio hacia la entrada de Voreskay, al puente que comunicaba con la frontera de Transaleste. Su gesto era duro, frío, meditando lo que haría a continuación. Fue en esa dirección, primero lento, después acelerando el paso.

Renart tuvo un presentimiento, entendiendo sus intenciones, temiendo lo que fuera a hacer.

—¡Vincent! —lo llamó. Si pudiera lo detendría, lo haría entrar en razón. No hubo quién parara a ese conde que tenía en claro su siguiente objetivo—. ¡Por lo menos escucha! —bramó, andando torpemente; el licántropo tomó una considerable ventaja. Preocupado, miró a Radamanto, extendiéndole un collar que reconoció enseguida—. Detenlo, no dejes que salga de la ciudad.

El nemuritor asintió, tomó lo que le pasó y siguió al conde. El artilugio entre sus manos emanó una luz purpura; éste era El puño del caos, artefacto que le dio André a él precisamente, para que provocara una distracción en la ciudad y así el ejército del cuartel entrara a Voreskay.

El collar se enrolló en su muñeca, transformándose en un guante de acero que envolvió su mano. Apenas el poder del arma recorrió cada terminación de su cuerpo, corrió hasta rebasar a Vincent quien, al tenerlo al frente obstaculizándole el paso, le mandó un puño el cual retuvo con el brazo en alto. El licántropo se descoló; ese golpe era para mandarlo a volar; el maldito murder lo soportó, eso lo enojó. Mandó otro zarpazo; no se dejaría amedrentar, era superior a cualquiera en esa ciudad, se haría su voluntad a cualquier costo. Radamanto, bloqueó el ataque con su otro brazo, sin embargo.

—¡Vincent, entiende que si vas a Transaleste ahora te matarán! —exclamó Renart, aproximándose con lentitud, lo que sus pasos le permitían.

—¡Me harté de esperar! ¡Me harté de su causa de mierda! ¡No permitiré que la muerte de mi hermano se quedé así! ¡Ya no soporto más esto! —alegó el aludido luego de empujar a su adversario hacia atrás para mantener distancia.

Se quedaron viendo las caras, ambos contendientes, aguardando a que alguien hablara o interviniera para detenerlos. Vincent fue perdiendo los escrúpulos, el iris de sus ojos se tornó blanco, su musculatura creció progresivamente.

—No somos el enemigo, Vincent, entiende y toma las cosas con calma —pidió Renart. Ya estaba cerca de ellos, rogando que el terco licántropo entrara en razón.

—Si tengo que matar a alguien que me impida ir a ese lugar, lo haré, así que si en algo aprecian su existencia, apártense. —Su voz era más ronca, sus dientes y garras se alargaron. Estaba a punto de lanzarse contra el sujeto que no lo dejaba pasar.

No toleraba que lo manipularan a punta de engaños, sobre todo que abusaran de su pérdida para hacer lo que quisieran con él. Cargado de impotencia, levantó el puño en alto, enterrándose las garras en la palma, causándose daño aunque no sintió nada. Reclamaría la cabeza de Dragna para al fin sentir paz, saldar la deuda que tenía con su hermano fallecido.

—¡Vincent, basta! —exclamó alguien a lo lejos, voz que reconoció, frenando el puño que estuvo a punto de darle de lleno en la cara a Radamanto quien se sobresaltó por el ataque que no previó.

El color de en los ojos del conde volvió a la normalidad, relajando el cuerpo a su vez. Fue un cambio de ánimo tan repentino que a todos los desconcertó. Quienes presenciaban la disputa, volcaron la vista hacia dónde provino aquella voz, quedando anonadados por la fina figura encubierta de lo que enseguida supusieron, era una mujer.

—¿Leatitia? ¡¿Pero qué demonios haces aquí?! —exaltó Vincent, con evidente enfado.

La doncella, a pesar de ser el centro de atención y de que el conde la miraba con desapruebo como si fuera indigna de su presencia, con la frente en alto, manteniéndose severa, se le acercó para hablarle. No reveló su identidad, portaba una capa que cubría muy bien su cara. Agregándole más aire de superioridad a su presencia, la escoltaba una mujer de piel trigueña sosteniendo un arco, vestida de pieles y botas de cueros cafés, con una alta coleta que despejaba su rostro de la melena negra que poseía. Algunos retrocedieron para cederles el paso al notar tras ellas al felino blanco de rayas negras, dos veces más grande que uno normal, tensando cada paso, gruñendo leve cada que hacía contacto visual con alguien.

A pesar del acuerdo con Vincent, de que con su hermano Patrick estaría a salvo, y de que pronto volvería a Arteas, Leatitia le llevó la contraria. Luego de que en su largo viaje hacia la fortaleza de Borsgav el conde licántropo le salvara la vida, se sintió en deuda con él. Por eso, ante la inminente guerra que de primera mano corroboró por la cantidad de cuerpos esparcidos por esa ciudad, quiso servir a la causa, ser su aliada.

Por ese reclamo, a pesar de creerse insultada, tentada a marcharse, guardó silencio. Los pocos días que convivió con Vincent, sintió que lo conocía de años; terquedad, testarudez, recelo era lo que siempre denotaba en su marcado carácter, no obstante, muy en el fondo sabía que era bueno, que cuidaba de los indefensos, que defendía a los suyos, demostrando la más clara fidelidad a pesar de que aparentara ser alguien que solo se importaba a sí mismo.

—Vine porque sabía de tus intenciones y te dije expresamente que no cometieras una estupidez sin antes ayudarme a recuperar Arteas —le reclamó, cosa que a más de uno le abrió los ojos de asombro por el atrevimiento con el que se dirigió a él.

Si antes le hirvió la sangre por todo lo que presenció al entrar a Voreskay, ante ello, sintió que se le evaporaba por los poros. La cólera era tan evidente al sonrojar su piel y brotar las sienes en su rostro, que parecía que estaba a punto de estallar. No aguantaba oír los reclamos de otros como si les debiera un favor, peor era que no sabía cómo no había mandado todo al demonio porque, de ser la persona que antes fue, hubiera arrasado con el puñado de soldados del Cuartel Murder que quedaron con vida, incluyendo a Leatitia. Era consiente que si la mataba, lo cazarían por cielo y tierra. Si mataba a la Intérprete se exterminaría todo el maldito mundo. Si cazaba a Dragna obtendría su venganza, bajo el costo de que su pueblo se vería perjudicado ante posibles represalias de Transaleste contra Borsgav. Cerró los ojos; no supo cómo ni por qué calmó su ímpetu para no exterminar a los presentes. Fue irónico pero luego de que los abrió, dio un hondo respiro, como si eso fuera a detenerlo.

Nunca en la vida, ni siquiera Renart y Radamanto que lo conocían de tiempo atrás, lo vieron tan condescendiente con alguien. Si apareció alguien a reformar a ese lobo, era esa mujer con cara de ángel y cuerpo de diosa, pensamiento que se anuló cuando dio media vuelta para largarse; aunque Radamanto le obstaculizó el paso, Vincent, dándole una patada frontal en el estómago, lo apartó de su camino. El corpulento nemuritor cayó de rodillas, posando ambas manos en el vientre. Renart fue a socorrerlo mientras Leatitia, indignada, se quitó la capucha que cubría su lacia y rubia cabellera, haciéndose notar ante el terco licántropo.

—¡Listo, vete! —alegó, trotando tras él. No era de arreglar las cosas a golpes pero consideró enfrentarlo para evitar que cometiera una locura—. Pero si crees que esta es la solución, adelante. No me responsabilizaré de mis actos cuando te detenga.

La voz necia de la soberana de Arteas sonó lejana pero clara. Quería enfrentarla, saber cómo lo retendría, pero era una pérdida de tiempo del cual no contaba mucho.

—Tu hermano me pidió que viniera a detenerte. —Vincent frenó enseguida—, y aunque no quise, por él es que vine, porque veo que le importas.

—¿Qué hizo qué? —inquirió el conde, volviéndose a verla, entrecerrando los ojos en incredulidad por la cosa absurda que acababa de oír.

—Lo que haya hecho no importa. El hecho es que si vas allá solo, desatarás la peor de las guerras y ni siquiera vengarás a tu hermano. En todo lo que hagas me veo en parte afectada, es por eso que he venido aquí —dijo, tratando de sonar razonable.

—Mira... —Se le acercó dando zancadas, dejando un reducido espacio entre los dos. Se hartó de las estupideces y los actos de interés de Patrick, también de esa insoportable mujer—. No creo esa estupidez, me importa un bledo quién te haya mandado y créeme que me importa nada lo que te pase —tajó, viéndola con fiereza—. Me hiciste perder bastante tiempo, no pienso perderlo más contigo. Si tanto te preocupa tu amado reino, lárgate de una maldita vez para allá, pero a mí no me vengas con esas estupideces de que te ayude recuperarlo porque bastante grande estás para eso. ¿No eres la que salvó esa tierra muerta de ser polvo? Si es así, entonces ve y arregla tus malditos problemas sola porque bastante tengo con mis líos.

A pesar de la serenidad que Leatitia reflejó, no vio venir la bofetada que le plantó en la cara, que a más de uno le dejó la mandíbula pegada al piso; se atrevió a alzarle la mano a ni más ni menos que el soberano de Borsgav, un acontecimiento imposible de considerar. Fue tan fuerte la palmada e inesperada que incluso él mismo conde quedó paralizado, sintiendo luego la mejilla arder. Su melena negra le cubrió la cara, tensó la mandíbula a tientas de faltarle al respeto a punta de insultos.

—¡Deja de comportarte como un niño malcriado, maldita sea! —bramó la soberana, haciendo que se tragara las palabras, atónito por verla fuera de su cabales—. ¡¿Que no entiendes lo que a tus hombros se recarga?! Deja de ser egoísta, de pensar en tu venganza por un momento. Piensa en los hombres que te siguen, en las madres que los parieron y en los hijos que engendraron. ¡No pienses solo en ti, maldito idiota!

Ojos estupefactos y bocas desencajadas presenciaron tal regaño que recibía el conde quien, igual que los presentes, quedó mudo por la reacción de aquella mujer que pareciera nunca se atrevería a lastimar a nadie. Aun así, ese escarmiento no lo cambió de opinión.

—Hace falta más que esto para detenerme —murmuró Vincent, entrecerrando los ojos, embraveciendo el gesto—. Así que si quieres hacerlo, es mejor que pienses en otra cosa.

No tenía tiempo para otra disputa, mucho menos para otra bofetada. Empotrándose en sus cuatro extremidades, Vincent adoptó su aspecto lobuno en un parpadeo, empezando a correr en dirección a la entrada de la ciudad.

—¡Sutz, manda a Therion! —pidió Leatitia, alarmada por la huida del licántropo de pelaje blanco que se perdía de vista.

La arquera que la custodiaba fijó la vista en los ojos del tigre de bengala a su lado; sin darle orden alguna, éste se fue a toda carrera tras el hombre lobo.

—Tienes que detenerlo —habló Renart tras las dos mujeres quienes, distraídas, lo volvieron a ver—. Por lo menos eviten que llegue a la primera ciudad fronteriza de Transaleste. Háganlo entrar en razón.

—Lo intentaré, mi lord, pero lo que pide es imposible tratándose de él —aseveró Leatitia.

—Lo lograrás —le aseguró, sonriendo en breve—. Nunca nadie ha salido con vida luego de darle una bofetada así, eres la primera que lo hace así que lograrás detenerlo si lo alcanzas.

Leatitia bajó la mirada, apenada por su intervención; nunca tuvo oportunidad de enfrentarse a alguien como Vincent, era primeriza con tipos tan temperamentales como él. El faltarle al respeto a un lord le era imperdonable, iba en contra de sus principios, aun así fue justificable como actuó, tratándose de Vincent, no existía otro modo de lidiar con él.

Sin mediar palabra, se fue corriendo seguida de Sutz quien, por su parte, de no ser por la soberana que protegía, le hubiera hecho caso a Vincent y se hubiera ido con Leatitia de vuelta a Arteas, solo que, no era quien para contradecir las decisiones de la mujer a quien le juró lealtad.

Todos aguardaron silencio, observando cómo ambas se alejaban, en una maratón para alcanzar a alguien que no quería razonar sino vengar. Después de todo, la guerra comenzó en el justo momento en que Adrián murió y no terminaría hasta que Vincent obtuviera la cabeza de Dragna como pago por lo que hizo.

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